FUERZAS PRODUCTIVAS DEL PORFIRIATO
Enviado por 17170 • 18 de Febrero de 2013 • 4.360 Palabras (18 Páginas) • 1.431 Visitas
El gobierno de Porfirio Díaz estableció una prolongada época de paz y estabilidad política en México después de varias décadas de guerras civiles y guerra contra los Estados Unidos y Francia. La política de modernización económica de Porfirio Díaz se basó en promover la inversión extranjera, crear una amplia infraestructura y construir una amplia red de ferrocarriles en el país. En la agricultura, el modelo se basó en la gran propiedad terrateniente y en el sometimiento de los pueblos campesinos. Uno de los ejes de esa política agrícola fue la ofensiva contra la propiedad comunal de la tierra campesina. Durante el gobierno de Porfirio Díaz se privatizaron casi 40 millones de hectáreas de los pueblos campesinos, una cuarta parte del territorio nacional. Ese proceso de privatización de la tierra fue un proceso diferenciado por regiones, al igual que la subordinación por las grandes haciendas de los pueblos y de la mano de obra campesina. El descontento rural que provocó esa privatización de la tierra fue una de las causas que influyó directamente en el estallido de la revolución de 1910 encabezada por Francisco I. Madero. Sin embargo, la ideología construida por los ganadores de la revolución creó una imagen satanizada del gobierno de Díaz que no corresponde con la realidad, como lo han mostrado los estudios más recientes sobre la evolución del mundo rural durante el Porfiriato.
Estabilidad y Modernización
Muy pocos personajes, en la historia de México, han sido tan polémicos y controvertidos como Porfirio Díaz. Muy pocos, también, han experimentado en vida su transformación de héroes nacionales, en villanos repudiados por muchos de quienes antes los exaltaban. Porfirio Díaz es uno de esos excepcionales personajes que pasó de ser una de las glorias nacionales, vencedor de los ejércitos franceses durante la Intervención y el artífice de la más prolongada etapa de paz, estabilidad y crecimiento durante el siglo XIX mexicano, a ser visto como un dictador déspota y tirano, responsable principal del atraso, sufrimiento y marginación de la mayoría de la población mexicana y causa directa del estallido social revolucionario de 1910.
Esta última imagen es la que ha prevalecido en la mayor parte de la historiografía sobre el periodo que gobernó y al que la misma historiografía dio su nombre, el Porfiriato. Los vencedores de don Porfirio, los revolucionarios mexicanos, crearon su propia versión de la historia y construyeron una ideología que les dio legitimidad a partir de la negación y anulación del Porfiriato. En esa visión predominante en el México posrevolucionario que ha prevalecido hasta la fecha, Porfirio Díaz era la encarnación del mal gobernante, creador de un régimen autoritario y represivo, con las manos manchadas de sangre y la responsabilidad histórica de haber entregado las riquezas del país y el poder político a una camarilla oligárquica, asociada con los capitales extranjeros.2 Con matices, esa fue la interpretación prevaleciente en la historiografía de la Revolución mexicana, desde la construcción periodística de John Kenneth Turner hasta la mayoría de los estudios académicos elaborados todavía en la década de 1970.
En contrapartida, desde las postrimerías del Porfiriato hubo una historiografía proporfirista laudatoria y panegirista, que exaltó la paz, la estabilidad y el orden alcanzados por el régimen, elementos que permitieron los notables logros materiales creados durante su larga permanencia en el poder. Díaz aparecía en esa historiografía como el constructor de la nación mexicana, como el arquitecto del progreso y el artífice de la modernidad que se había ganado el reconocimiento y el respeto de México ante el mundo. Esa interpretación partió desde la monumental obra colectiva México, su Evolución Social, dirigida por Justo Sierra, y se nutrió con las obras de destacados intelectuales porfiristas como el propio Justo Sierra y Francisco Bulnes, y continuó con los trabajos apologéticos de extranjeros como Hubert H. Bancroft y James Creelman, autor éste de Díaz, Master of Mexico, libro publicado en inglés en 1911.3
Esa historiografía proporfirista fue opacada durante decenios por la historiografía de la revolución, que construyó una visión antitética del Porfiriato, y sólo resurgió con fuerza a mediados de la década de los 80 del siglo pasado cuando aparecieron estudios que presentaban una nueva visión de Díaz y su régimen, estudios que cuestionaron seriamente la imagen de Díaz creada por la historiografía de la revolución. Esa revisión historiográfica del porfirismo ha tenido una gran vitalidad en las últimas décadas y algunos de los mejores trabajos que se han hecho sobre esa etapa y sobre los inicios de la Revolución, como el texto de François Xavier Guerra, México, del antiguo régimen a la revolución, se inscriben dentro de esta corriente interpretativa.4
Cuando estamos próximos a conmemorar el primer centenario de la caída de Porfirio Díaz y del estallido de la Revolución Mexicana, la nueva historiografía del Porfiriato debe hacer un balance histórico que se aleje de las simpatías y los odios que Díaz sigue provocando, que pondere los logros y méritos de su figura y de su obra, que sea capaz de reconocerlos y, al mismo tiempo, que valore también las deficiencias y daños que ocasionó el autoritarismo, la desigualdad social y la ausencia de libertades políticas que prevalecieron durante su mandato.
Cualquier valoración del Porfiriato debe partir del reconocimiento de que Porfirio Díaz fue, hasta su ascenso al poder, uno de los principales héroes en la lucha contra el Imperio francés y en la restauración de la República. Como gobernante, luego de décadas de inestabilidad política, guerras civiles internas y externas contra Estados Unidos y Francia que amenazaron seriamente la permanencia y la integridad de la nación mexicana, tuvo la capacidad de construir un sistema político en el que la autoridad del poder central logró someter a los caudillos y poderes regionales e imponer la hegemonía del Estado nacional por primera vez en el siglo XIX mexicano. Díaz consolidó su poder a fines de la década de 1880 imponiéndose a los caudillos militares rivales, a las elites, a los grupos populares y a los poderes regionales mediante un mecanismo de equilibrios entre las elites locales y regionales, así como a través de la presencia y la intervención del ejército y la imposición de sus hombres de confianza al frente de los poderes locales cuando era necesario. De esa manera, logró fortalecer el Estado nacional a costa de las regiones y de los poderes locales.5
La estabilidad política lograda por el régimen de Díaz fue acompañada de políticas públicas impulsadas por el Estado, que se convirtió en el principal instrumento
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