Una democracia de abstinentes. En Colombia ganó el “no te metas”
Enviado por hernando.hgp • 10 de Septiembre de 2017 • Monografía • 1.637 Palabras (7 Páginas) • 254 Visitas
Una democracia de abstinentes. En Colombia ganó el “no te metas”
Por: Pablo Gentili | 04 de octubre de 2016
Comprender la guerra, sus causas de horror y de odio, sus consecuencias de muerte y dolor, es una tarea que simplemente escapa a los límites de la razón. A la guerra no se la comprende, se la sufre, se la encarna, se la desprecia, se la odia. Más aún cuando se trata de la peor de todas las guerras, de una guerra entre hermanos, que ha costado más de 7 millones de víctimas durante 52 larguísimos años.
¿Qué podrá escribirse o interpretarse sobre el trágico desenlace del plebiscito del pasado 2 de octubre que no sea una obviedad y, al mismo tiempo, un indescifrable acertijo? ¿Quién podrá explicar por qué un puñado de colombianos le ha dicho que no a la paz? ¿Por qué han elegido seguir el camino de la muerte en un país que ha vivido casi siempre rodeado de violencia, de injusticia e ignominia, tratando de hurgar en los pliegues de la memoria las razones de esa incansable pulsión de muerte y destrucción que la ha constituido como nación?
Tratar de comprender una guerra entre hermanos es insoportable, inimaginable, infinitamente doloroso y cruel. Nada de lo que digamos será relevante. Pero todo lo que digamos será necesario para tratar, al menos, de conjeturar cómo seguir a partir de aquí. No se trata sólo de saber dónde llegará Colombia, sino desde donde partirá ahora, después de esta nueva derrota. Colombia, ese país que obstinadamente pretende ejercer su derecho soberano a vivir en paz, como si renacer fuera su destino, como si saber regresar del infierno fuera su más heroica virtud.
Mucho se ha destacado, con razón, que el plebiscito sobre los acuerdos de paz era una gran apuesta democrática. Lo que parece incomprensible es que, si lo era, no se hayan generado las condiciones institucionales para que gran parte de los ciudadanos y ciudadanas colombianas acudieran a votar el 2 de octubre, evitando así que la esperanza fuera derrotada por el miedo, por la indiferencia y la apatía. Es que el domingo no ganó el rechazo a los acuerdos de paz. Ganó el “no me meto”: casi 63% de los colombianos y colombianas en condiciones de votar, no lo hicieron. Algunos sostuvieron que en los días de lluvia, la gente vota menos. ¿De esto dependía la paz?
Un poco más de 13 millones de colombianos votaron a favor del sí o a favor del no. Pero más de 21 millones no lo hicieron ni por uno ni por otro. Entender esto quizás sea una de las claves para entender por qué la paz se resiste a nacer en esa tierra cruel y generosa, despiadada y amable, desalmada y utópica. Una paz que no han querido parir los poderosos y que nunca consiguieron engendrar los que decían luchar por la justicia y la igualdad. Todo parecía que iba a cambiar a partir de ahora, pero más de 21 millones de colombianos y colombianas decidieron no votar y así ejercer su derecho a perpetuar un presente de incertidumbre y desconsuelo. Simplemente, decidieron ejercer su derecho a gritar un ensordecedor silencio, transformando a la democracia en el imperio de los abstinentes; de los que se pronuncian no estando; de los que expresan su existencia, invisibilizándose; de los que se esconden en un muro transparente contra el cual todo se choca y desintegra, especialmente la esperanza.
La Registraduría Nacional del Estado Civil, el organismo colombiano que cuenta oficialmente los votos del plebiscito, posee un “ranking de abstención”, una especie de cementerio de la democracia; o sea, de la paz. En La Guadalupe, una ciudad de nombre bello y de futuro espectral, en el Departamento de Guainia, donde Colombia se encuentra al mismo tiempo con Brasil y con Venezuela, nadie votó: nadie.
En Uribia, conocida como “la capital indígena colombiana”, en La Guajira, frente al Mar del Caribe, casi 97% de los votantes se abstuvieron. Uribia recibió su nombre en homenaje al político liberal, Rafael Uribe Uribe, asesinado en 1914 y de quién el ex presidente y mercader de la guerra, Álvaro Uribe Vélez, es su sobrino tataranieto.
En Aracataca, departamento de Magdalena, casi el 95% de los que podían votar a favor de la paz, decidieron no hacerlo. El dato no debería ser más o menos significativo que en otras de las tantas ciudades colombianas donde más del 80% de los posibles votantes decidieron silenciar su participación. No lo sería si no fuera allí donde nació Gabriel García Márquez, ese inventor de historias y de realidades mágicas, que tanto nos enseñó a soñar con una Colombia más justa y humana. ¿Qué había en Aracataca aquel 6 de marzo de 1927 en que Gabo nació? ¿Qué había que hoy se perdió? ¿Qué había que la guerra lo envenenó?
En Medellín, una ciudad que se ha transformado en ícono de la reforma urbana democrática, votó menos de la mitad de la población y el 62,97% lo hizo contra los acuerdos de paz.
Como quiera que sea, aunque el mundo estaba expectante y ansioso, la gran mayoría de los colombianos no votó el 2 de octubre. ¿Por qué?
Quizás por miedo, quizás por indiferencia. Quizás por no entender, quizás por haber entendido. Quizás por desconfianza, quizás por tener demasiadas certezas. Habrá que saberlo y habrá que saberlo pronto, ya que esto podría condenar al fracaso más de cinco años de complejas negociaciones y de importantísimos avances en el diálogo entre el gobierno colombiano y las FARC.
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