La Alquimia En La Edad Moderna
Enviado por jedelapie • 1 de Abril de 2014 • 3.848 Palabras (16 Páginas) • 546 Visitas
La alquimia en la Edad Moderna
A finales del siglo XV, los cambios se aceleran en el continente europeo. Se impone sin ambages una mentalidad nueva, muy distinta de la medieval, optimista, abierta y curiosa. Sin renegar de Dios, el hombre lo desplaza del centro del cosmos para ocupar su lugar. No ha dejado de creer, pero es ahora consciente de que junto a la fe su espíritu posee también otras potencias. Ahora la razón, que ha descubierto de nuevo, confía en su capacidad para entender por fin cuanto le rodea. En esos momentos la naturaleza es un grandioso abanico de oportunidades de conocimiento y disfrute. El arte se transforma también y renace mientras reinterpreta de forma original y creadora el legado de griegos y romanos, toma de nuevo al hombre como medida de todas las cosas. Con todo esto se puede afirmar que en esos momentos ha nacido el humanismo.
Hay que destacar que las vidas de los humildes siguen presas de tradición medieval. Desde Italia, se difunde por toda Europa, gracias a la a la imprenta, invento de mediados de la centuria que multiplica la producción de libros. Las nuevas letras superan las facultades tradicionales, que se aferran a los viejos principios. Europa entera cambia su aspecto, para recuperar de nuevo una tradición que parecía haber olvidado. La religión tarda poco en contagiarse de los nuevos aires. La Iglesia, que debía haber liderado esa búsqueda, había probado ya que no sabía hacerlo, los intentos de reforma, con la parcial excepción en España del cardenal Cisneros, habían fracasado. Y cuando la reforma fracasa, se abre el camino de la revolución. Sin embargo en 1517, Martín Lutero, monje agustino y profesor en la ciudad alemana de Wittenberg, hace públicas 95 tesis en las que condensa años de reflexión. Para muchos, en ellas se encuentra la respuesta a los grandes interrogantes de la gente de su época. Lutero defiende la libertad de los fieles para leer la Biblia y la afirmación de que la fe basta para ganar la salvación, la reducción a dos de los sacramentos (el del bautismo y el de la comunión) y el firme rechazo de la jerarquía eclesiástica se extienden como la pólvora por el Sacro Imperio Romano Germánico y los países escandinavos, donde príncipes y reyes abrazan la nueva fe y, erigidos en jefes de iglesias nacionales, se apropian de los bienes del clero. Entre 1545 y 1563, el Concilio de Trento condena con firmeza las proposiciones de los disidentes clarifica y confirma los dogmas católicos, sienta las bases de una mejor preparación doctrinal y pastoral del clero y redescubre el arte como arma poderosa para mover a la piedad los corazones de los fieles y Ignacio de Loyola crea la orden de los Jesuitas para combatir a la herejía protestante.
Todo esto afecta de manera determinante a la alquimia. Los vientos cambiantes de la cultura y las mentalidades que soplan desde Italia conmueven también profundamente a sus adeptos, que, hombres al fin de su tiempo, han de fijar su postura ante las nuevas ideas. Algunos, los más despiertos, sin renunciar a las tradiciones de su disciplina, orientan sus trabajos hacia nuevas metas más acordes con la mentalidad del siglo, aunque, presas de la contradicción, no logren soltar por completo el pesado oscurantismo medieval.
En 1453, la caída de Constantinopla en manos turcas, produce la migración de intelectuales griegos que traen consigo su conocimiento de la antigüedad clásica, y también muchos documentos originales griegos inéditos en Occidente, entre ellos algunos textos platónicos perdidos, o solo conocidos hasta ese momento a través de referencias. En este caldo de cultivo, y mientras Platón va ganando terreno a Aristóteles, mecenas tan destacados como el banquero florentino Cosme de Medici envían a sus agentes a recorrer Europa en busca de manuscritos clásicos, para así enriquecer con ellos sus ya nutridas bibliotecas. Así se redescubren textos perdidos de Cicerón, Séneca o Quintiliano, entre otros. Y es desde ese punto de vista como ve la luz un documento llamado a renovar, de forma decisiva, la alquimia occidental a las puertas del Renacimiento.
En 1460, un agente del banquero florentino halla en Macedonia un viejo manuscrito que incluye 14 de los 15 textos integrantes del Corpus Hermeticum, el tratado atribuido al mítico Hermes Trimegisto que, según la tradición, contenía los restos del saber de los antiguos, perdido casi por completo con el Diluvio y, sin duda, superior al de la humanidad superviviente al castigo divino. Hoy semejante hallazgo no tendría más valor que el de testimoniar la existencia de una antigua tradición, pero en el siglo XV todos los intelectuales daban por descontado que Hermes había sido un personaje histórico, y no solo eso, sino el profeta más antiguo de la humanidad, al que el mismo Platón debía todos sus conocimientos, como los mismos Lactancio y san Agustín.
Por ello, no debe extrañarnos que Cosme de Medici renuncie de inmediato a su obsesión por el filósofo ateniense y dedique todo su esfuerzo a difundir su hallazgo. El humanista y filósofo Marsilio Ficino, la figura más destacada de la Academia Platónica florentina, recibe el encargo de traducir el texto, tarea que concluye en pocos meses con el objetivo de que su patrón pueda leerlo antes de morir. La obra, una edición crítica publicada bajo el título de Poimandrés, que es también el del primero de los tratados de que se compone el Corpus Hermeticum, verá la luz en 1471. Pero esta no será sino la primera de incontables ediciones en los años posteriores, lo que demuestra la enorme influencia que el texto alcanzó en el pensamiento europeo de la época. Este hecho, dada la profunda vinculación entre hermetismo y arte sagrado, contribuyó al desarrollo de la alquimia y a la multiplicación de sus adeptos en las décadas siguientes.
Se hace necesario destacar la influencia que tuvo también en la alquimia el auge de la magia. A pesar de su mayor racionalismo, los pensadores del Renacimiento, consideraban legítima esta disciplina y atribuían a sus prácticas una considerable credibilidad. El mismo Ficino escribió en 1489 una obra titulada Libri de vita, en castellano Los libros de la vida, en la que asumía la utilidad de la magia natural, entendida como el uso de los influjos favorables de los cuerpos celestes para mejorar la existencia humana. Y su discípulo Giovanni Pico della Mirandola llegó a defender incluso la validez de la magia cabalística, la interpretación de los sentidos ocultos en la escritura de los cinco libros de la Torá judía, como una herramienta de conocimiento heredada de la sabiduría de los antiguos.
Pero fue quizá el alemán Heinrich Cornelius Agrippa von Nettesheim, médico, alquimista y filósofo de gran fama en la Europa renacentista, el que más se destacó en el cultivo de la magia. En 1533 publicaba De occulta philosophia,
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