Derechos Humanos y Literatura: Comunidades Imaginadas
Enviado por gabygab33 • 4 de Mayo de 2016 • Documentos de Investigación • 1.607 Palabras (7 Páginas) • 286 Visitas
Seminario de Literatura Latinoamericana, 2016
Derechos Humanos y Literatura: Comunidades Imaginadas
Informe Nro.1
Gabriela Ottati
Para ver desde qué lugar se relacionan los Derechos Humanos y la Literatura, se debe comenzar por analizar la evolución que han tenido los textos literarios a través de los tiempos con respecto al receptor. Es decir, en un primer momento la Literatura tenía una preocupación pedagógica y se asociaba a las grandes obras vinculadas a grandes autores. (Jimena Sáenz, Literatura y Derechos Humanos: un campo naciente, 27)[1]. Se debe tener en cuenta, además, que los textos se producen en un momento histórico determinado donde autor y sociedad están íntimamente relacionados y que los destinatarios definen cuál es la forma en que deciden leer esas obras.
Por su lado, el concepto de Derechos Humanos también se ha ido elaborando, reevaluando y ampliando a través de la historia y su concreción está dada por la confluencia de condiciones religiosas, éticas, políticas, etc. El hombre ha tenido desde siempre ciertos ideales que se fueron traduciendo en Derechos Humanos. Hoy, en el siglo XXI, todas las personas invocan los Derechos Humanos, pero para que esto sea posible ha tenido que pasar mucha historia.
Lynn Hunt en La invención de los Derechos Humanos: un campo naciente, (2009)[2], apunta a una cierta ambigüedad en los Derechos Humanos porque ¿son una invención? Y si es así, ¿cómo es que han llegado a ser abrazados universalmente? Para esto toma como punto de partida el siglo XVIII y las declaraciones de Derechos norteamericana y francesa y se cuestiona cómo un concepto tan revolucionario toma un alcance universal, siendo éstas sociedades pertenecientes al Antiguo Régimen. (17).
La respuesta de Hunt es tomarlos como “evidentes” (16), en otras palabras, los Derechos Humanos aparecen como algo que preexiste a su proclamación, como algo natural inherente al ser humano. Pero al mismo tiempo si el titular de estos derechos es el colectivo “seres humanos”, si se generan derechos por el simple hecho de serlo, cómo es posible que haya que proclamarlos explícitamente; a esto le llama paradoja de la evidencia (17).
Es notorio que los derechos de los hombres no pueden verse concretados en la realidad; basta que a un solo hombre no se le reconozcan los derechos para que pasen a ser adquiridos, resultantes de procesos históricos recientes con importancia cultural y no naturales.
Retomando a Sáenz que explora en el proyecto de Hunt y en el proyecto de Slaughter, (Human Rights, Inc.: The World Novel, Narrative Form and International Law, 2007), se pregunta respecto a los Derechos Humanos:
[…] cómo un discurso débil y dubitativo jurídicamente –en principio, sin marcos institucionales fuertes que aseguren su cumplimiento—, que se manifiesta en una retórica y una forma narrativa compleja, de temporalidades extrañas y con una fuerte carga tautológica y teleológica o aspiracional a la vez, llegó a expandirse y constituirse en ―sentido común‖ entre individuos, pueblos y naciones tan diferentes a lo largo del mundo en un período relativamente corto. (Sáenz, Op.cit.32).
Acá es donde la Literatura entra en juego de relación con los Derechos Humanos, y esta relación se da porque existe una historia previa. La literatura es una herramienta para mostrar valores morales. La forma de vincular al Derecho con el sujeto es hacerse de las estrategias de la Literatura para buscar la identificación con el “otro”. La literatura debe dejar de ser un arma de lucha y convertirse en un género cultural que realice un trabajo social y que la lectura sea un proyecto socializador de los Derechos Humanos. (Slaughter en Jimena Sáenz, 40).
Para lograr este cometido, Hunt se centra en un «atractivo emocional; es convincente si toca la fibra sensible de toda persona […]» (Op.cit.25), atractivo que tienen los Derechos Humanos como motor histórico. Los acuerdos para que funcionen deben ser compartidos por quienes los apliquen, por eso Hunt sostiene que existen determinadas características de algunas prácticas culturales en el siglo XVIII, que inciden sobre los derechos de los hombres para crear empatía hacia los demás. Una de estas prácticas es la “novela epistolar” (31), «Las novelas epistolares enseñaron a sus lectores nada menos que una nueva psicología, y en ese proceso echaron los cimientos de un nuevo orden social y político» (38). Parte de estas novelas, que tocaban temas nuevos y tenían gran variedad de personajes, se comienzan a leer en forma distinta; estas novelas tenían una relación de horizontalidad con respecto al lector u oyente. Estos receptores comenzaron a imaginar cómo siente el personaje sin importar su clase social, porque aquella relación de verticalidad se transformó por medio del sentimiento, y esa “empatía” depende del surgimiento de una identificación con el “otro” que aporte un nuevo valor a la vida. El receptor del mensaje es capaz de imaginar, y así se va formando un conjunto expectante en un mismo momento histórico. No tiene por qué haber una experiencia vivida en forma conjunta entre sus integrantes, sino que basta con imaginar al “otro” en una forma similar a la de uno. Cuando cada ser humano internaliza que otro ser humano cualquiera tiene el mismo valor, aunque sean de culturas diferentes, y aunque probablemente jamás se conozcan, ahí es donde empiezan a verse los Derechos Humanos.
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