El Periodo Battlista
Enviado por mero5 • 9 de Septiembre de 2012 • 1.309 Palabras (6 Páginas) • 532 Visitas
el período batllista
“... el Uruguay ... en el primer cuarto del siglo fue repatriando sin pausa su deuda externa mientras que todo el cerco de garantías se completaba con la política de nacionalización de los servicios públicos que es uno de los timbres de orgullo del Batllismo. Si ya antes de él y durante la década del noventa habían sido preservados para el país el Banco Hipotecario (1892) y el Banco República (1896), fue el impulso batllista el que completó la obra y rescató lo rescatable. Contra muchas reticencias internas, contra presiones internacionales, cautas pero evidentes, se nacionalizaron totalmente el Banco de la República (1906-1911), el Hipotecario (1912), se estableció el monopolio de los seguros más importantes y se organizó su Banco (1911), se estatizaron los servicios del Puerto (1916), se crearon los ferrocarriles del Estado (1912), pasaron a manos públicas los servicios de energía eléctrica (1912), los telégrafos (1915), se planteó la orientalización del cabotaje (1912) y se proyectó –desde los primeros años del Batllismo- la nacionalización y el monopolio estatal del alcohol, el tabaco y las aguas corrientes. Hacia el final del primer tercio del siglo se formó (no sin resistencia batllista en cuanto a su carácter mixto y privatista) el Frigorífico Nacional (1928) y fue la Administración de las Usinas y Teléfonos del Estado (1931) la última gran expresión del período que fenecía.”
(Real de Azúa, Carlos – “El impulso y su freno” Ed. Banda Oriental. Uruguay, 1964. p. 23)
“Sea ha hecho referencia a la industrialización. Todo el curso del Batllismo sería virtualmente inexplicable sin esta pieza fundamental. Ya las leyes de 1875 y 1888, reaccionando contra el librecambismo de 1860 había echado sus bases y le habían impreso las características previsibles; industrias livianas, de consumo, de las llamadas ‘tradicionales’ en la terminología desarrollista. Solo más tarde, las dos guerras mundiales serían las que lo impulsarían sustancialmente y esto con todas las limitaciones imaginables en un pequeño mercado consumidor y de baja capacidad de exportación. Es difícil negar, con todo, los empeños que en el entremedio velaron por ese proceso industrializador y la cuidadosa atención que el Batllismo le prestó. A ella debe imputarse la promoción (...) de una clase obrera estable y básicamente integrada en la sociedad global del país. También el ensanchamiento de la habilitación técnica que representaron ciertas formas de fomento educacional, una nueva organización de la enseñanza industrial (1916) y, en general, el designio de una auténtica difusión de los estudios. Todos estos avances constituyeron tal vez los rubros menos deliberados pero de más largos y amplios efectos; no podría discutirse sin embargo que la clave de esa industrialización, que no es injusto llamar batllista, fue la política aduanera proteccionista -...- las relativamente tardías leyes de privilegios industriales (1919 y 1921) y ciertas medidas fiscales, entre las que resultaron fundamentales las normas de 1906, 1911 y 1912 –especialmente las de este último año- sobre franquicias a materias primas y máquinas.”
(Real de Azúa, ob. cit. p. 24)
“... la tarea educacional de esos años, que fue, en buena parte, obra batllista y que se orientó, como más arriba decía, en el sentido de universalizar efectivamente la enseñanza. Las escuelas nocturnas para adultos (1906), los liceos departamentales (1912), el Liceo Nocturno (1919), la Universidad de Mujeres (1921) participan de un propósito que se une espontáneamente con la extensión del principio de gratuidad –implantado en las leyes Varela-Latorre de 1877 para la etapa escolar, extendido en 1916 para la media y superior- y con el de laicidad, consolidado en 1909. Aquellas instituciones, estos principios (sobre todo si se les agrega el de la obligatoriedad escolar, también de 1877), caracterizan nuestra educación. Pero además señalan la fidelidad con que el Batllismo recogió su inspiración tradicional, su veta iluminista, su profunda fé en la cultura intelectual como factor de movilidad social ascendente aunque también (sería un matiz diferencial con los admirados Estados Unidos) el ‘tope’ –así hay que llamarlo- ‘mesocrático’ de esa movilidad.”
(Real de Azúa, ob. cit. p. 25)
“La ley de ocho horas
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