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Cuento de Saki


Enviado por   •  26 de Noviembre de 2012  •  Informe  •  1.951 Palabras (8 Páginas)  •  377 Visitas

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Leamos entre todos el cuento de Saki

Era una tarde calurosa y el coche del tren estaba sofocante como correspondía; la próxima parada era Templecombe, a una hora de viaje. Los ocupantes del compartimiento eran una niña pequeña, una más pequeña y un niño pequeño. Una tía de los niños ocupaba el asiento de una esquina, y en el rincón más alejado del otro lado, iba un señor solo que era extraño al grupo, pero las niñas pequeñas y el niño se habían adueñado del compartimiento. Tanto la tía como los niños practicaban la conversación de un modo limitado y persistente, que recordaba las atenciones de una mosca casera cuando se niega a desanimarse. La mayoría de las frases de la tía parecían comenzar por “no habas” y casi todo lo que decían los niños empezaba con un “¿por qué?”. El hombre solo no decía nada en voz alta.

- No, Cyril, no – exclamó la tía, cuando el pequeño comenzó a golpear los cojines del asiento produciendo una nube del polvo a cada golpe.

- Ven y mira por la ventana – agregó. El niño se acercó de mala gana a la ventana.

- ¿Por qué están sacando esas ovejas del potrero? – preguntó.

- Me parece que las están llevando a otro potrero donde hay más pasto. – dijo débilmente la tía.

- Pero si hay montones de pasto en ese potrero – protestó el niño -, no hay sino pasto. Tía, hay montones de pasto.

- Tal vez el pasto del otro potrero es mejor – sugirió.

- ¿Por qué es mejor? – fue la pregunta inmediata e inevitable.

- ¡Mira esas vacas! – exclamó la tía. En casi todos los potreros a lo largo de la vía férrea había vacas y novillos, pero la tía hablaba como si hubiera descubierto una rareza.

- ¿Por qué es mejor el pasto de otro potrero? – insistía Cyril.

El hombre solo comenzó a fruncir el ceño. Era un hombre duro y desconsiderado, decidió la tía en su interior. Ella era completamente incapaz de llegar a ninguna conclusión satisfactoria sobre el pasto del otro potrero.

La niña más chiquita creó una variante cuando comenzó a recitar “por el camino de Mandalay”. No se sabía sino el primer renglón, pero hacía el máximo uso posible de sus limitados conocimientos. Repetía el renglón una y otra vez en una voz ensoñadora pero resuelta y muy audible; al hombre le parecía como si alguien le hubiera apostado a que no era capaz de decir el renglón en voz alta dos mil veces sin parar. Cualquiera que fuera quien la había apostado parecía estar perdiendo.

- Vengan acá y les cuento un cuento – dijo la tía, cuando el señor la miró a ella dos veces y luego miró la cuerda de la alarma.

Los niños se acercaron a la tía sin ningún interés. Era evidente que, con ellos no gozaba de gran fama como contadora de cuentos. En voz baja y confidencial, interrumpida a intervalos frecuentes por las preguntas petulantes hechas en voz alta por sus oyentes, empezó a contar una poco animada historia, deplorablemente insulsa, sobre una niñita que era buena, y se hacía amiga de todo el mundo por lo buena que era, y al final la gente la salvaba de un toro bravo porque admiraban su carácter moral.

- ¿No la hubieran salvado si no hubiera sido buena? – preguntó la más grande de las niñitas. Era exactamente la pregunta que hubiera querido hacer el hombre.

- Bueno, si – admitió la tía de manera insegura -, pero no creo que hubieran corrido tan rápidamente a ayudarle si no la hubieran querido tanto.

- Es el cuento más estúpido que he oído – dijo la mayor de las niñitas con inmensa convicción.

- No atendí después de la primera parte, era tan estúpido – dijo Cyril.

La niña más pequeña no hizo ningún comentario sobre el cuento, pero hacía rato que había vuelto a repetir en voz baja su renglón favorito.

- No parece usted un éxito como contadora de cuentos – dijo de pronto el hombre desde su rincón.

La tía saltó inmediatamente a defenderse del ataque inesperado.

- Es un asunto muy complicado contar cuentos que los niños puedan entender y apreciar al mismo tiempo – dijo secamente.

- No estoy de acuerdo con usted – dijo el señor.

- Tal vez le gustaría contarles un cuento – fue la réplica de la tía.

- Cuéntenos un cuento – le pidió la mayor de las niñas.

- Había una vez – empezó el señor -, una niñita llamada Bertha, que era extraordinariamente buena.

El interés de los niños, despierto durante unos instantes empezó a decaer al momento; todos los cuentos se parecían horriblemente, sin importar quien los contara.

- Hacía todo lo que le decían, siempre decía la verdad, mantenía su ropa limpia, se comía las galletas como si fueran torta de bodas, se aprendía las lecciones a la perfección, y era de muy buenos modales.

- ¿Era bonita? – preguntó la mayor de las niñas.

- No tan bonita como ustedes – dijo el señor -, pero espantosamente buena.

Hubo una ondulante reacción a favor del cuento, la palabra espantoso en conexión con la bondad era una novedad que se ensalzaba a sí misma.

Parecía introducir un tono de verdad que estaba ausente de los cuentos de la tía sobre la vida infantil.

- Era tan buena – continuó el señor -, que se ganó varias medallas de bondad, que siempre llevaba pegadas al vestido con alfileres. Tenía una medalla de obediencia, otra de puntualidad, y una tercera de buena conducta. Eran grandes medallas de metal y tintineaban una contra otra cuando ella caminaba. Ningún otro niño en la ciudad donde vivía tenía tantas medallas, de modo que

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