EDUCACIÓN PREHISPÁNICA
Enviado por teck17 • 1 de Febrero de 2013 • 7.281 Palabras (30 Páginas) • 451 Visitas
LAS ESCUELAS. LOS REQUISITOS DE INGRESO AL CALMÉCAC. LOS PADRES ADOPTIVOS. LA EDAD DE INGRESO. LA EXISTENCIA DE DIFERENTES ESCUELAS Y GRADOS EN LA EDUCACIÓN PREHISPÁNICA. LOS CALMÉCAC EN EL TEMPLO MAYOR DE MÉXICO. LAS PROHIBICIONES. LOS PADRES ADOPTIVOS Y LA TRANSMISIÓN DEL ARTE. EL APRENDIZAJE DEL ARTE EN EL CALMÉCAC. EL CULTIVO DE LA MEMORIA POR MEDIO DE LAS PICTOGRAFÍAS O MNEMOTECNIA
Evidentemente, esta cuestión aparentemente simple encubre toda una serie de nuevas preguntas: ¿A qué se debe que los puntos de vista de los historiadores difieran entre sí a tal punto, incluso en los problemas concretos? ¿Significa quizás que los historiadores, al perseguir objetivos extra-científicos, falsean la verdad intencionadamente? Si esto es así, ¿qué significan entonces el conocimiento objetivo y la verdad objetiva en la ciencia de la historia? ¿Cómo se consiguen? ¿Por qué distintos historiadores, que parten de fuentes idénticas, trazan descripciones tan diferentes e incluso contradictorias, del proceso histórico? Estas descripciones distintas constituyen otras tantas verdades objetivas diferentes.
Adam Schaff, Historia y verdad.
Es indudable que en el desarrollo de la evangelización del indígena la educación de niños, jóvenes y adultos fue una de las tareas más importantes. Sin embargo, los frailes pronto se dieron cuenta de que sus esfuerzos solamente fructificaban en los niños y algunos jóvenes, y no con ciertos adultos, ya que éstos aparentaban aceptar lo que se les decía, mas en cuanto se veían solos volvían a sus prácticas idólatras. Ignoraban los frailes que tras de ese empecinamiento estaba un hecho de extraordinaria importancia: la educación que habían recibido en sus escuelas, y que muchos de esos hombres habían sido maestros-sacerdotes de las diversas deidades. Largos años de estudios “teológicos” realizados en el calmécac no podían olvidarse fácilmente. Por otra parte, estos mismos individuos trataron de contrarrestar la actividad de los evangelizadores exhortando a su pueblo a rebelarse en contra de los intrusos:
diciendo a los indios que por qué no le servían y adoraban como antes solían, pues era su dios; que los cristianos presto se habían de volver para su tierra; y a esta causa los primeros años siempre tuvieron creído y esperaban su ida. Otras veces decía el demonio, que aquel año quería matar a los cristianos; otras veces les amonestaba que se levantasen contra los españoles. Otras veces decían los demonios que no les habían de dar agua, ni llover porque los tenían enojados.1
Es necesario aclarar que ese demonio de quien habla fray Toribio de Benavente Motolinía en el párrafo anterior, y en muchos más, no es otro que el sacerdote, o mejor dicho los diversos sacerdotes que hablaban en nombre de sus deidades y a quienes los seguidores de los frailes, conversos incipientes, habían traicionado. Estos “demonios”, decíamos, fueron hombres sabios, de vivir austero, encargados de dirigir los ceremoniales religiosos, aconsejar a los gobernantes y regir las escuelas que había por todos los pueblos y provincias de Mesoamérica, estuviesen sujetos o no a Tenochtitlan, donde, igualmente, se opusieron a las predicaciones de los evangelizadores.
Por esta razón es imprescindible estudiar, aunque sea en forma breve, el sistema educativo prehispánico, pues en él residen las explicaciones de hechos ocurridos a lo largo de la evangelización de los hombres mesoamericanos, tanto en el comportamiento de los indígenas como en el de los frailes. Todos cuantos escribieron acerca de la vida indígena lo mencionan de modo más o menos escueto, indicando así su importancia. En ocasiones las noticias son contradictorias y no siempre es fácil conciliar las opiniones en más de un aspecto. Mas todos coinciden en asignar a la religión una enorme preponderancia. Se nacía, vivía y moría de acuerdo con el designio de los dioses. El trabajo, la guerra y el comercio, las fiestas, el arte –que era del dominio sacerdotal–, todo, en suma, era regulado por el pensamiento religioso y los sacerdotes gozaban de sumo respeto; además, éstos dictaban las normas de comportamiento, junto con el gobernante, quien también había tenido que estudiar la carrera religiosa antes de ser ungido para hacerse cargo de las obligaciones estatales. Por eso, y para alcanzar las metas que los indígenas se propusieron, la educación de la juventud fue fundamental y alcanzó gran desarrollo, además de ser objeto de estricto control.
La severidad de las normas escolares implantadas por estos hombres pocas veces, quizá, puede hallar parangón en otras latitudes, pues no se permitía transgresión alguna por mínima que fuese, incluso a los hijos de gobernantes. A lo anterior habrá que agregar la eficiencia de los sistemas de transmisión de los conocimientos. De las escuelas saldrían, al cabo de un periodo no bien conocido, otros servidores de los dioses, los gobernantes mayores y menores, los jueces, los comerciantes y los guerreros, pues la guerra desempeñó un papel primordial en la sociedad teocráticomilitarista que imperaba en los pueblos mesoamericanos.
LAS ESCUELAS
De acuerdo con los cronistas, hubo dos escuelas básicas: el telpochcalli y el calmécac, con sus ramas masculina y femenina. En líneas generales, la primera fue más numerosa y se encargaba del entrenamiento militar y de algunas actividades de tipo civil. La segunda, de miras más selectas, educaba a sus alumnos principalmente en el aspecto religioso, que lo abarcaba todo, pero también instruía sobre la ciencia de ese tiempo, la historia, la economía, la política, el comportamiento social, las leyes, la astrología (muy relacionada con la astronomía) y el arte, puesto que, como se verá adelante, los artistas eran sacerdotes y maestros en la rama que tenía asignado el calmécac: pintura, escultura, arquitectura, orfebrería, cerámica o plumaria, ya que es posible que haya habido cierta especialización.
Respecto al calmécac, asienta Sahagún que allí los alumnos eran “labrados y agujerados como piedras preciosas, y brotan y florecen como rosas; de allí salen como piedras preciosas y plumas ricas, sirviendo a nuestro Señor; en aquel lugar se crían los que rigen, señores y senadores y gente noble, que tienen cargo de los pueblos; de allí salen los que ahora poseen los estrados y sillas de la república, donde los pone y ordena nuestro señor que está en todo lugar...”2
El calmécac, o quizás sea mejor decir de ahora en adelante los calmécac, puesto que hubo varios, por lo menos en Tenochtitlan, según lo veremos posteriormente, fueron también “casas de lloro y de tristeza”, como lo relata fray Bernardino,
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