Capitalismo Mexicano
Enviado por abrilbb • 22 de Noviembre de 2014 • 2.157 Palabras (9 Páginas) • 178 Visitas
El capitalismo mexicano hacia un modelo económico realista
Los análisis sobre las culturas capitalistas no deberían arrancar de actitudes ideológicas o sociológicas de la economía global ¾ como las que han caracterizado a nuestros últimos gobiernos¾ sino desde la fuente misma de esas culturas; esto es, la empresa y el management, pero no entendidas como disciplinas científicas, sino como el producto, el fruto del carácter o modo de ser ¾ cultura precisamente¾ de quienes hacen y dirigen la empresa.
Cuando nuestros gobernantes acepten los muchos Méxicos que conforman al país y planeen modelos económicos para cada distinto tipo de «cultura mexicana», estarán en condiciones de propiciar un modelo económico mexicano de desarrollo, menos espectacular que el de la economía global, pero más realista e igualitario.
LOS PRINCIPALES MODELOS DE CAPITALISMO
A propósito de la edición de la extraordinaria obra Las siete culturas del capitalismo (Hampden-Turner y Trompenaars, 1995) Carlos Llano sugería averiguar qué tipo cultural de capitalismo es el nuestro, o al menos qué similitudes y diferencias guarda con el que aplican los siete países reseñados en el libro; cuál ofrece mayores probabilidades de éxito y cuál sería la ruta factible para México.
En nuestro país se debate la necesidad de cambiar el modelo económico, pero las alternativas son difusas e ininteligibles; no se sabe bien qué se quiere cambiar y a qué se quiere cambiar. Es necesario averiguarlo, de lo contrario, hablar de cambio de modelo económico es caer en un lugar común, en un desánimo generalizado y en un desconcierto improductivo.
Llano destaca en su artículo dos puntos que considero importantes. Primero, la separación que el capitalismo occidental ha hecho de cultura y economía. «Uno de los graves problemas de Occidente y de su capitalismo, es haber separado economía y cultura, haber abierto la grieta entre la economía y el hombre, entre las técnicas económicas y la antropología». Y segundo, siete rasgos que suponen siete estilos de capitalismo:
1. El modo de establecer las reglas y de identificar las excepciones, que configura el dilema cultural universalismo versus particularismo.
2. El modo de enfrentarse con la organización: considerando analíticamente cada parte o viéndola bajo la perspectiva de una armonía globalizadora, que respondería al dilema metodológico análisis versus integración.
3. La diversa manera de enfrentarse con los grupos o comunidades de individuos, que a su vez da pie a la consideración de dos polos axiológicos opuestos: individualismo versus comunitarismo.
4. Las guías o criterios más importantes de acción por parte de la empresa nos ponen en contacto con dos grandes modos de trabajo: orientación hacia dentro versus orientación hacia afuera.
5. Los procesos que acontecen en las empresas, a los que contemporáneamente se les imprime cada vez más velocidad, señalan también dos géneros de empresas según se considere el tiempo como secuencia versus el tiempo como sincronización.
6. Las formas de hacer empresa varían dependiendo del status en que se coloca a las personas. Para unas empresas la posición se gana con resultados; para otras, deriva de varias condicionantes ¾ edad, experiencia, titulación académica, antigüedad en la empresa¾ no necesariamente vinculada a los resultados: status conseguido versus status asignado.
7. El valor predominante en la relación de las personas en la empresa: la homogeneidad (se asumen como iguales y se diferencian por su eficacia) o la heterogeneidad (se distinguen por su nivel jerárquico). Es decir: igualdad versus jerarquía.
Hacia el final de su artículo, Llano precisa la ubicación económica de los grandes países capitalistas: «podría decirse que Estados Unidos e Inglaterra se ubicarían en el lado izquierdo de estos parámetros (es decir, la dirección de empresas sería universalista, analítica, individualista, orientada hacia las operaciones internas, con un punto de vista secuencial de sus procesos, atenta a resultados y valorando la igualdad) mientras que Japón y Alemania en ese orden se encontrarían en la parte de la derecha de los extremos alternativos (sus empresas particularistas integradoras, comunitarias, sincrónicas, etcétera). En una posición intermedia y variable hallaríamos a las empresas holandesas, francesas y suecas».
LA IDENTIDAD MEXICANA
Ahora que conocemos al menos en parte el panorama del capitalismo en el mundo, tratemos de encontrarle un lugar a México. Para ello habrá que revisar brevemente la complicada naturaleza del mexicano; con ese fin me remito a un atinado texto de Luis Xavier López Farjeat sobre este problema.
Más que de identidad, debe hablarse de volkgeist o espíritu de un pueblo. La historia de nuestra identidad empieza con la fusión entre cristianismo e indigenismo propia de la Colonia.
Quiero resaltar dos elementos que describen acertadamente el espíritu del mexicano el simbolismo y la pluralidad cultural y luego analizar sus repercusiones en su forma de ser.
El mexicano es simbolista de origen. Durante la evangelización se le dio rienda suelta a la metáfora como recurso pedagógico. Ese modo de entender la realidad fue definiendo nuestra sensibilidad hasta que lo hicimos propio. López Farjeat señala: «el barroco criollo fue vitalmente simbolista. Y tal parece que nos gustó la metáfora exagerada y la ornamentación recargada. El castellano que hablamos es metafórico. Este espíritu metafórico va más allá de lo lingüístico y lo pictórico. Es festivo y vital».
Además de este espíritu, en México conviven distintas culturas que se reflejan en la esfera individual. «El mexicano reúne una inmensa pluralidad de sensibilidades. Desde nuestros orígenes conservamos de manera notable costumbres y modos de ser de nuestros antepasados indígenas. (…) Somos un pueblo que si bien vive en la inmediatez de los sentidos, también suele pensar que las cosas mejorarán, junto a nuestro pasado indígena hemos sabido sintetizar de manera admirable cualquier cultura que nos llegue. Desde el cristianismo hasta la ilustración, desde el barroco hasta el yanquismo, desde el marxismo al neoliberalismo. Siempre hemos sido un pueblo que mezcla infinidad de sensibilidades. México ha pasado por etapas de afrancesamiento, de españolamiento y, sobre todo, de norteamericanismo. Pero todas esas culturas las hemos modificado». Somos sincréticos: hacemos uno lo diverso.
Esta realidad se traduce en muchos Méxicos. Apunto dos: el «europeo» y el mestizo, el del norte y el del sur. En la tipología que analiza Ernesto Bolio, el primero encuadra más con el hombre nórdico o práctico-ético («aquí hay que hacer A y B y éstas son las reglas»): toma el trabajo como una
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