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Poder y derecho son las dos nociones fundamentales de la filosofía política


Enviado por   •  9 de Septiembre de 2015  •  Informe  •  2.558 Palabras (11 Páginas)  •  346 Visitas

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Poder y derecho son las dos nociones fundamentales de la filosofía política y de la filosofía jurídica respectivamente. Habiendo comenzado mi enseñanza universitaria con la filosofía del derecho y habiéndola concluido con la filosofía política, he tenido que reflexionar más sobre el nexo entre las dos nociones de lo que generalmente le haya sucedido a los escritores políticos, que tienden a considerar como principal la noción del poder, o a los juristas, que tienden a considerar primordial la noción del derecho. Y en cambio una reclama continuamente a la otra. Son, por decirlo así, dos caras de la misma moneda. Entre escritores políticos y juristas, el contraste implica cuál de esta moneda sea el frente y cuál el reverso: para los primeros el frente es el poder y el reverso el derecho, para los segundos es lo contrario. Este contraste depende del distinto punto de vista desde el que los unos y los otros observan el mismo fenómeno y del interés de investigación que los mueve: para el filósofo de la política el problema principal es el de la distinción entre poder de hecho y poder de derecho; para el filósofo del derecho, en cambio, el problema principal es el de la distinción entre norma válida y norma eficaz. Lo que quiere decir que uno parte de la consideración de un poder sin derecho para llegar sólo en un segundo momento a ponerse el problema del poder que asegure la efectividad. Es verdad que el poder sin derecho es ciego y el derecho sin poder queda vacío, pero también es verdad que la teoría política no puede dejar de tomar en consideración primeramente el nulo poder, independientemente de los llamados principios de legitimidad, es decir, de las razones que lo transforman en un poder legítimo, así como la teoría jurídica no puede dejar de tomar en consideración el sistema normativo en su conjunto, como una serie de normas una a otra vinculadas según un cierto principio de orden, independientemente del aparato de la fuerza predispuesto para su actuación.” BOBBIO, Norberto. Origen y fundamentos del poder político. México: Grijalbo, 1985. p. 21-22. “Para ilustrar esta diversidad de puntos de vista recurro a dos ejemplos autorizados, a dos autores que han dado algunas de las mayores contribuciones, uno a la teoría política, y otro a la teoría jurídica, Max Weber y Hans Kelsen. Como es conocido, la teoría política de Weber parte de una distinción fundamental, la distinción entre poder de hecho (Macht) y poder de derecho (Herrschaft), y llega a la célebre tipología de las formas de poder legítimo. Al contrario, la teoría normativa de Kelsen parte de la distinción entre validez de las normas específicas y eficacia del ordenamiento jurídico en su conjunto, y llega, especialmente en la obra póstuma, Allgemeine Theorie der Normen, publicada en 1979, a ponerse con especial relevancia el problema del poder jurídico (Rechtsmacht), cuya solución permite observar el ordenamiento jurídico no sólo desde el punto de vista del Sollen (deber) sino también desde el punto de vista del Sein (ser). En un cierto sentido se puede decir que Weber y Kelsen llegan a la misma conclusión, a la conclusión de que el poder legítimo se distingue del poder de hecho en cuanto a un poder regulado por normas, pero partiendo de dos puntos de vista opuestos, el primero de la noción de poder que tiene necesidad de ser regulado para volverse legítimo, el segundo de la noción del ordenamiento normativo que tiene necesidad de la fuerza para volverse efectivo.” BOBBIO, Norberto. Origen y fundamentos del poder político. México: Grijalbo, 1985. p. 22-23. “Efectivamente, llegados a la cima de las dos escalas, la de los poderes y de las normas, viene al caso preguntarse si llega más alto la primera o la segunda. Metáforas a parte, llegados al vértice, surge la pregunta: ¿va antes el poder o va antes la norma? A pesar de la obstinación con que los teóricos del Derecho por un lado y los teóricos de la política por el otro insisten en sostener que va antes la norma (la teoría de la norma fundamental de Kelsen) o antes el poder (la vieja y siempre nueva teoría de la soberanía como potestas superiorem non recognoscens), la solución del problema depende exclusivamente del punto de vista en el que nos pongamos. Si se parte del poder desde abajo, se llega, pasando de un poder inferior a uno superior, al poder de los poderes, al sumo poder; si se parte de la norma desde abajo, se llega, pasando de la norma inferior a la superior, a la norma de las normas, a la norma fundamental. Pero nada mejor que esta reducción en el vértice nos permite comprender que el problema del poder y el de la norma son las dos caras de una misma moneda.” BOBBIO, Norberto. Contribución a la teoría del derecho. Edición de Alfonso Ruiz Miguel. Madrid: Debate, 1990. p. 302. “Consideramos la teoría política como la teoría del poder, del máximo poder que el hombre puede ejercer sobre Boletín del Área de Derecho Público 09 5 Norberto Bobbio: entre el Derecho y la Política (II) otros hombres. Los temas clásicos de la