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RESIDENT EVIL HORA ZERO Capitulo 1


Enviado por   •  19 de Febrero de 2014  •  7.699 Palabras (31 Páginas)  •  344 Visitas

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RESIDENT EVIL VOLUMEN CERO

HORA CERO

S.D. PERRY

S.D. PERRY

RESIDENT EVIL 0

HORA CERO

Para Myk y Cy, mis chicos

El ansia de poder es la verdadera raíz del mal.

JUDITH MORIAE

Prólogo

El tren se mecía bamboleante mientras atravesaba los bosques de Raccoon. El

estruendoso traqueteo de las ruedas se repetía como en un eco en los truenos que

rasgaban el cielo del ocaso.

Bill Nyberg hojeó el expediente Hardy, que había sacado del maletín que

tenía a sus pies. Había sido un día muy largo, y el suave balanceo del tren lo

adormilaba. Era tarde, más de las ocho, pero el Expreso Eclíptico estaba casi lleno,

como solía pasar a la hora de la cena. Era un tren de la compañía y, desde la

renovación —Umbrella había gastado mucho dinero para dar un aire retro al

vagón restaurante, desde los asientos de terciopelo hasta las lámparas de

lágrimas—, muchos de los empleados llevaban allí a su familia o amigos para que

disfrutaran del ambiente. Normalmente había unas cuantas personas de fuera de la

ciudad que hacían trasbordo en Latham, pero Nyberg habría apostado a que nueve

de cada diez pasajeros trabajaban para Umbrella. Sin el apoyo del gigante

farmacéutico, Raccoon City ni siquiera sería una área de descanso en la carretera.

Uno de los camareros pasó a su lado y lo saludó con un leve movimiento de

cabeza al ver la pequeña insignia de Umbrella en la solapa de su chaqueta, lo que

identificaba a Nyberg como un pasajero habitual. Nyberg le devolvió el saludo. En

el exterior, el resplandor de un relámpago fue seguido rápidamente por el

estruendo de otro trueno. Al parecer se avecinaba una tormenta de verano. Incluso

en el agradable frescor del tren, el aire parecía cargado con la tensión de la lluvia

inminente.

Y mi gabardina está… ¿en el maletero? Fantástico.

Tenía el coche al final del parking de la estación. Antes de llegar a la mitad

del camino ya estaría calado.

Suspirando, volvió a centrar la atención en el expediente mientras se

arrellanaba en el asiento. Ya había revisado el material varias veces, pero quería

estar seguro de cada uno de los detalles. Una niña de diez años llamada Teresa

Hardy había participado en la prueba clínica de un nuevo medicamento pediátrico

para el corazón: Valifin. Resultó que la droga hacía exactamente lo que se esperaba

de ella, pero también causaba fallos renales, y en el caso de Teresa Hardy el daño

había sido muy severo. Sobreviviría, pero probablemente tendría que someterse a

diálisis el resto de su vida. El abogado de la familia pedía una fuerte

indemnización. El caso tenía que resolverse con rapidez, porque la familia Hardy

pretendía mantenerse a la espera hasta poder arrastrar a su doliente querubín de

rosadas mejillas ante un tribunal en una sala atestada de periodistas. Y ahí era

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donde Nyberg y su equipo entraban en acción. El truco consistía en ofrecer lo justo

para satisfacer a la familia, pero no lo suficiente como para que su abogado, uno de

esos leguleyos del tres al cuarto de «nosotros no cobramos a no ser que usted

cobre», viera el cielo abierto. Nyberg sabía cómo tratar a esos cuervos que se

presentaban en la cama del paciente incluso antes que el médico; lo tendría todo

solucionado antes de que Teresa regresara de su primer tratamiento. Para eso le

pagaba Umbrella.

La lluvia salpicó ruidosamente la ventana, como si alguien hubiera lanzado

un cubo de agua contra el cristal. Sorprendido, Nyberg miró hacia el exterior. Justo

entonces varios golpes secos resonaron sobre el techo del tren. Perfecto. Iban a

tener hasta granizo.

El destello de un rayo rasgó la creciente oscuridad e iluminó la pequeña

colina empinada que se hallaba en la parte más profunda del bosque. Nyberg alzó

la mirada y vio una alta figura recortada contra los árboles en la cima de la colina,

alguien con un abrigo largo o una túnica oscura sacudida por el viento. La figura

alzó los brazos hacia el furioso cielo… y el resplandor del rayo se desvaneció,

sumergiendo de nuevo en sombras la extraña escena.

—¿Qué demonios…? —comenzó a decir Nyberg, y más agua golpeó el cristal.

Pero no era agua, porque el agua no se quedaba enganchada formando gruesas

masas oscuras, porque el agua no babeaba ni se abría para mostrar docenas de

brillantes dientes afilados como agujas. Nyberg parpadeó sin saber qué era lo que

estaba viendo. Alguien comenzó a gritar en la otra punta del vagón, un alarido

largo y estridente, mientras más de las oscuras criaturas parecidas a babosas del

tamaño del puño de un hombre se lanzaban contra las ventanas. El sonido del

granizo al caer sobre el techo pasó de repiqueteo a torrente, y su estruendo ahogó

los muchos nuevos gritos.

¡No es granizo, eso no puede ser granizo!

Un pánico ardiente recorrió el cuerpo de Nyberg, y se alzó de golpe. Llegó

hasta el pasillo antes de que el vidrio a su espalda saltara hecho añicos, antes de

que todos los vidrios del tren volaran en pedazos con un sonido agudo y seco que

se mezcló con los gritos de terror, todo ello casi ahogado por el continuo estruendo

del ataque. Las luces se apagaron, y Nyberg notó que algo frío, húmedo y cargado

de vida le caía sobre la nuca y empezaba a morder.

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