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Borges, Poeta Filosofo -Fernando Savater


Enviado por   •  20 de Abril de 2012  •  723 Palabras (3 Páginas)  •  806 Visitas

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Films

(Jorge Luis Borges)

Escribo mi opinión de unos films estrenados últimamente.

El mejor, a considerable distancia de los otros: El asesino Karamasoff

(Filmreich). Su director (Ozep) ha eludido sin visible incomodidad los

aclamados y vigentes errores de la producción alemana -la simbología

lóbrega, la tautología o vana repetición de imágenes equivalentes, la

obscenidad, las aficiones teratológicas, el satanismo- sin tampoco

incurrir en los todavía menos esplendorosos de la escuela soviética: la

omisión absoluta de caracteres, la mera antología fotográfica, las burdas

seducciones del comité. (De los franceses no hablo: su mero y pleno afán

hasta ahora, es el de no parecer norteamericanos -riesgo que les prometo

no corren-). Yo desconozco la espaciosa novela de la que fue excavado este

film: culpa feliz que me ha permitido gozarlo, sin la continua tentación

de superponer el espectáculo actual sobre la recordada lectura, a ver si

coincidían. Así, con inmaculada prescindencia de sus profanaciones

nefandas y de sus meritorias fidelidades -ambas inimportantes-, el

presente film es poderosísimo. Su realidad, aunque puramente alucinatoria,

sin subordinación ni cohesión, no es menos torrencial que la de Los

muelles de Nueva York, de Josef von Sternberg. Su presentación de una

genuina, candorosa felicidad después de un asesinato, es uno de sus altos

momentos. Las fotografías -la del amanecer ya preciso, la de las bolas

monumentales de billar aguardando el impacto, la de la mano clerical de

Smerdiakov, retirando el dinero- son excelentes, de invención y de

ejecución.

Paso a otro film. El que misteriosamente se nombra Luces de la ciudad, de

Chaplin, ha conocido el aplauso incondicional de todos nuestros críticos;

verdad es que su impresa aclamación es más bien una prueba de nuestros

irreprochables servicios telegráficos y postales, que un acto personal,

presuntuoso. ¿Quién iba a atreverse a ignorar que Charlie Chaplin es uno

de los dioses más seguros de la mitología de nuestro tiempo, un colega de las inmóviles

pesadillas de Chirico, de las fervientes ametralladoras de Scarface Al,

del universo finito aunque ilimitado, de las espaldas cenitales de Greta

Garbo, de los tapiados ojos de Gandhi? ¿Quién a desconocer que su novísima

comédie larmoyante era de antemano asombrosa? En realidad, en la que creo

realidad, este visitadísimo film del espléndido inventor y protagonista de

La quimera del oro, no pasa de una lánguida antología de pequeños

percances, impuestos a una historia sentimental. Alguno de estos episodios

es nuevo; otro, como el de la alegría técnica

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