El Espejo Enterrado
Enviado por LaVane • 4 de Mayo de 2014 • 1.257 Palabras (6 Páginas) • 356 Visitas
En su ensayo “La comedia mexicana de Carlos Fuentes”, publicado por primera vez en el número 139 de la revista Vuelta, en junio de 1988, y recopilado después en el libro Textos heréticos, de 1992, Enrique Krauze hace una revisión bastante completa y aguda de la obra de Carlos Fuentes. En una primera lectura el texto puede parecer agresivo e injusto, sobre todo si uno es admirador de Fuentes. Así me lo pareció a mí la primera vez que accedí a él, hace unos diez años. Sin embargo, leído a la distancia, con la cabeza más fría, resulta un examen implacable pero ecuánime de los méritos y debilidades de uno de los más versátiles y ambiciosos narradores mexicanos del siglo XX.
En “La comedia mexicana…”, Krauze da en el blanco: la retórica y la afectación son los talones de Aquiles de la obra fuentesiana. Dice el ensayista: “En La región más transparente el pueblo no padece ni trabaja: reflexiona filosóficamente sobre la pobreza en medio de una parranda interminable y trágica”. Agrega más adelante: “En nombre del derecho experimental, Fuentes escribe novelas sin centro: vastos, confusos, disformes y abrumadores happenings literarios, volátiles parodias de otras novelas propias o ajenas, o de sí mismas”. En cuanto a Terra nostra, afirma: [en la novela] abundan las interpolaciones, pastiches y paráfrasis que Edmund Wilson, al criticar el Ulises, encontró desmesuradas, impropias y <artísticamente indefendibles>”.
Una última cita de Krauze sobre Fuentes: “En la necesidad de impregnar cuanto dice de su sentimentalidad y su retórica de poeta lírico ha estado siempre su corazón de escritor y su problema como novelista. Por las palabras, Fuentes es, para bien y para mal, un verdadero escritor, un gran talento sin obra definitiva. La misma, antigua obsesión que lo ha llevado a intentar experimentos riesgosos y lograr páginas de admirable vitalidad, lo ata a un tiempo y una retórica que pasarán muy rápido”.
No estoy de acuerdo con la teoría de Krauze según la cual los defectos como escritor de Fuentes se deben al desarraigo que padeció desde chico por vivir en diversos países y hablar diversas lenguas. Por el contrario, creo que ese “desarraigo” enriquece en vez de empobrecer. Además, no creo que de conocer una realidad presuntamente objetiva dependa el éxito o el fracaso del novelista, sino de qué tan persuasivamente invente un mundo que no tiene por qué reflejar de forma fiel el externo; esta es una cuestión más técnica que vivencial. Fuera de ello, podría suscribir con puntos y comas las afirmaciones del crítico e historiador. Como él, creo que el mejor Fuentes surge cuando se despoja de toda esa palabrería sofística, que suena muy bonita pero no dice nada, y deja de inmiscuirse en los parlamentos y pensamientos de sus personajes: en Aura, por ejemplo, y en sus mejores cuentos. En esas obras, el autor está menos preocupado por deslumbrar al lector con su lenguaje, con sus presuntos hallazgos verbales, sus piruetas técnicas, que por contar una historia de forma convincente, sin excesos, con personajes verosímiles, que no suenan siempre fuentesianos.
La retórica de Fuentes no se limita a su ficción, sino que se extiende a sus ensayos. ¿Quién entiende, por ejemplo, los galimatías de La nueva novela hispanoamericana? (Lástima que no tengo a la mano un ejemplar para citar sus elocuentes enredos). En vez de iluminar, los ensayos de Fuentes suelen oscurecer las materias que aborda. También como ensayista don Carlos es víctima de la desmesura de su propio lenguaje. Sin embargo, hay excepciones. Una de esas excepciones es el libro que ahora me ocupa, a mi juicio uno de los principales libros de la obra de Fuentes: se trata del ensayo histórico El espejo enterrado.
En 1989, patrocinado por el Grupo Prisa (dueño del diario El País y del grupo editorial Santillana), Fuentes empezó a filmar una serie escrita
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