ENSAYO LOS 100 MITOS
Enviado por • 2 de Junio de 2014 • 7.481 Palabras (30 Páginas) • 243 Visitas
PRESENTACIÓN
Además de los derramamientos de sangre, podemos afirmar que la otra gran constante en la historia de México es la mentira. ¿Existirá alguna relación entre estas dos inclinaciones de los mexicanos? Es preciso que veamos de frente y sin prejuicios nuestro pasado. La falta de una buena memoria está ligada a la falta de una verdadera ciudadanía: será el conocimiento de nuestro pasado lo que nos ayudará a conformar una verdadera conciencia crítica y un horizonte promisorio hacia el cual dirigirnos. Los perversos mitos que difunde la historia oficial no deben impedirnos configurar una imagen justa de nosotros mismos, una imagen clara que enaltezca y destaque nuestra inteligencia y nuestra dignidad; pero es preciso que descorramos esos velos funestos que, en su empeño por hacer duradero el dominio de uno u otro grupo político, la historia oficial ha difundido irresponsablemente. Si la verdad nos hará libres, vayamos, sin tardanza alguna, a su encuentro.
Francisco Martín Moreno
LA VIRGEN DE GUADALUPE EXISTE
En diciembre de cada año millones de mexicanos se martirizan para rendir pleitesía a la patrona de México: algunos se hieren el cuerpo, otros caminan hasta el desfallecimiento y otros más avanzan de rodillas, a lo largo de la Calzada de los Misterios o frente al altar, con la esperanza de que sus problemas se resuelvan. Los peregrinos llegan de muchos lugares: la mayoría han caminado desde los rincones más remotos del país, otros proceden de los Estados Unidos o de Centroamérica. Los peregrinos llevan de la mano a sus parientes enfermos tal vez incurables, a sus hijos, o incluso a sus animales, para que sean bendecidos. Y mientras esto ocurre algunos artistas aprovechando la ocasión incrementan su popularidad cantándole “Las Mañanitas” a la Guadalupana. Los peregrinos se gastan lo que no tienen durante el viaje y terminan de empobrecerse cuando depositan en los cepos las monedas que ganaron sudando sangre. Las arcas de la basílica reciben toneladas de monedas, billetes de todas las denominaciones, la mayoría extraídos de un desgastadísimo paliacate, y hasta cheques con olor a lavanda inglesa. El destino de estas sumas de dinero siempre ha sido incierto, aunque la vida de los abades de la basílica, por lo general, ha distado mucho del ideal franciscano, que exige votos de pobreza, de castidad y de humildad (¿pero quién los practica hoy en día, sobre todo el de la castidad?) Oficialmente, la virgen de Guadalupe merece esta veneración y más: ella guió al cura Miguel Hidalgo en su lucha por la libertad, también le dio nombre al plan que enarboló Venustiano Carranza en contra de Victoriano Huerta y bendijo la lucha zapatista; asimismo, se dice, ella ha realizado un sinnúmero de milagros en favor de sus fieles devotos... Sin embargo, los mexicanos —en este y en otros casos en realidad sólo se arrodillan ante un mito que es necesario develar.
LOS PROTAGONISTAS: LA PRIMERA MENTIRA
Adentrémonos por un momento en la historia oficial del aparicionismo. En el Nican mopohua —el documento más importante del mito guadalupano se afirma que en diciembre de 1531 la virgen se le reveló a Juan Diego, y que le encomendó encontrarse con fray Juan de Zumárraga para que el entonces obispo ordenara la construcción de su “casita sagrada”. La crónica de los hechos también nos dice que el sacerdote no le creyó a Juan Diego y que le exigió una prueba de sus dichos; así, unos días después el indígena volvió a presentarse ante Zumárraga y desplegó su ayate, de donde cayeron cientos de rosas, dejando ver la imagen que la divinidad había pintado en la burda tela. El milagro se había realizado y la aparición de la virgen se convirtió en una verdad a toda prueba. Hasta aquí parecería que no hay falsedad, pero un análisis histórico de estos hechos revela cuando menos dos graves mentiras: Zumárraga, uno de los clérigos que estuvo a punto de perder su cargo por asesinar indígenas, nunca creyó en la aparición ni dejó prueba de ella, pues en su Regía cristiana, libro que publicó dieciséis años después de los hechos narrados en el Nican mopohua escribió algunas palabras que ponen en entredicho el milagro del Tepeyac: “¿Por qué ya no ocurren milagros? [...] porque piensa el Redentor del mundo que ya no son menester”. Si fray Juan de Zumárraga hubiera atestiguado la aparición guadalupana un milagro más allá de todas las suspicacias— no habría afirmado que “ya no ocurren milagros” y habría dedicado muchas páginas a la defensa de la aparición, algo que nunca hizo. Zumárraga, a pesar de los afanes de la alta jerarquía católica, deseosa de exterminar a las deidades precolombinas, queda descartado como protagonista de los hechos: él mismo negó la existencia de los milagros y nunca escribió una sola palabra sobre la Guadalupana. Pasemos a la segunda mentira: si el Nican mopohua dice la verdad, Juan Diego sí existió y su tilma prueba el milagro. Sin embargo, durante más de tres siglos los historiadores guadalupanos no han logrado ponerse de acuerdo en tres hechos cruciales: 1) dónde nació este indígena, pues el lugar de su alumbramiento se lo han disputado Cuautitlán, San Juanico, Tulpetlac y Tlatelolco, 2) cuándo nació, pues nunca se ha encontrado su fe de bautizo ni tampoco un solo documento contemporáneo que dé cuenta de él, y 3) si en verdad existió el personaje, pues en 1982 Sandro Corradinni, el relator de la Congregación para la Causa de los Santos, sostuvo que: “de Juan Diego no hay nada. La virgen de Guadalupe es un mito con el que los franciscanos evangelizaron a México. Juan Diego no existió” (revista Proceso núm. 699). Contra lo que podría suponerse, las dudas sobre la existencia de Juan Diego no fueron presentadas sólo por la Congregación para la Causa de los Santos: en la propia basílica, monseñor Schulemburg se opuso a la canonización del indígena con un argumento que fue muy criticado: se podía ser guadalupano sin creer en la aparición ni en la existencia de Juan Diego. Aunque la opinión de Schulemburg debido a su condición de abad del templo puede ser puesta en entredicho, no puede hacerse lo mismo con los argumentos de uno de los principales intelectuales de la iglesia católica de nuestro país: Miguel Olimón No lasco, quien negó la existencia de Juan Diego con un argumento digno de ser transcrito: primero se tomó la decisión de canonizarlo a como diera lugar y después se acomodaron las piezas para respaldar con supuestas pruebas históricas su existencia y milagros. Los encargados de llevar a buen fin la causa de Juan Diego hicieron lo que los buenos historiadores no deben hacer: recurrieron a lo que E.H. Carr, en su clásico ¿Qué es la historia?, llama el método de tijeras y engrudo, consistente en recortar de aquí y allá y pegar lo recortado para que aparezca como un todo armonioso
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