LA CONSPIRACIÓN DE VALLADOLID
Enviado por 19820730 • 13 de Junio de 2013 • 2.462 Palabras (10 Páginas) • 637 Visitas
LA CONSPIRACIÓN DE VALLADOLID, 1809
En los comienzos del siglo XIX, Valladolid contaba con una población de aproximadamente 20 mil habitantes, conformada por una minoría peninsular de orígenes vasco y santanderino inmigrados décadas atrás, por “españoles americanos” y por un número considerable de indios, mulatos y representantes de otras castas. La ciudad había crecido paulatinamente, lo que podía observarse, sobre todo, en los planos político, económico y material. Valladolid era la sede de un vasto obispado que comprendía a los actuales estados de Michoacán, Guanajuato y partes de San Luis Potosí y Guerrero; fungía como capital de la intendencia del mismo nombre y contaba con la añeja institución del ayuntamiento.
Por otro lado, existía en Valladolid una pujante oligarquía que se había consolidado gracias al control que ejercía en determinados puestos del gobierno local, a los vínculos de compadrazgo que varias familias establecieron entre sí y a la variedad de negocios económicos que emprendía en la agricultura, el comercio y la minería. Los miembros de esa oligarquía eran dueños de las principales casas comerciales que había en la ciudad, y quienes controlaban la producción, circulación y mercado de los principales productos de consumo de toda la provincia.
En el aspecto material, la ciudad había seguido aquel diseño urbano que nació en el siglo XVI. A la vista del viajero, Valladolid era una ciudad vertical donde destacaban desde lejos las torres de Catedral, San José, San Agustín, Las Monjas, La Merced y Capuchinas. Al oriente podía verse el acueducto que surtía de agua potable a la población y una zona de veraneo marcada por la calzada de Guadalupe que desembocaba en la iglesia del mismo nombre. Contaba con más de mil casas, sin considerar los barrios, y 30 templos, incluidas algunas capillas que en la actualidad han desaparecido.
Valladolid no fue menos importante en el aspecto cultural. Además de tener el Colegio de San Nicolás y el Seminario Tridentino, y casas de estudios en los conventos de San Francisco, San Agustín y La Merced, por mencionar algunos, un buen número de personas se dedicaban a escribir obras de distinta naturaleza y las mandaban publicar en las imprentas de la capital del reino, estaban suscritos a algún periódico de México o Veracruz que leían semana a semana y solían asistir a las representaciones teatrales que se organizaban en el coliseo y a las tertulias literarias en casas de particulares.
Estas últimas se realizaron en Valladolid a partir del último cuarto del siglo XVIII, cuando gobernó la diócesis de Michoacán el obispo Juan Ignacio de la Rocha, entre 1776 y1782. Por lo general, se hacían una o dos veces por semana en casa de alguno de los personajes de la elite cultural; solían ser llamadas “tertulias de truco y malilla”, ya que en ellas se reunían los concurrentes a disfrutar de diferentes piezas de azar, así como a retraer la atención a través de un juego de naipes, práctica muy común en la Nueva España de aquel tiempo.
El número de asistentes era de alrededor de 12 o 13 individuos, todos ellos varones, quienes desempeñaban algún puesto en el gobierno civil y eclesiástico de Michoacán. Al menos entre 1779 y 1787, cuando aparecen los primeros testimonios sobre su realización en la ciudad, no hay evidencias de que se acepte la participación de mujeres en las tertulias, situación que comenzará a cambiar en los años posteriores, cuando sean ellas las principales anfitrionas en los convites. La hora fijada para la reunión era las 7 de la noche, la mayoría de las veces después de la oración, acompañados de una taza de chocolate o, en otras ocasiones, con aguardiente, pan y vino.
El grupo era cerrado, los asistentes a la tertulia tenían un lugar o un asiento asignado y no existían muchas posibilidades para el ingreso de alguien más. La solemnidad en el trato no era menos tradicional: a la entrada de algún miembro, los presentes se levantaban de su asiento para dar la bienvenida, acostumbrada con toda ceremonia, y, en seguida, pasar a las salutaciones. En cuanto a la composición social de los contertulios, todos ellos gozaban de imagen y prestigio en la sociedad vallisoletana dieciochesca; a las reuniones concurrían clérigos, miembros del ayuntamiento, funcionarios del gobierno, abogados y gente de letras para compartir las novedades.
Valladolid tenía una bien ganada reputación en ese aspecto. Después de 1800, eran muy conocidas las tertulias organizadas en la casa de don Mariano Escandón y Llera, III conde de Sierra Gorda, quien solía reunirse con el alcalde José María Ansorena y otros clérigos y empleados del ayuntamiento a intercambiar novedades y a divertirse en el juego de billar; las promovidas por el juez de testamentos Manuel Abad y Queipo, quien gustaba rodearse de personas como Manuel de la Bárcena y Martín García de Carrasquedo, y que incluso llegó a compartir ideas con el sabio prusiano Alejandro de Humboldt cuando éste vino a la ciudad; las que se hacían en la casa de don Matías Alonso de los Ríos en compañía del fraile Vicente Santa María, y las que promovía el licenciado Nicolás Michelena con algunos clérigos y abogados de la ciudad, entre otras.
A partir de los sucesos políticos de 1808 en Europa (abdicaciones en Bayona, invasión de las tropas de Napoleón a la península y, como consecuencia, un reino sin cabeza, la creación de Juntas y la insurrección popular), las tertulias literarias en las ciudades importantes de Nueva España adquirieron un matiz diferente. Dejaron de ser reuniones culturales, científicas y de diversión para convertirse en “casas de asamblea”. Si bien tenían su base en las tertulias del último tercio del siglo XVIII, su naturaleza era completamente distinta; no sólo por sus temas y contenidos, sino por las prácticas societarias que se desarrollaron casi de manera espontánea como resultado de aquellos acontecimientos.
Aunque la palabra asamblea ya existía en el léxico del Antiguo régimen y era de uso corriente para identificar una reunión entre amigos, el término varió sustancialmente después de 1789 bajo el influjo de la Revolución francesa. La asamblea era la reunión en sí misma; empero, decir “casas de asamblea” le imprimía cierto aire revolucionario; significaba especificar, singularizar, indicar el lugar en cuyo interior sus integrantes leían, comentaban, intercambiaban opiniones y sostenían acaloradas discusiones en torno de acontecimientos que distaban mucho de ser cotidianos: la crisis política de la monarquía, el derecho a la representación y la seguridad del reino. A estos temas habría que agregar la desconfianza y el odio que surgió entre criollos y peninsulares, aspectos que también estuvieron presentes durante los primeros años de la revolución
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