Análisis -resumen De El Fin De Jorge Luis Borges
Enviado por francoyagos • 12 de Mayo de 2013 • 7.241 Palabras (29 Páginas) • 4.664 Visitas
Dice Borges sobre el cuento “El fin”:"Todo lo que hay en él está implícito en un libro famoso y yo he sido el primero en desentrañarlo"-; con esta narración, Borges agrega "un canto" a la segunda parte de Martín Fierro, de José Hernández.
La intervención del protagonista de este gran poema concluye así: Martín Fierro se separa de sus hijos y del hijo de Cruz, ("Después, a los cuatro vientos / los cuatro se dirigieron".)pero Borges lo hace regresar a la pulpería donde había llevado a cabo la payada con el moreno, "un pobre guitarrero", y donde los presentes habían procurado "que no se armara pendencia".
De todas maneras, en el poema hernandiano Martín Fierro no quiere pelear -"Yo ya no busco peleas, / las contiendas no me gustan; / pero ni sombras me asustan / ni bultos que se menean"-, pero hace alarde de su valentía, es decir, sabe defenderse si lo provocan. Estos versos constituyen ya una clave para comprender el desenlace del cuento borgeano. Además, su título -"El fin"- responde a una de las estrofas del poema (La vuelta de Martín Fíerro, canto XXX, vs. 4481-4486):
Yo no sé lo que vendrá /tampoco soy adivino;/pero firme en mi camino/hasta el fin he de seguir: /todos tienen que cumplir /con la ley de su destino.
El tema de "El fin" es el encuentro del hombre con su destino inexorable.
El moreno es vencido en la célebre payada, pero continúa en la pulpería como a la espera de "alguien". Ese "alguien" es Martín Fierro, quien hace siete años ha matado a su hermano (Canto VII de Martín Fierro)
El pulpero Recabarren había presenciado el primer contrapunto entre "el forastero" y el moreno. "Ahora" asiste, desde su lecho, inmóvil por la parálisis, al segundo, el de la vida contra la muerte. Ve llegar a un jinete, pero no puede identificarlo:
Recabarren vio el chambergo, el largo poncho oscuro, el caballo moro, pero no la cara del hombre, que, por fin, sujetó el galope y vino acercándose al trotecito. A unas doscientas varas dobló. Recabarren no lo vio más, pero lo oyó chistar, apearse, atar el caballo al palenque y entrar con paso firme en la pulpería.
El moreno recibe complacido a Fierro. Este trata de justificar su actitud pacífica al finalizar aquella payada que los unió:
-Más de siete años pasé yo sin ver a mis hijos. Los encontré ese día y no quise mostrarme como un hombre que anda a las puñaladas.
- Ya me hice cargo -dijo el negro-. Espero que los dejó con salud.
El destino le pone otra vez "el cuchillo" en la mano e inexorablemente debe cumplir con él. Se alejan "un trecho" de las casas y se preparan para el duelo:
-Una cosa quiero pedirle antes que nos trabemos. Que en este encuentro ponga todo su coraje y toda su maña, como en aquel otro de hace siete años, cuando mató a mi hermano.
Sólo Recabarren presencia los hechos, a través de la ventana de su rancho; sólo él ve "el fin", la muerte de Martín Fierro:
Inmóvil, el negro parecía vigilar su agonía laboriosa. Limpió el facón ensangrentado en el pasto y volvió a las casas con lentitud, sin mirar para atrás. Cumplida su tarea de justiciero, ahora era nadie. Mejor dicho era el otro: no tenía destino sobre la tierra y había matado a un hombre.
Ahora el negro es "el otro", es decir, Martín Fierro, pues, como él, ya arrastra una muerte sobre la tierra: "La sangre que se redama / no se olvida hasta la muerte" . Su victoria es, en realidad, su derrota. Como bien dice Donald L. Shaw, "ha liberado a Fierro de la trampa para encerrarse a sí mismo en ella".
El narrador es omnisciente, pero finge no saber con exactitud qué relación existe entre Recabarren y el "chico de rasgos aindiados". Borges intercala estos elementos de duda -"(hijo suyo, tal vez)"- para intensificar la verosimilitud de la narración.
Los personajes son cuatro. Recabarren, testigo de los hechos, no interviene en la narración; parece estar fuera del tiempo -en el presente--, en la eternidad. Un chico, sin voz -"le dijo por señas que no"-. El moreno y Martín Fierro, cuya identidad se oculta hasta el final, son los únicos personajes que dialogan. El absoluto silencio del pulpero y del chico -meras presencias- contrasta con las palabras de los otros personajes, en las que late la idea de venganza.
El narrador determina tres espacios: la habitación de Recabarren, apenas sugerida, en la que sólo una ventana lo comunica con una parte de la realidad exterior; la pulpería, escenario de la famosa payada, y la llanura "casi abstracta, como vista en un sueño". El contraste entre los espacios es evidente: oscuridad, estatismo (el cuarto del pulpero) y luz, movimiento (la llanura iluminada por "el último sol").
El tiempo gobierna la narrativa borgeana. El cuento comienza al atardecer: " ... se dilataban la llanura y la tarde ... "; " ... aún quedaba mucha luz en el cielo". Luego, anochece: " ahora miraba el cielo y pensaba que el cerco rojo de la luna era señal de lluvia. [ ] La llanura, bajo el último sol, era casi abstracta ... " Por fin, noche cerrada: "Un lugar de la llanura era igual a otro y la luna resplandecía".
Desde el punto de vista físico, la gradación temporal es perfecta. Además, Fierro aclara que sólo transcurre "una porción de días" desde la memorable payada. También surge el tiempo psíquico: Recabarren solamente vive en el presente. Un breve "racconto" explica la situación actual del "sufrido" pulpero.
Un universo de símbolos
Desde las primeras líneas, Borges nos da la clave de su cuento:
De la otra pieza le llegaba un rasgueo de guitarra, una suerte de pobrísimo laberinto que se enredaba y desataba infinitamente ...
La palabra laberinto' tiene una gran significación en el texto. Para Borges es la prisión en que está encerrado el hombre; es el lugar donde encontrará la muerte y, tal vez, la liberación; es el origen y el fin, el infinito y el caos, el paso de la vida a la muerte. Nuestro escritor explica cuándo surge en él la idea del laberinto: "Recuerdo un libro con un grabado en acero de las siete maravillas del mundo; entre ellas estaba el laberinto de Creta. Un edificio parecido a una plaza de toros, con unas ventanas muy exiguas, unas hendijas. Yo, de niño, pensaba que si examinaba bien ese dibujo, ayu¬dándome con una lupa, podría llegar a ver el Minotauro. Además, el laberinto es un síntoma evidente de perplejidad [ ... l. Yo, para expresar esa perplejidad que me ha acompañado a lo largo de la vida y que hace que muchos de mis
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