teoría política o del sumo poder son dos: cómo se conquista y cómo se ejerce. De estos dos temas, el marxismo teórico ha profundizado el primero y no el segundo. En resumen: falta en la teoría política marxista una doctrina del ejercicio del poder, mientras que está enormemente desarrollada la teoría de la conquista del poder. Al viejo príncipe Maquiavelo le enseñó cómo se conquista y cómo se mantiene el Estado; al nuevo príncipe, el partido de vanguardia del proletariado, Lenin le enseña exclusivamente cómo se conquista”. BOBBIO, Norberto. Autobiografía. Edición de Alberto Papuzzi, prólogo de Gregorio Peces-Barba y traducción de Esther Benítez. Madrid: Taurus, 1998. p. 142. Política “Derivado del adjetivo de polis (politikós) que significa todo lo que se refiere a la ciudad, y en consecuencia ciudadano, civil, público, y también sociable y social, el término política ha sido transmitido por influjo de la gran obra de Aristóteles titulada Política, que debe ser considerada como el primer tratado sobre la naturaleza, las funciones y las divisiones del estado y sobre las varias formas de gobierno, predominantemente en el significado de arte o ciencia del gobierno, es decir de reflexión, sin importar si con intenciones meramente descriptivas o incluso prescriptivas (pero los dos aspectos son de difícil distinción) sobre las cosas de la ciudad. De esa forma se ha producido desde el comienzo una transposición del significado desde el conjunto de las cosas calificadas en cierto modo (justamente con un adjetivo calificativo como ‘político’) a la forma de saber más o menos organizado sobre este mismo conjunto de cosas: una transposición no diferente de aquella que ha originado términos como física, estética, economía, ética, y últimamente cibernética. Por siglos se ha empleado el término política predominantemente para indicar obras dedicadas al estudio de aquella esfera de actividad humana que de alguna manera hace referencia a las cosas del estado: Politica methodice digesta, lo mencionamos para dar un valioso ejemplo, es el título de la obra con la cual Johannes Althusius (1603) expuso una teoría de la consociatio publica (el estado en el sentido moderno de la palabra) que comprendía en su interior varias formas de consociationes menores. En la edad moderna el término perdió su significado original, poco a poco sustituido por otras expresiones como ‘ciencia del estado’, ‘doctrina del estado’, ‘ciencia política’, ‘filosofía polí- tica’, etc., y se emplea comúnmente para indicar la actividad o el conjunto de actividades que de alguna manera tienen como término de referencia la polis, es decir el estado. De esta actividad la polis a veces es el sujeto, por lo cual pertenecen a la esfera de la política actos como el ordenar (o prohibir) algo con efectos vinculantes para todos los miembros de un determinado grupo social, el ejercicio de un dominio exclusivo sobre un determinado territorio, el legislar con normas válidas erga omnes, la extracción y la distribución de recursos de un sector al otro de la sociedad, etc.; a veces es objeto, por lo cual pertenecen a la esfera de la política acciones como conquistar, mantener, defender, ampliar, reforzar, abatir, trastornar el poder estatal, etc. Es una prueba el hecho de que obras que continúan la tradición del tratado aristotélico en el siglo XIX se llaman Filosofía del derecho (Hegel, 1821), Sistema de la ciencia del estado (Lorenz von Stein, 1852-1856), Elementos de ciencia política (Mosca, 1896), Doctrina general del estado (George Jellinek, 1900). Conserva parcialmente el significado tradicional la obra de Croce, Elementos de política (1925), en la cual ‘política’ conserva el significado de reflexión sobre la actividad política y por lo tanto está en lugar de ‘elementos de filosofía polí- tica’. Una prueba ulterior es la que se puede deducir del uso en todas las lenguas de mayor difusión de llamar historia de las doctrinas o historia de las ideas políticas o aun más en general del pensamiento político la historia que, si hubiera permanecido inmutable el significado transmitido por los clásicos, habría podido llamarse historia de la política, por analogía con otras expresiones como historia de la física, o de la estética o de la ética: uso que todavía recoge Croce y que en la pequeña obra citada llama ‘Para la historia de la filosofía de la política’ el capítulo dedicado a un breve excursus histórico de las políticas modernas.” BOBBIO, Norberto. “Política”. En: BOBBIO, Norberto; MATEUCCI, Nicola y PASQUINO, Gianfranco (Dir.). Diccionario de política. 