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Aloïs Riegl: EL CULTO MODERNO A LOS MONUMENTOS


Enviado por   •  27 de Marzo de 2014  •  2.773 Palabras (12 Páginas)  •  1.844 Visitas

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Alöis Riegl es el gran símbolo de los formalistas en el ámbito de la historia, llegando a tratar asuntos despreciados por otros estudiosos hasta el momento, lo que hizo de él una figura innovadora. Este gran autor austriaco de obras tan conocidas en su repertorio como son Arte industrial tardorromano en 1901 y un año más tarde El retrato holandés del grupo.

Su incansable labor en arte hizo que al año siguiente realizara El culto moderno a los monumentos para tratar de combatir la labor de reorganizar los monumentos históricos y artísticos públicos de Austria para una obtener una beneficiosa conservación de ellos según los distintos valores que condicionaban a éstos. Este libro se encuentra estructurado en tres apartados analizados desde la perspectiva de los diferentes valores dados a lo largo del libro, pero entrelazados por sus semejanzas y diferencias, así por cómo afecta al mundo de la conservación de monumentos; por ello encontramos denominado el primero, Los valores monumentales y su evolución, donde examina los valores que abarcan a los subvalores dentro de un contexto histórico muy concreto; el segundo, Los valores rememorativos en relación con el culto a los monumentos, en relación con la visión dirigida hacia el pasado, y por último Los valores de contemporaneidad en relación con el culto a los monumentos, con ideales totalmente contrarios a los anteriores, reflejando valores más modernos, que al enfrentarlos surgen duros conflictivos por intentar prevalecer unos sobre otros.

Los valores monumentales y su evolución histórica, la primera sección, nos permite conocer la definición de un monumento desde ambas perspectivas, la antigua y la moderna, todos realizados por el hombre con un objetivo muy concreto como puede ser la conmemoración de un hecho histórico, mitológico, o bien de la vida cotidiana de la propia cultura, para que dejar constancia de ello y que perviviera a lo largo de las distintas épocas y mostrar a sus sucesores quiénes fueron, cómo vivían, qué hechos sufrieron, dónde se localizaban y cuándo surgieron, de un modo no intencionado. Ese monumento puede ser caracterizado, en boca de muchos investigadores, de histórico-artístico, algo que causa muchas controversias a la hora de tratarlos como tales; todo se debe a la cuestión del valor histórico o artístico de cada uno, ya que depende de si expone un testimonio de una etapa muy exacta existente durante la misma pero imposible de volver a vivir, pues permanece en el pasado con símbolo rememorativo, e indica un paso evolutivo a lo largo de la historia. O bien de su contexto artístico, aunque siempre en relación con el histórico al enseñar un momento propio de los anales, por lo tanto el valor anterior abarca éste. Como hemos comentado anteriormente, la diferencia entre ambos es muy variable debido a que mayoritariamente nosotros, historiadores del arte, apreciamos con anterioridad el esteticismo sobre la historicidad, donde destaca el carácter

intencionado del artista para ser visto por numerosas personalidades a lo largo de la historia, interés rememorativo, como sucedía en la época renacentista. No obstante es incierta la conclusión sobre si se indica desde un punto de vista subjetivo u objetivo al exhibir un canon concreto como la perfección artística, expuesta en el clásico, y que debía de haber marcado las consiguientes épocas, según éstos. Cuestión finalizada en el siglo XIX al comentar en los distintos congresos artísticos la importancia de cada periodo de modo individual, que debía muy poco al clásico aunque siempre con la esencia del arte occidental creador, influido por el egipcio. Esto nos permitiría ver este valor artístico dividido en dos ramas históricas referidas a la antigüedad y a la modernidad, estableciendo relación con el valor histórico. Sin embargo el histórico incide de distinto modo en la conservación de monumentos al tomarlo como uno no intencionado puesto que no incidía en el hecho de hacer conocer a las demás generaciones lo que sucedía, solamente documentarlo, por lo tanto tiene un sentido subjetivo, como sucede casi con seguridad en el artístico al imponer la opinión y gustos ante la visualización de un arte exótico, diferente.

En un tercer lugar encontraríamos el valor de antigüedad con la función de crear una sensación profunda en el ser humano. Acogido de forma agradable por la cultura de masas, con una gran consideración por el mantenimiento de los monumentos según su aspecto original en los yacimientos, pero al igual que los anteriores el valor rememorativo recae de manera significativa. La convivencia de tres se distinguiría por sus características, el intencionado si hablamos del artístico, y en monumentos históricos y monumentos antiguos, dependiendo de quién opine nombrará su intención, o no; cada uno con características muy particulares, aunque entrelazados por esas diferencias.

En la última parte de este capítulo, Aloïs Riegl, ejecuta una incisión antes de continuar con el análisis de los distintos valores que incurren sobre los monumentos en cuanto a su conservación, diferenciando las controversias que surgieron entre artes de distintos países de Europa como es el caso del Renacimiento frente al Gótico en la península itálica, donde predominó el primero por el único precepto de reflejarse en sus antepasados de la época clásica, en el mismo contexto histórico hallamos el comienzo de las primeras normas para la protección de monumentos, en este caso clásicos, pero que significó un avance en cuanto al impulso por querer identificarse con sus ancestros, reflejándolo perfectamente el valor de histórico y el antigüedad. También analiza el valor histórico en el siglo XIX, donde se intensifica su uso, desestabilizando el valor artístico.

Los dos apartados siguientes, y culminantes, se dividirán en valores rememorativos y de contemporaneidad que responden a las exigencias que supeditan el culto a los monumentos. Comenzando por el primero cabe destacar el valor de antigüedad por su gran aplicación de tan numerosos monumentos y acogida entre la población, además de lo reciente que suponen sus normas. Se distingue por la apariencia ruinosa en la aplicación de este valor a los monumentos, con total rechazo ante la erosión del propio humano al intentar restaurarla con la superposición de elementos nuevos, o bien para reproducir la anterior o para mostrar un aspecto más novedoso, pero que produce tal desprecio en el ambiente de éste. El valor de novedad se encuentra exento en este tipo de monumentos, donde predomina el gusto por la erosión de los monumentos antes que interponer alguna creación venida de la mano del hombre para impedir la destrucción fatal del mismo; al contrario que el histórico, con leyes muy parecidas al de antigüedad, permite en casos extremos dar su brazo a torcer para evitar

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