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DISCURSO DEL MÉTODO RENÉ DESCARTES


Enviado por   •  26 de Septiembre de 2013  •  3.937 Palabras (16 Páginas)  •  646 Visitas

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DISCURSO DEL MÉTODO

RENÉ DESCARTES

Prólogo

ElDiscurso del Método es una obra de plenitud mental. Exceptuando algunos diálogos

de Platón, no hay libro alguno que lo supere en profundidad y en variedad de intereses y

sugestiones. Inaugura la filosofía moderna; abre nuevos cauces a la ciencia; ilumina los rasgos

esenciales de la literatura y del carácter franceses; en suma, es la autobiografía espiritualde un

ingenio superior, que representa, en grado máximo, las más nobles cualidades de una raza

nobilísima. (1)

Nopodemos aspirar, en este breve prólogo, a presentar el pensamiento y la obra de

Descartes en la riquísima diversidad de sus matices filosóficos, literarios, científicos, artísticos,

políticos y aun técnicos. Nos limitaremos, pues, a la filosofía; y aun dentro de este terreno,

expondremos sólo los temas generales de mayor virtualidad histórica. El pensamiento cartesiano es

como el pórtico de la filosofía moderna. Los rasgos característicos de su arquitectura se encuentran

reproducidos, en líneas generales, en la estructura y economía ideológica de los sistemas

posteriores. Descartes propone un grupo de problemas a la reflexión filosófica, y ésta se emplea en

descifrarlos durante más de un siglo; hasta que una nueva transformación del punto de vista trae a

los primeros planos de la conciencia nuevos intereses especulativos y prácticos, que inician nuevos

métodos y orientaciones del pensamiento. Kant es quien, por una parte, remata y cierra el ciclo

cartesiano y, por otra, inaugura un nuevo modus philosophandi. La historia de la filosofía no es,

como muchos creen, una confusa y desconcertante sucesión de doctrinas u opiniones heterogéneas,

sino una razonable continuidad de ordenadas superaciones.

El Renacimiento

Sin embargo, la gran dificultad que se presenta al historiador del cartesianismo es la de

encontrar el entronque de Descartes con la filosofía precedente. No es bastante, claro está, señalar

literales consecuencias entre Descartes y San Anselmo, ni hacer notar minuciosamente que ha

habido en el siglo XV y XVI tales o cuales filósofos que han dudado, y hasta elogiado la duda, o

que han hecho de la razón natural el criterio de la verdad, o que han escrito sobre el método, o que

han encomiado las matemáticas. Nada de eso es antecedente histórico profundo, sino a lo sumo

coincidencias de poca monta, superficiales, externas, verbales. En realidad, Descartes, como dice

Hamelin, «parece venir inmediatamente después de los antiguos».

Pero entre Descartes y la escolástica hay un hecho cultural - no sólo científico -, de

importancia incalculable: el Renacimiento. Ahora bien, el Renacimiento está en todas partes más y

mejor representado que en la filosofía. Está eminentemente expreso en los artistas, en los poetas, en

los científicos, en los teólogos, en Leonardo de Vinci, en Ronsard, en Galileo, en Lutero, en el

espíritu, en suma, que orea con un nuevo y reconfortante aliento las fuerzas todas de la producción

humana. A este espíritu renacentista hay que referir inmediatamente la filosofía cartesiana.

Descartes es el primer filósofo del Renacimiento.

La Edad Media no ha sido seguramente una época bárbara y oscura. Hay, sin duda, en el

juicio corriente que hacemos de ese período, un error de perspectiva, o, mejor dicho, un error de

visión que proviene de que la vivísima luz del Renacimiento nos ciega y deslumbra, impidiéndonos

ver bien lo que queda allende esta aurora. Pero es innegable que el pensamiento científico y

filosófico necesita, como condición para su desarrollo, un medio apropiado que fomente la libre

reflexión individual. Cuando la conciencia del individuo queda reducida a reflejar la conciencia

colectiva del grupo social, el pensamiento se hace siervo de los dogmas colectivos; el hombre se

recluye en el organismo superior de la nación o clase, y el concepto de lo humano se disuelve y

desaparece bajo el montón de reales jerarquías y de objetivas imposiciones sociales. Así, cuando en

el siglo XVI el espíritu comienza a desligarse de los estrechos lazos que lo tenían opreso, esta

liberación aparece como un descubrimiento del. hombre por el hombre. Como un soldado que,

después del combate, en medio de un montón de cadáveres, vuelve poco a poco a la vida, se palpa,

respira, alza la vista, extiende los brazos y parece convencerse al fin de su propia existencia, así

también el Renacimiento posee la fragante ingenuidad alegre de quien por primera vez se descubre

a sí mismo y exclama: «Yo soy un ser que piensa, siente, quiere, ama y odia; esta naturaleza que me

rodea es bella y luminosa, y la vida nos ha sido dada por un Dios justo y benévolo, para vivirla con

entereza y plenitud.»

La conciencia individual es el más grande invento del nuevo modo de pensar. Y todo en

la ciencia, en el arte, en la sensibilidad renacentista se orienta hacia esa exaltación de la subjetividad

del hombre. El criterio de autoridad abandona su puesto a la convicción íntima basada en la

evidencia. Las oscuras entidades metafísicas se deshacen en la clara sucesión de razones

matemáticas. La desconfianza, el odio hacia la naturaleza, son sustituidos por una optimista y alegre

visión de las infinitas bondades que moran en el impulso espontáneo, en el directo hacer de las

cosas. El universo es como un libro en donde está escrita la verdad suprema. Y para entender la

lengua en que está compuesto, no hace falta más que la razón misma del hombre, la matemática

aplicada a la experiencia. (2)

Así,pues, por una parte, la exigencia máxima del espíritu científico es, en el

Renacimiento, la claridad evidente de la razón individual; por otra parte, la solidez de la nuova

scienza proviene ante todo de su carácter matemático y experimental; en fin, la fuente purísima de

todo valor, especulativo y práctico, se encuentra ahora en el sujeto, en la interioridad de la reflexión

personal creadora. Todos estos nuevos anhelos, esa nueva sensibilidad teórica y moral, imponen

nuevos rumbos al pensamiento filosófico; danle por de pronto libertad para manifestarse original y

creador; pero también le indican una orientación inédita, y, por decirlo así, un problema virgen:

hallar una definición del hombre que baste a explicar la objetividad de su producción científica

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