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El Arte Egipcia

jorge4164162 de Noviembre de 2012

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Introducción

El arte egipcio estará definido por los deseos de los faraones de construir obras eternas y pasar a la posteridad como sus inspiradores. Esta es la razón por la que utilizarán piedra para levantar los edificios más significativos: los templos, donde se honra a los dioses, y las tumbas, donde se perpetúa la memoria de los difuntos.

Estos edificios están profusamente decorados bien con elementos vegetales, animales, jeroglíficos, escenas históricas, etc. La mayoría de estas decoraciones se realizan en relieve, siendo una de las principales fuentes para el conocimiento de la historia de Egipto. Los templos son construidos por los faraones para sus eternos padres.

A veces se considera que para comprender el arte en el antiguo Egipto es necesario despojarse de cualquier tipo de intencionalidad estética, ya que se trata de un arte predominantemente utilitario. A lo largo de toda su evolución histórica, se fue configurando un estilo inconfundible, que permaneció tal a pesar de la evolución que, sin duda, hubo de producirse en el transcurso de treinta siglos. Pinturas, esculturas y monumentos fueron considerados desde el perfil de la eficiencia, ya que tenían un fin evocativo. La vida se traducía en la obra, realizada en el espíritu de cánones y módulos precisos, que el artista debía aplicar y seguir diligentemente, en tanto se trataba de un funcionario que seguía determinadas reglas prefijadas.

Las pinturas y relieves, así como las esculturas, se encontraban en contextos muy específicos -generalmente templos o sepulturas. En estos contextos las representaciones no servían sólo como medio de decoración, sino que además contribuían a un fin religioso y/o político.

En general, no se puede negar que las representaciones transmiten un mensaje claramente político-religioso o mágico. El arte estaba impregnado de una magia, característica que se mantuvo durante todo el período faraónico, y esta jugaba un papel muy importante en la vida de los antiguos egipcios.

Por esto el arte egipcio está regido por convenciones y cargado de simbolismo. Las imágenes y esculturas tenían todo un idioma propio, con estrictas peculiaridades a las que el artista debía sujetarse para que su trabajo sea valedero. Estas convenciones o cánones, así como todo un sistema de símbolos ya estaban incluidos en la codificación del lenguaje artístico.

Si estas convenciones y simbolismos obligatorios eran limitadores del arte y artista egipcios o, por el contrario, propulsores del desarrollo cultural es lo que se pretende dilucidar. Esto se hace analizando el legado artístico egipcio.

Representaciones bi-dimensionales.

Para los antiguos egipcios lo importante era la “esencia eterna”, lo que constituía su visión de la realidad constante y sin cambios. Se trataba de “captar a través del mundo sensible, un universo inteligible; de expresar, no los aspectos cambiantes de los seres y las cosas, sino sus constantes, en resumen, de tender hacia la inscripción de lo absoluto, liberándose progresivamente de lo relativo”.

Por lo tanto sus agudas observaciones de la naturaleza (evidentemente, pintadas de memoria) estaban sujetas a unas formas estandarizadas que muchas veces se convertían en símbolos. No se debe a ningún tipo de “primitivismo” el hecho de que sus escenas parezcan decididamente irreales: su habilidad técnica y su evidente comprensión de las formas naturales deja esta cuestión bien clara; más bien es la consecuencia directa de la función esencialmente intelectual de su arte. Cada sujeto se mostraba desde el ángulo que lo hacía más fácilmente identificable y, según una escala basada en el rango, de mayor o menor tamaño según la jerarquía social. Esto daba lugar a imágenes esquemáticas y de muchas formas. Esta dominante preocupación por la claridad y la representación “rigurosa” se aplicaba a todo tipo de temas, y por eso, la cabeza humana siempre se muestra de perfil, aunque los ojos se dibujan de frente. Por esta razón no hay perspectiva en la pintura egipcia, todo aparece en dos dimensiones.

Hacia el 3.200 a.C. se produjo un avance que estableció las características que han de mantenerse invariables hasta el fin del imperio: aparece al fin la línea de suelo, sólidamente trazada, sobre la cual se alinean las figuras. Éstas se someten a una rígida jerarquización de tamaños y se acompañan de símbolos de status o divinidad, es decir, se conjuga -poco hábilmente en estos momentos- realismo más pictografía. La representación de la figura humana se realizaba según la llamada “regla de proporción”, un estricto sistema geométrico de cuadrículas que aseguraba la repetición exacta de la forma ideal egipcia a cualquier escala y en cualquier posición. Era un sistema infalible que regulaba las distancias exactas entre las partes del cuerpo, que se dividía en 18 unidades de igual tamaño situadas en relación a unos puntos fijos de la cuadrícula; incluso especificaba la anchura exacta de la zancada de las figuras que aparecían andando y la distancia entre los pies (ambos pies se reproducían por la cara interna) en las figuras que estaban de pie.

