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Figura Femenina En Antigona De Sofocles

14 de Agosto de 2013

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"La figura femenina en la tragedia de Sófocles"

Arbey Atehortúa Atehortúa

Se explora en este artículo el tratamiento del tema femenino en la tragedia de Sófocles desde la mentalidad del siglo V ateniense. El uso del lenguaje referido a la mujer, la presencia del elemento mítico, la definición de las relaciones interpersonales en función de la philía y no del eros y el papel social asignado a la mujer, determinan la sustentación de un orden conservador con relación a este tema en la tragedia de Sófocles.

La poética(1) de la Grecia Arcaica y Clásica está mediada por una cosmovisión masculina, en la que se destacan los argumentos de la Edad heroica, la política, la crisis de las ciudades-estados del siglo VII, y por supuesto la cosmogonía. Esta cosmovisión es coherente con la mentalidad heredada de una época donde el honor, la fuerza, la gloria, el autoritarismo, el sentimiento de vergüenza y de amistad, entre otros, son la medida de los hombres; un estado donde cada uno sabe y cumple su lugar en la sociedad.

Este espacio histórico caracterizado por el hecho militar, la actividad política y el ejercicio poético como sustentador de una mentalidad aristocrática, restringió la función de la mujer en la sociedad al hogar y al cuidado de los hijos, debiendo guardar fidelidad a su marido y a las instituciones de poder que regían la polis; ésta a su vez le limitó sus derechos, prohibiéndole asistir y participar en los certámenes deportivos y artísticos y ejercer funciones públicas. Las espartanas y las lesbias gozaron de más libertad que en el resto de Grecia: las primeras por habitar en un estado esencialmente militar y las segundas por la apertura comercial y cultural que caracterizó la isla, posibilitando en este caso la creación de los tiasos dirigidos por mujeres como Safo y hasta por la misma esposa del dictador Pítaco: Andrómeda. Igualmente existieron las hetairas, mujeres que participaban de la fiesta y el jolgorio con los hombres.

Los valores heredados de la sociedad heroica, la mentalidad producida por una cosmogonía milenaria y el desarrollo de la aristocracia que se consolida a partir del siglo VIII explican el papel asignado por la sociedad griega a la mujer.

Las creaciones artísticas populares y literarias(2) reflejan esta mentalidad masculina donde la mujer cumple su rol exigido por la sociedad griega. La tragedia, la realizada por Esquilo, Sófocles y Eurípides en el siglo V, otorga un papel protagónico a la figura femenina, presentándola como un instrumento del destino (moiras y erinias) para la restitución y que, al igual que el hombre, incurre en transgresiones (hybris); como un ser que en mayor o menor medida contribuye a la alteración del orden cosmogónico por el tratamiento de los sentimientos de philía y de eros (3) .

Lo primero que debemos resaltar es que el referente4 de la tragedia no es el presente de los poetas sino el mundo mítico, y que partiendo de éste los trágicos estudiaron el poder, el destino, la justicia, la muerte y el honor, temas que le interesaron a la sociedad ateniense del siglo V. La relación, por lo tanto, entre la tragedia y la sociedad clásica no se plantea al nivel de los contenidos sino de las estructuras mentales.

No son, por lo tanto, las mujeres de la cotidianidad del siglo V, las campesinas o las aristócratas quienes circulan por la tragedia. Antígona, Electra, Ifigenia, Hécuba, Crisótemis y Yocasta, son seres míticos y ancestrales, reinas y princesas; mujeres emparentadas con los dioses, con los hombres de la Sociedad heroica.

Cada uno de los trágicos (Esquilo, Sófocles y Eurípides) le da un matiz distinto al tratamiento de la figura femenina, pero todos dentro de la mentalidad masculina y excluyente de la sociedad ateniense del siglo V a. C. Se estudiará el papel de la figura femenina en las tragedias de Sófocles particularmente y se establecerán algunas comparaciones pertinentes.

Los personajes femeninos en la dramaturgia de Sófocles no son seres decorativos; ellos se elevan a la condición de heroínas (como Antígona), afrontando una coyuntura dada por la ausencia de varón, los excesos en el ejercicio del poder y la necesidad de restitución, sin que la estructura masculina de la Grecia clásica se vea afectada. En el trasfondo de los hechos está el tema de la justicia; es lo que piden Antígona, Electra y Tecmesa, una justicia que en Sófocles es la cosmogónica, la divina, que se enfrenta a las decisiones arbitrarias e injustas de los reyes.

