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PROFESORADO EN HISTORIA HISTORIA ARGENTINA 1


Enviado por   •  14 de Diciembre de 2016  •  Ensayo  •  2.613 Palabras (11 Páginas)  •  357 Visitas

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IES N°1 “ALICIA MOREAU DE JUSTO”

PROFESORADO EN HISTORIA

HISTORIA ARGENTINA 1

PROFESOR: PABLO JAITTE

ALUMNO: DARIO PAGANO

-2016-

La formación del Estado Nacional, la búsqueda del orden y el progreso como avales del primer genocidio nacional, “La conquista del desierto”

Introducción:

En este trabajo se intentará explicar la importancia en el proceso formativo del Estado en la República Argentina de las variables de orden y progreso como estandartes o cimientos para la legitimación de lo que entiendo como el primer genocidio nacional, conocido como la “conquista” o “campaña” del desierto –enmarcados en uno de los caracteres del Estado moderno desde la teoría weberiana hasta Oscar Oszlak, la delimitación del territorio-. En ese sentido se intentará desentramar conceptos como genocidio a la luz de la teoría de Daniel Feierstein, orden y progreso extendidos y desmenuzados en el clásico de Oscar Oszlak “La formación del Estado Argentino” y la campaña o conquista del desierto desde la óptica de autores como Jorge Abelardo Ramos, Alcira Argumedo, Milcíades Peña y Carlos Martínez Sarasola.

Oscar Oszlak aglutina las atribuciones del Estado Nacional en un concepto propio, la estatidad, aquí da cuenta de una serie de características que permitirían pensar en un Estado, estas son:

  1. capacidad de externalizar su poder, obteniendo reconocimiento como unidad soberana dentro de un sistema de relaciones inestables
  2. capacidad de institucionalizar su autoridad, imponiendo una estructura de relaciones de poder que garantice su monopolio sobre los medios organizados de coerción
  3. capacidad de diferenciar su control, a través de la creación de un conjunto funcionalmente diferenciado de instituciones públicas con reconocida legitimidad para extraer establemente recursos de la sociedad civil, con cierto grado de profesionalización de sus funcionarios y cierta medida de control centralizado sobre sus variadas actividades
  4. capacidad de internalizar una identidad colectiva, mediante la emisión de símbolos que refuerzan sentimientos de pertenencia y solidaridad social y permiten, en consecuencia, el control ideológico como mecanismo de dominación.[1]

En este sentido podemos inferir que las potestades propias de un Estado Nacional son ejercidas en un territorio delimitado, con sus respectivos límites y fronteras. Este componente dio el aval al Ejército Argentino comandado por Julio Argentino Roca para realizar la Campaña al desierto en 1879, conquistar el territorio inhóspito, habitado por bárbaros, maloneros –generando el binomio civilización o barbarie acuñado por Sarmiento- a como de lugar. La conformación de un Estado sugería a priori un estadío superior y el fin justificaría los medios.

Desarrollo:

Continuando con la tónica Milcíades peña en “Historia del Pueblo Argentinoalega que la carrera política de Julio Argentino Roca, ideólogo y ejecutor de la “Campaña” del desierto se halla evidentemente ligada a su éxito como conquistador del desierto y liquidador del problema indio. Pero la conquista del desierto sirvió para consolidar a la oligarquía y acrecentar su poderío, de modo que Roca resulta el ejecutor consciente de una política oligárquica y un verdadero héroe de la oligarquía.

Cuando Roca decide empezar su campaña, el indio estaba muy lejos de ser un enemigo siquiera medianamente formidable. Es Roca mismo quien plantea el problema en sus verdaderos términos cuando expone su plan ante el Congreso:

En la superficie de quince mil leguas que se trata de conquistar, comprendidas entre los limites del Río Negro, los Andes y la actual línea de fronteras, la población indígena que la ocupa, puede estimarse en veinte mil almas, en cuyo número alcanzarán a contarse de mil ochocientos a dos mil hombres de lanza (…) Su número es bien insignificante en relación al poder y a los medios que dispone la Nación. Tenemos seis mil soldados armados con los últimos inventos modernos de la guerra para oponerlos a dos mil indios que no tienen otra defensa que la dispersión, ni otra arma que la lanza primitiva” (“Expedición al Río Negro”, informe al Honorable Senado de la Nación, 14 de agosto de 1878).[2]

La hazaña de conquistar el desierto no era, como se ve, de las que abren las puertas de la gloria. Pero para la oligarquía argentina, y muy particularmente para los estancieros, tenía una significación tremenda. Recuérdese que el 1875 la frontera estaba en algunos puntos a menos de trescientos kilómetros de la Capital. Y esto tenía una doble consecuencia. Por un lado, faltaba espacio en todo el país y, sobre todo en la provincia de Buenos Aires, y no se contaba con campos para expandir la producción ganadera. Pos otro lado, los estancieros sufrían pérdidas tales que en 1872 el ejército consiguió rescatar solo una pequeña parte de lo alzado por los indios y ella ascendía a 150.000 vacunos, 40.000 ovejas y 20.000 yeguarizos (Expedición al Río Negro).

Además, la conquista del desierto sirvió a la oligarquía para fortalecerse en cuanto latifundista y especuladora, incorporando a su haber increíbles extensiones de tierra que, en sus manos, sirvieron para frenar el desarrollo nacional. Terminada la conquista del desierto, el Estado se desprende en 1885 a favor de 541 particulares de 4.750.471 hectáreas (Sí, no hay ningún error: 4.750.471 hectáreas entre 541 personas).

En resumen la conquista del desierto sirvió para que entre 1876 y 1903, es decir, en veintisiete años, el estado regalase o vendiese por muy poco dinero 41.787.023  hectáreas a 1843 personas.

Jorge Abelardo Ramos en “Revolución y contrarrevolución en la Argentina” hace hincapié en la figura de Adolfo Alsina para trabajar la campaña del desierto.

En este sentido alega que Alsina era Ministro de Guerra de Nicolás Avellaneda, que ocuparía la presidencia de la Nación en el período comprendido entre 1874 y 1880. Su nombramiento había sido en un momento en el cual el país no conocía ningún conflicto internacional, amparado y originado en un viejo problema sin resolver: el indio (Ramos, 2012).

La naciente oligarquía veía en la eliminación del indio la primera condición para su consolidación económica definitiva.

 Las estancias vivían bajo el constante temor del malón. No había seguridad para los establecimientos de campo. La provincia misma carecía de límites precisos. En sus confines, a una noche de galope, se movía la indiada. (…) Toda la estructura agraria del país en proceso de unificación exigía la eliminación de la frontera móvil nacida en la guerra del indio, la seguridad para los campos, la soberanía efectiva frente a los chilenos, la extensión del capitalismo hasta el Río Negro y los Andes. (…) Las anomalías y fricciones con Chile obedecían en esa época a la presencia de esos pueblos nómades que atravesaban los valles cordilleranos, alimentaban con ganado de malón el comercio chileno del sur y suscitaban cuestiones de cancillería”.[3]

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