LEYENDAS DEL MEXICO COLONIAL
Enviado por icwilliamss • 16 de Noviembre de 2015 • Resumen • 2.449 Palabras (10 Páginas) • 163 Visitas
2012
El corcel del fantasma de Tacubaya (Sucedió en la antigua Villa de Tacubaya)
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El 16 de septiembre de 1635, el Marqués de Cerralvo dejó el poder para ser sucedido por Lope Díez de Armendáriz, Marqués de Cadereita, uno de los virreyes de más triste memoria en la Nueva España. Fue durante su época que tuvieron lugar los espeluznantes sucesos, como los crímenes de don Juan Manuel de Solórzano; y fue conocido don Lope como un gobernador déspota y poco escrupuloso, que mostraba demasiada blandura ante los desmanes de sus hombres de confianza.
Se cuenta que cierto comendador de su época, de nombre Jesús María de Alcocer y Quiroz, abusaba de la autoridad y del favor del virrey para cometer toda clase de villanías; poseía una hermosa villa en Tacubaya y hacia allá llevaba a una muchacha, quien sufrió tremenda impresión al volver en sí, ella trató de huir, pero fue en vano todo su intento, estaba a merced de aquel hombre y acabó por sucumbir.
Pasadas dos semanas de aquel acontecimiento, doña Teresa de Pedraza logró escapar al fin de su raptor, y como pudo llegó a su casa situada en la calle de Zuleta, hoy Venustiano Carranza. La muchacha contó a su padre todo lo sucedido, y después de una larga discusión le reveló el nombre de su captor; pero no podía hacer algún acto de venganza en contra de aquel hombre, pues era muy amigo del virrey, con quien el indignado progenitor decide ir a hablar. Don Manuel de Pedraza y Horcasitas era respetado ciudadano de la colonia y el virrey de Cadereita no tuvo objeción en recibirlo; el buen caballero le contó el abuso del comendador en contra de su hija, exigiendo se hiciera justicia, a lo que el virrey le decía que iba castigar severamente a don Jesús de comprobársele su culpabilidad.
Satisfecho dejó don Manuel la sala de audiencias del Palacio Virreinal, sin imaginarse que el amigo del virrey se encontraba escondido tras las cortinas escuchando todo; el villano salió de su escondite y su amigo le dice que lo va a “desterrar” a su hacienda de Tacubaya hasta que las cosas se calmaran, claro que podía llevar una moza para entretenerse mientras cumplía su “castigo”.
De esa suerte cuando don Manuel quiso saber del castigo que el seductor de su hija había sufrido, supo desconcertado que el galán había huido sin que nadie supiera a donde; pero el padre ofendido no se tragó aquel cuento, bien sabía que esa justicia nunca iba a suceder, decide guardar silencio, pero al salir del Palacio llevaba ya en mente un plan de venganza.
Febrilmente se dedicó a investigar el paradero de don Jesús, que pasaba el tiempo en Tacubaya divirtiéndose alegremente; lo cierto era que muchas honras habían sido destrozadas por aquel apuesto comendador, sus enemigos se contaban por docenas, ellos ya estaban enterados de que se encontraba en su villa gozando de la vida con una doncella, y estaban por demás decididos a ir entre todos a darle muerte. Fue aquella noche airosa y destemplada, se podía oír el aullar de los coyotes en los bosques cercanos de Tacubaya, y los cascos de los caballos de aquellos hombres, enemigos del comendador, resonaban lúgubremente en el camino.
Ajenos a la sorpresa que se les avecinaba, don Jesús María y su acompañante gozaban de su amor, pero se vio interrumpido cuando escucharon los cascos de los caballos, y de la nada el ruido ces, por unos instantes no se oyó más que el monótono golpear de la lluvia en las ventanas. Casi en seguida la puerta de la habitación cedió con gran estrépito, y la pareja azorada vio a varios caballeros ante ellos; don Manuel de Pedraza y Horcasitas, seguido de don Gustavo de Rodríguez, avanzó hacia el comendador. Menuda sorpresa se llevó don Gustavo al ver que su hija estaba con aquel canalla, lleno de ira y loco de furor lanzó mortal estocada sobre la muchacha. Don Jesús estaba acorralado contra la pared, el señor de Pedraza y los demás padres ofendidos lo rodeaban amenazadores, el cobarde cayó de rodillas implorando piedad. Entonces don Manuel deja caer por fin el primer mandoble sobre el cuerpo del comendador, acto seguido se arrojaron como fieras los demás, desahogando su furia contenida durante tanto tiempo, hasta que saciada su sed de venganza, lo dejaron tendido en un charco de sangre.
Minutos después los vengadores abandonaron aquel lúgubre recinto y las pisadas de sus caballos se confundían con el caer de la lluvia; casi al mismo tiempo, en las caballerizas del comendador, uno de los equinos escapa enfurecido, haciendo pedazos su encierro; los caballerangos retrocedieron espantados mientras el animal, parándose sobre las patas traseras, lanzaba escalofriantes relinchos, y ante azoro de los sirvientes, después de lanzar casi lumbre por los ojos, emprende veloz carrera para perderse monte arriba. Los caballeros cruzaron el patio que separaba las caballerizas y habitaciones de la servidumbre de los aposentos de su señor, sorprendiéndose mucho al encontrar abiertas las puertas de su casa, desconcertados ingresaron en el lugar, solo que imaginar la impresión que los hombres recibieron al penetrar en la alcoba de don Jesús, y encontrar los dos cuerpos sin vida.
La noticia se supo al día siguiente por toda la Colonia y el virrey decretó un luto de dos días por la muerte del comendador, asimismo se buscó afanosamente a los criminales, pues no había duda de que don Jesús había sido víctima de algunos asaltantes. Los funerales del señor Alcocer fueron imponentemente lujosos, el propio virrey y todos los funcionarios del virreinato estuvieron presentes, y después de tres días la normalidad volvió a la capital de Nueva España. Los pasos del sereno se alejaron por la calle de Zuleta, y casi en seguida el relinchar de una bestia se escuchó en la oscuridad, los cascos de sus pezuñas resonaron en los adoquines de las calles, acercándose lentamente al sereno, que unos pasos más adelante repetía su lúgubre pregón, pidiendo un Padre Nuestro y un Ave María por el alma del recién fallecido. El vigilante se detuvo de pronto al sentir una presencia helada y extraña a sus espaldas, un belfo ardiente le llegó a la nuca y se volvió sobresaltado, lanzando casi en seguida un grito de horror; el sereno se desplomó sin vida mientras la bestia emprendía veloz galope a lo largo de la calle y se detenía ante cierta mansión. En su aposento, don Manuel se disponía a irse a la cama cuando oyó aquel golpear en el portón de la casa; el golpeteo se hizo más fuerte e insistente, el caballero con una bujía en la mano, se dispuso a acudir a aquel llamado, al asomarse sintió que los cabellos se le erizaban; paralizado de terror vio un rostro espectral y cadavérico mirándolo al otro lado de la mirilla: ¡era don Jesús que venía vengar su muerte!
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