NI BREVIARIOS NI PUTRIDISTAS
Enviado por • 3 de Febrero de 2014 • 3.241 Palabras (13 Páginas) • 180 Visitas
NI BREVIARIOS NI PUTRIDISTAS
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Entre Langston Hughes y César Vallejo, que no lograron conocerse en vida, negro e indio, y lectores mutuos, no es difícil encontrar una enorme cantidad de felices similitudes. Ambos han denunciado a través del espíritu y la forma de sus escritos la inmovilidad perversa de toda sociedad cuando ha sido secuestrada a favor de una práctica de autolaceración sistemática que instrumentaliza hasta lo vano e impune a la persona humana, han devuelto el ejercicio poético a la constitución biológica y pensante de la cual ese ejercicio proviene, impulsando sus hallazgos hacia el reconocimiento, celebratorio pero equilibrado, dolido o desgarrador pero siempre comprometido y militante, de nuestras posibilidades como especie entre todas triunfante, y ambos han optado por el destierro, y si trazados por su época intentaron hallar en el oráculo parisiense, en el oráculo europeo, integralidad o licencia para ejercer una ciudadanía sin persecuciones, no han sido, como otros, despedazados entre los engranajes de la insensatez que termina por definir al destierro, intelectual o geográfico, como retorno; ambos han reivindicado su derecho inalienable a ser autores y orientadores del mundo que por ellos nos pertenece y que esa insensatez asentada sobre el eco del antiguo contacto continental intenta a todos usurpar; y han conservado sus necesarias, irrevocables, indispensables particularidades culturales, pero esencialmente solidarias en cuanto idénticas respecto a la bestia primordial gracias a cuyo heroísmo inteligente existen, las han transformado, las han alimentado y las han hecho vivir.
Tal vez, sin embargo, todo lo dicho nos hace entrever más al Vallejo universal que al Hughes acallado por el carácter oficialista y unidimensional de la academia estadounidense, sobreentendido por la pereza beat de los creadores que de él nutrieron sus palabras, empolvado en virtud de su aparente lejanía cronológica; tal vez, entre ellos dos lo que hace a Vallejo sobrevivir con mayor corporeidad es la presencia actuante de un futuro reconciliado en sus palabras, la enérgica invocación que alude a lo mejor que en nosotros conservamos de aquél anterior antepasado por cuyo mérito aun, y felizmente, no hemos sido capaces de, si obedientes al delirio de una lógica fundada en el avasallamiento que terminaría por digerir nuestro entorno y a nosotros en él, arrastrarnos con voluntad suicida hacia la consagración de esa insensatez que persiste en el error histórico; es necesario recordar también que la literatura como testimonio vital, y si honesto, ya de por sí constituye materia y acto de transformación, posee desde ya el germen de la revocación, del encaminamiento, de la creación.
Y, aunque para los fines de este artículo se mencione solamente a ellos dos: Vallejo y Hughes, ese rasgo vinculante que los une -el ser humano como complejo límite de la realidad en constante desarrollo y perfeccionamiento-, podría llevarnos a las palabras, a los hechos de otros miles de maestros que apuntalan el gesto de la más sonriente certeza, capítulos de un esforzado historiamiento en el cual la timidez intelectual, la afligida actitud del verdaderismo involucionista no tendrían ninguna posibilidad de imponernos sus mediocres adjetivos.
2
Que la coincidencia de la pubertad con el reconocimiento de la fe sea común a todo grupo humano organizado al derredor de la tierra y su trabajo e, incluso, su proyección urbana, no requiere mayores argumentos, lo que ahora nos interesa es la mención individual y cuestionadora que Hughes hará más tarde acerca de ella, y que pondría en duda aún su necesaria inclusión entre los suyos: pero no como rechazo a la negritud, ni siquiera a esa militancia pacifista que muchas veces detuvo el progreso propio de las comunidades negras estadounidenses, y americanas en general, en el camino hacia la liberación todavía inconclusa; no, el carácter universal, universalizante, del testimonio sobre el que intentaremos reflexionar consiste en la desintegración de esa ceremonia devocional, el bautismo, que habría de marcarlo, y que, por otro lado, tampoco lo hace reaccionar orientándose al dios atávico de los tiempos de la libertad -arrancada varios siglos atrás y a un océano y a un idioma, el que se impuso por económica imprescindibilidad, de distancia-, para encontrar personalidad moral a quien Hughes conceda verdad u ofrezca compromiso.
Hughes era un niño consciente de su época, no lo tendríamos entre nosotros si esta condición espiritual le hubiese sido ausente, pero no es sólo al niño sino al hombre, terminado y total, a quien ahora celebramos, hombre que existe en simultaneidad con todos quienes lleguen a conocerle, a apropiarse de la voz de su palabra; esta última aclaración se hace necesaria porque nos aproxima a la demostración del hecho por el cual toda literatura, si, como antes dijimos, es testimonio honesto y vital, por creador, ostenta la furiosa, feliz capacidad de ampliar los límites del tiempo en que lo humano se desenvuelve.
Porque es un rito cantado aquel que Hughes describe en El inmenso mar de su autobiografía.
Los niños están vestidos de acuerdo al rigor de la ceremonia, las voces cromáticas de los congregantes y la emoción del pastor los guiarán hacia la vida adulta que en ese momento empieza, bendecida por la gracia del dios cristiano a quien esos niños deberán haber visto para ser admitidos como adultos en el seno de la comunidad, y en función del acto religioso. Rito que no excedía la apariencia del requisito burocrático –la burocracia de hoy no es sino una mutación heredera del antiguo canon teocrático que fundara nuestra convivencia sedentaria, sean los que sean esos dioses a quienes ella ahora sirva como mediadora, sea cualquiera de los dos extremos del esquema comunicacional, y en el que todo rito consiste, el objeto de la veneración; el cazador humano ante la presa, y a la luz del sacrificio, se ejerce como liberador, posee poder sobre la vida, aún en razón de una supervivencia a la que no puede renunciar, a la que está sometido-: una ceremonia de desplazamientos, un pastor intermediador que encabeza la escena con generoso entusiasmo, una comunidad cantora delante de la cual guarda silencio el conjunto de esos niños que están llamados a ver su bautismo, una profusión de atuendos tan instrumentales como sólo las voces y la fidelidad del músico organista; esa mañana, los lazos impostergables que a todos conminan esa mañana y, quizás por ellos: específicos y delimitantes, la injuriada ferocidad del tiempo; y ese ámbito de atracción gravitacional donde el pastor ejerce como mensajero e intérprete de la divinidad, al que esos niños podrán, tendrán que migrar una vez hayan reconocido el milagro de la revelación.
Posee la literatura una extraña facultad de, al ocuparse de la
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