Por lo demás, las figuras humanas aparecen en una edad determinada: en los hombres la de mayor vigor y en la mujer la de más belleza. La piel de los primeros está pintada de rojo ocre y la de las segundas de color amarillo claro.

Cuando aparecen niños representados, generalmente tienen un dedo en la boca, signo de sus costumbres infantiles. A veces esta actitud se confundió con el gesto de “silencio”.

Todo esto tendía a lograr el tipo clásico egipcio o, en otras palabras, se buscaba representar la sustantividad egipcia. Esta representación debía ser siempre objetiva y respondía a un propósito ideal. Los objetos se representaban en función de su conocimiento más que de su observación. Al pintar, combinaban varios puntos de vista de un objeto para crear imágenes de gran claridad y simplicidad. Se ha creado el término “perspectiva simultánea” para designar este modo de representación. La pintura egipcia no era un naturalismo, no hacía el papel de espejo que reflejara el objeto representado, sino que mostraba la estructura misma del objeto, a fin de que la pintura representara el arquetipo.

Se puede decir que es un arte intelectualista, puesto que es el resultado de un trabajo de abstracción, entendiendo como tal a la operación intelectual que consiste en separar mentalmente lo que es inseparable en la realidad. Abstrayendo se descubren las relaciones de semejanza que existen entre los objetos y nos elevamos a la noción de lo que les es común. Es el instrumento de la generalización, porque no podemos concebir los conocimientos generales sin eliminar lo individual, es decir, sin abstraer.

Otra convención que regía para las representaciones bidimensionales era la llamada “representación por planos”: las figuras parecían surgir de las líneas horizontales que se trazaban al efecto. Toda la composición tenía una ordenación lineal, a tal punto que se formaban verdaderas bandas o zonas, unas sobre otras. Los objetos más cercanos se situaban más abajo, mientras que los más alejados estaban emplazados en un nivel superior.

Las bandas podían también mostrar una secuencia temporal, que iba de derecha a izquierda y verticalmente de abajo hacia arriba.

Estatuaria

En la estatuaria o escultura de bulto la figura humana, al igual que en los relieves o pinturas, tenía poco movimiento. Las actitudes son siempre de reposo; nunca se representan movimientos bruscos ni esfuerzos. En general, se procuraba plegar los miembros sobre el cuerpo y que el tocado descansara sobre los hombros.

En las estatuas sedentes las manos descansan sobre los muslos o están cruzados sobre el pecho; las piernas están pegadas al asiento (que es generalmente de forma cúbica) y los pies están juntos. Las figuras de pie es frecuente que estén adosadas a un pilar.

Se sostiene que esto era debido más que nada al material usado. Con el objeto que no se quebrara la piedra, supuestamente los escultores reforzaban todo lo posible los miembros. Sin duda que no era ésta la razón principal, si bien fue una circunstancia a tener en cuenta. La razón principal más bien hay que buscarla en el hecho de que las estatuas, al igual que las pinturas y relieves, se elaboraban con el objeto de transmitir mensajes político-religiosos o mágicos.

En el caso de las estatuas de gran tamaño, por ejemplo, los volúmenes compactos provocaban una sensación de grandiosidad y potencia adaptados al ideal faraónico. Puede verse que los rostros, por lo demás, no expresan nunca emociones, más bien parecen sonreír misteriosamente, como la Esfinge.

Ya desde el Imperio Antiguo se establecieron tipos fijos para la estatuaria: la estatua sedente, la estatua de pie (con el izquierdo avanzado), el grupo de hombre y mujer, el escriba sentado en el suelo con las piernas cruzadas, el rey oferente.

Una forma muy curiosa fue la estatua-bloque o estatua-cubo, cuya tradición, iniciada en el Antiguo Imperio fue característica del Imperio Medio y persistía aún en la Época Baja. En ellas, el personaje, representado sentado en el suelo, apoya los brazos sobre las rodillas levantadas casi hasta el mentón. El vestido, extendido sobre las piernas y a menudo cubierto de inscripciones, lo hace aparecer encerrado en una especie de dado. La cabeza se destaca sobre la forma rígida y pesada. Hay autores que dicen que el cubo es el destino que limita y encierra a todos los humanos y ven a la figura encerrada en él sumida en meditación, como entregada a una voluntad superior.

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