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El Cid: Entre El Mito Y La Historia


Enviado por   •  20 de Agosto de 2012  •  7.991 Palabras (32 Páginas)  •  730 Visitas

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El Cid: entre el mito y la historia

Conferencia pronunciada en el Ateneo de Madrid el día 10 de Noviembre de 2011

Ante todo quisiera gradecer a la Sección de Mitos, Religiones y Humanidades del Ateneo de Madrid la oportunidad que me han brindado de glosar esta noche una figura tan fascinante como la del Cid.

El principal objetivo de esta charla es que descubramos juntos, de forma sencilla y amena, la vida del auténtico Rodrigo Díaz, el que vivió a mitad del siglo XI, y cuyo recuerdo alimentó la imaginación de las generaciones posteriores, convirtiéndose en una leyenda, un personaje literario, un mito en el que se mezclan elementos reales y ficticios, que ocultan al Cid histórico de la misma forma que sucesivas capas de pintura nos impiden ver la decoración original de esta sala.

Comencemos haciendo un breve recorrido por las obras literarias que dieron origen a su leyenda, y analicemos cómo, posteriormente, su imagen fue aprovechada para fines ideológicos, sufriendo los vaivenes políticos del siglo XX.

Los tres primeros textos que tratan sobre El Cid datan del siglo XII y están escritos en latín: El primero es "Historia Roderici", crónica biográfica, precisa e imparcial, en la que se alaban sus hazañas, sin ocultar sus defectos, y que es considerada por los historiadores actuales como la mejor fuente de información sobre su vida. Le sigue "Carmen Campidoctoris", un himno panegírico, encontrado en el Monasterio de Santa María de Ripoll, Gerona, en el que se le compara con Pirro y Eneas. Este tono laudatorio lo conserva el "Poema de Almería", dedicado a varios héroes castellanos. Una de sus estrofas dice textualmente: "Rodrigo, que fue llamado a menudo Mio Cid, nunca fue vencido por sus enemigos, dominó a los moros y a nuestros condes, jamás se ensalzó a sí mismo, sino que elogió a Alvar Fáñez. Sin embargo os confieso una verdad que no cambiará con el tiempo: Mío Cid fue el primero y Alvaro el segundo".

Tal vez estas frases inspiraron el título y el argumento de "El Cantar del Mío Cid", la primera canción de gesta escrita en castellano que, mediante una técnica épico-dramática, recrea libremente los últimos años de la vida de Rodrigo Díaz de Vivar, al que muestra como un infanzón sin linaje y de escasa fortuna; pero que, a pesar de las dificultades que representan un destierro injusto, la separación de su familia y la falta de recursos económicos, que le obligan a guerrear constantemente, o la traición de sus yernos, es un hombre valiente, de carácter optimista y generoso; leal a su rey; buen marido, buen padre; amado por sus vasallos y respetado por los musulmanes, entre los que cuenta con buenos amigos.

A mediados del siglo XIII, en tiempos de Fernando III "El Santo", se redacta la "Leyenda de Cardeña", en la que al mismo tiempo que se introducen nuevos elementos legendarios (se le aparece San Lázaro en la figura de un leproso; gana una batalla después de muerto, etc.) su autor le describe como un héroe cristiano ejemplar e invencible. Sin embargo, en "Las Mocedades de Rodrigo", cantar de gesta de la segunda mitad del siglo XIV, es retratado como un joven arrogante, cínico e insolente, que para vengar una afrenta, mata al conde Gómez Lozano, padre de Jimena. Este episodio novelesco, junto con el de la Jura de Santa Gadea, se convierte en uno de los favoritos del romancero de los siglos XV y XVI.

A principios del XVII, Guillén de Castro estrena el drama "Las Mocedades del Cid", en el que se refunden doce romances y parte de "La Leyenda de Cardeña". En su argumento, El Campeador es tratado con esa mezcla de picaresca y bravuconería que caracteriza a los personajes del Siglo de Oro. A mitad del cual, la decadencia de las armas españolas hace que la figura del hidalgo pierda su prestigio social. Recordemos el éxito que obtuvo Cervantes cuando publicó la historia de Don Quijote de la Mancha, desmitificando el ambiente cortés de las novelas de caballería, a través de la locura de un hidalgo de aldea, tan ridículo como tierno. La imagen del Cid no es inmune a este ambiente y comienza a protagonizar comedias y entremeses donde se le parodia o se le ridiculiza. Su imagen queda tan desprestigiada que, durante el siglo XVIII, los ilustrados dudan de su existencia. Sin embargo, en el año 1.785 Manuel Risco encuentra el manuscrito de la "Historia Roderici" en la Colegiata de San Isidoro de León, lo traduce y en 1792, para demostrar su entidad histórcia, publica un ensayo, titulado "La Castilla y el más famoso castellano", en el que se incluyen la carta de arras de su boda con doña Jimena y el texto latino de la "Historia Roderici".

Bajo el influjo del movimiento romántico, en el siglo XIX, regresa el Cid del romancero, protagonizando novelas históricas al estilo de Walter Scott, dramas y folletines. Y si autores como Hartzenbusch y Zorrilla vuelven a ponerlo de moda, también a partir de entonces los historiadores comienzan a plantearse en serio el separar la realidad de la ficción. A finales del XIX, el holandés Reinhart Dozy (en cuyo subconsciente tal vez influyó la imagen del Duque de Alba), forja la "leyenda negra del Cid", en la que partiendo de los textos de algunos cronistas árabes, le describe como un mercenario cruel, ambicioso y antipatriota. Ramón Menéndez Pidal reacciona publicando en 1.929 "La España del Cid", un trabajo histórico, en el que restituye su buen nombre, convirtiéndole en un referente patriótico y haciendo resaltar sus cualidades sobre las de Alfonso VI. En sentido contrario, el historiador Gonzalo Martínez Díez defiende al monarca leonés, al que califica de hombre "cauto y prudente "y aunque reconoce que (leo textualmente) "Rodrigo Díaz de Vivar fue el héroe siempre victorioso y fiel vasallo a su señor Alfonso, también fue un hombre de carácter difícil e independiente que encontró, a pesar de su lealtad y fidelidad nunca desmentidas hacia su rey, dificultades para amoldarse a los planes más sutiles y políticos de quien tenía la responsabilidad de todo el reino". Fin de la cita. Por su parte, el medievalista británico Richard Fletcher, en el prólogo de su obra "The Quest for the Cid", contribuye a "leyenda negra", describiéndole como "un mercenario que combatió en su propio beneficio". Rizando el rizo de los estudios históricos, el profesor de la Sorbona Georges Martin se pregunta en un artículo "¿Fue el Cid castellano?".

Pero, como ya dijimos más arriba, en el siglo XX los políticos aprovechan su imagen popular para convertirle en un referente o para postergarle en el olvido: El

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