Las mujeres, en la tragedia, son víctimas del destino, del hecho trágico al buscar la restitución a una transgresión. Antígona es coherente en palabra y acto pues no duda un solo instante que su obligación es dar sepultura a su hermano Polinices, tal como lo predica, por encima de la prohibición de Creonte. Electra, por su parte, añora la venganza; la concibe como un mandato divino pero no la ejecuta, es su hermano Orestes quien debe realizar el hecho de sangre. A su vez, Deyanira hace todo lo dispuesto por el oráculo para conservar a Heracles, su esposo, aunque sin saberlo está propiciando su muerte. Ellas son por lo tanto medios para la restitución del orden divino alterado por los hombres.

El arrepentimiento de Creonte en Antígona y el retorno de Orestes en Electra para cumplir la venganza, justifican el actuar de ambas heroínas. El primero anula su prohibición de dejar insepulto a Polinices y perdona a Antígona aunque demasiado tarde pues la heroína ya ha muerto. Orestes, por su parte, regresa de un exilio de años para cumplir la venganza cuando ya todos lo daban por muerto.

Existen varias diferencias en el proceder de Antígona y de Electra. Si bien Antígona es coherente en palabra y acto, Electra ha pasado su vida lamentándose y esperando a Orestes para que ejecute la venganza. Las dos restituciones exigidas por los dioses son distintas: Antígona debe realizar las honras fúnebres de su hermano y Electra vengar la muerte de su padre matando a Clitemestra y a Egisto; esta acción de sangre la debe realizar un hombre y en este caso su hermano Orestes. Antígona solo tiene a su hermana Ismene y por eso ella debe honrar al muerto enfrentando el decreto:

“Pues jamás, ni aunque fuera madre de hijos, ni aunque mi esposo muerto se estuviera pudriendo, hubiera tomado sobre mí fatiga semejante en contra de los ciudadanos. ¿Y en razón de qué digo esto? Muerto mi esposo, otro hubiera podido tener, y un hijo de otro varón si lo perdía. Pero estando madre y padre ocultos en el Hades, no hay hermano que pueda nacer jamás” (Antígona, 1991,62).

Recordemos que el mismo tema de la prohibición de realizar las honras fúnebres se presenta en Ayax y en este caso no es Tecmesa, su concubina, sino su hermano Teucro quien enfrenta el mandato de Agamenón.

Con el personaje femenino se confrontan por lo tanto el orden divino y el humano que debe obedecer al primero. Cuando estos órdenes ponen en juego disposiciones distintas como la prohibición de los reyes de dar sepultura a un cadáver, hecho considerado un mandato divino, se produce una alteración de la ley cosmogónica que representa en muchos aspectos de la vida en comunidad una forma de regulación, de justicia. Es por eso que Antígona recuerda que por encima de los decretos transgresores del orden ancestral están las disposiciones divinas que deben obedecer los gobernantes. No deja de presentarse la contradicción entre la vacilación sobre la permanencia de un estado ancestral y las nuevas disposiciones generadas por el Estado democrático ateniense del siglo V. En este conflicto se inscriben las interpretaciones de un Creonte héroe de la tragedia(5). Para Ismene y Crisótemes, lo real es el poder del tirano, el castigo que pueden sufrir si violan las disposiciones reales:

“…mira cuánto más malamente pereceremos, si violentando la ley transgredimos el decreto o el poder del tirano” (6) . “pero, si he de vivir en libertad, tengo que obedecer en todo a los que están en el poder” (Antígona, 1991, 210).

La situación pragmática pesa en ellas más que las disposiciones divinas, pues continúan disfrutando de los beneficios de su estado y ninguna de ellas, a pesar de las amenazas, ha sido expulsada del reino tal como le ocurre a Electra en la tragedia de Eurípides.

No deja de presentarse la contradicción entre la vacilación sobre la permanencia de un estado ancestral y las nuevas disposiciones generadas por el Estado democrático ateniense del siglo V.

El palacio es el espacio de poder regido por el representante de los dioses en la tierra. Es por eso que los excesos deben ser contrarrestados y es aquí donde la figura femenina es víctima al ser medio de restitución. La mujer trágica actúa con la convicción de hacer lo correcto, de servir a los dioses, al orden natural, manteniendo el statu quo. Es éste el papel de Yocasta y Deyanira en Edipo Rey y Las traquinias respectivamente.

Yocasta y Deyanira son objetos y víctimas del destino y luchan por conservar sus privilegios nobiliarios. Deyanira hace todo lo dispuesto por el oráculo para conservar a su marido que regresa con una concubina, pero propicia su muerte; Yocasta también ha actuado correctamente porque según las leyes divinas, debe contraer nupcias con el hombre que ha salvado la ciudad del mal de la Esfinge; pero Yocasta se ha encaminado a su perdición, y al descubrir que ella es madre y esposa a la vez de Edipo, trata de evitar la desgracia: “No, por los dioses, si es que en algo te cuidas de tu propia vida, no lo investigues. Basta es con que yo sufra”(7) . Pero la determinación de Edipo por conocer la verdad es férrea y Yocasta se suicida al no poder detener sus indagaciones; ella

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