11a ed. Madrid: Siglo Veintiuno, 1998. p. 1215. “Una vez señalado como elemento específico de la política el medio del que se sirve, se hacen inútiles las tradicionales definiciones teleológicas que tratan de definir la política mediante el fin o los fines que persigue. Respecto al fin de la política, lo único que puede decirse es que, si el poder político es, justamente en razón del monopolio de la fuerza, el poder supremo de un determinado grupo social, los fines perseguidos por los actos de los políticos son los fines que, en cada momento, se consideran preeminentes para un determinado grupo social (o para la clase dominante de dicho grupo social). Por poner algún ejemplo, en tiempos de luchas civiles y sociales, la unidad del Estado, la concordia, la paz, el orden público, etc.; en tiempos de paz interior y exterior, el bienestar, la prosperidad o, directamente, la poten- Boletín del Área de Derecho Público 09 6 Norberto Bobbio: entre el Derecho y la Política (II) cia; en tiempos de opresión por parte de un gobierno despótico, la conquista de los derechos civiles y políticos; en tiempos de dependencia de una potencia extranjera, la independencia nacional. Lo cual quiere decir que no existen fines de la política de una vez y para siempre, y mucho menos un fin que los incluya a todos y que pueda ser considerado el fin de la polí- tica. Los fines de la política son tantos como metas un grupo organizado se propone, según el tiempo y las circunstancias”. BOBBIO, Norberto. Teoría general de la política. Edición de Michelangelo Bovero. Madrid: Trotta, 2003. p. 183. “Esta exclusión del juicio teleológico no impide, sin embargo, que pueda hablarse correctamente de, cuando menos, un fin mínimo de la política: el orden público en las relaciones internas y la defensa de la integridad nacional en las relaciones de un Estado con los demás. Este fin es mínimo porque es la conditio sine qua non para la obtención de todos los demás fines, por lo que resulta, lógicamente, compatible con ellos. Incluso el partido que desea el desorden, lo desea no como objetivo final sino como momento obligado para modificar el orden existente y crear un nuevo orden. Resulta lícito hablar del orden como el fin mínimo de la política, principalmente, porque éste es, o debería ser, el resultado directo de la organización del poder coactivo. Porque, en otras palabras, este fin (el orden) coincide con el medio (el monopolio de la fuerza)”. BOBBIO, Norberto. Teoría general de la política. Edición de Michelangelo Bovero. Madrid: Trotta, 2003. p. 184. “El ideal de una política científica, es decir, de una acción política guiada por la ciencia se encuentra a lo largo de toda la historia del pensamiento político, comenzando por Platón, que anhelaba el gobierno de los filósofos, si bien tras las desilusiones en Sicilia cambiaría de opinión. En el siglo pasado creyeron firmemente en este ideal tanto los positivistas, de Comte a los darwinistas sociales, como Marx y los marxistas. El ideal de la política científica estaba estrictamente ligado al mito del progreso irreversible, cuya prueba irrefutable era el progreso de la ciencia, que se creía condición necesaria para el progreso político y moral de la humanidad. Gaetano Mosca, que era un positivista desde el punto de vista filosófico, creía que los avances de las ciencias históricas y sociales habían llegado a tal punto que era posible ‘para la generación presente y las inmediatamente siguientes […] la creación de una verdadera política científica’. A la ciencia política Mosca le atribuía dos tareas, una negativa – librar el campo de la política de las doctrinas erróneas, corruptoras e instigadoras- y una positiva, consistente en formular propuestas fundadas en la indagación escrupulosa de los hechos, que le permitiera a la mayoría gobernada exigir, y a la minoría gobernante conceder solo reformas razonables. A la ciencia política entendida de esta manera, Mosca le atribuía una función esencialmente antirrevolucionaria. En el pensamiento de su vejez tardía, cuando Italia ya había padecido repentinamente de la amenaza revolucionaria al triunfo de la contrarrevolución, Mosca se abandonó a este autentico ‘sueño de visionario’: ‘En fin, el Siglo XX, y tal vez también el XXI, podrá hacer que las ciencias sociales progresen tanto que encontraremos la manera de transformar lentamente la sociedad, sin que ella decaiga, evitando las crisis violentas que a menudo acompañan la decadencia’. Sin embargo, no ignoraba que la lección de la historia iba en sentido opuesto. De hecho también decía: ‘Es cierto que todas las doctrinas religiosas y políticas que cambiaron la historia del mundo […], no se fundamentaron en la verdad científica. La verdadera causa de su triunfo y su rápida difusión debe buscarse más bien en la actitud que tuvieron de satisfacer ciertas tendencias intelectuales y morales de las masas’. No logro entender como Mosca pudo conciliar la confianza en la política científica con la convicción de que las masas se mueven únicamente motivadas por mitos irracionales. En realidad, las dos afirmaciones no son conciliables: la segunda expresaba una certeza, la primera solo una esperanza. Mas que esperanza, una ilusión. No existe una relación inmediata entre conocimiento y acción, entre teoría y praxis. El científico y el político tienen tiempos diferentes: el primero puede concederse tiempos largos, el segundo siempre debe decidir en estado de necesidad y urgencia. También sus responsabilidades son diferentes. La responsabilidad del científico es aclarar los términos de un problema; la del político, es resolverlo con una decisión, que no puede aplazarse de manera indefinida (por lo general, no decidir no es una buena decisión, aunque con frecuencia se pone en práctica). El científico puede darse el lujo de decir: en el estado de nuestro conocimiento, este problema es insoluble o bien se puede solucionar pero necesito años de investigación. Las circunstancias obligan al político a to

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