El Arte De La Seducción
Enviado por arcast • 14 de Noviembre de 2012 • 3.198 Palabras (13 Páginas) • 503 Visitas
Hace miles de años, el poder se conquistaba principalmente mediante la violencia física, y se mantenía con la
fuerza bruta. No había necesidad de sutileza; un rey o emperador debía ser inmisericorde. Sólo unos cuantos
selectos tenían poder, pero en este esquema de cosas nadie sufría más que las mujeres. No tenían manera de
competir, ningún arma a su disposición con que lograr que un hombre hiciera lo que ellas querían, política y
socialmente, y aun en el hogar. Claro que los hombres tenían una debilidad: su insaciable deseo de sexo. Una
mujer siempre podía jugar con este deseo; pero una vez que cedía al sexo, el hombre recuperaba el control. Y si
ella negaba el sexo, él simplemente podía voltear a otro lado, o ejercer la fuerza. ¿Qué había de bueno en un
poder tan frágil y pasajero? Aún así, las mujeres no tenían otra opción que someterse. Pero hubo algunas con tal
ansia de poder que, a la vuelta de los años y gracias a su enorme inteligencia y creatividad, inventaron una
manera de alterar completamente esa dinámica, con lo que produjeron una forma de poder más duradera y
efectiva. Esas mujeres —como Betsabé, del Antiguo Testamento; Helena de Troya; la sirena china Hsi Shi, y la
más grande de todas, Cleopatra— inventaron la seducción. Primero atraían a un hombre por medio de una
apariencia tentadora, para lo que ideaban su maquillaje y ornamento, a fin de producir la imagen de una diosa
hecha carne. Al exhibir únicamente indicios de su cuerpo, excitaban la imaginación de un hombre, estimulando así
el deseo no sólo de sexo, sino también de algo mayor: la posibilidad de poseer a una figura de la fantasía. Una vez
que obtenían el interés de sus víctimas, estas mujeres las inducían a abandonar el masculino mundo de la guerra
y la política y a pasar tiempo en el mundo femenino, una esfera de lujo, espectáculo y placer. También podían
literalmente descarriarla, llevándolas de viaje, como Cleopatra indujo a Julio César a viajar por el Nilo. Los
hombres se aficionaban a esos placeres sensuales y refinados: se enamoraban. Pero después, invariablemente,
las mujeres se volvían frías e indiferentes, y confundían a sus víctimas. Justo cuando los hombres querían más,
les eran retirados sus placeres. Esto los obligaba a perseguirlos, y a probarlo todo para recuperar los favores que
alguna vez habían saboreado, con lo que se volvían débiles y emotivos. Los hombres, dueños de la fuerza física y
el poder social —como el rey David, el troyano París, Julio César, Marco Antonio y el rey Fu Chai—, se veían
convertidos en esclavos de una mujer. En medio de la violencia y la brutalidad, esas mujeres hicieron de la
seducción un arte sofisticado, la forma suprema del poder y la persuasión. Aprendieron a influir en primera
instancia en la mente, estimulando fantasías, logrando que un hombre siempre quisiera más, creando pautas de
esperanza y desasosiego: la esencia de la seducción. Su poder no era físico sino psicológico; no enérgico, sino
indirecto y sagaz. Esas primeras grandes seductoras eran como generales que planeaban la destrucción de un
enemigo; y, en efecto, en descripciones antiguas la seducción suele compararse con una batalla, la versión
femenina de la guerra. Para Cleopatra, fue un medio para consolidar un imperio. En la seducción, la mujer no era
ya un objeto sexual pasivo; se había vuelto un agente activo, una figura de poder. Con escasas excepciones —el
poeta latino Ovidio, los trovadores medievales—, los hombres no se ocuparon mucho de un arte tan frivolo como
la seducción. Más tarde, en el siglo XVII, ocurrió un gran cambio: se interesaron en la seducción como medio para
vencer la resistencia de las jóvenes al sexo. Los primeros grandes seductores de la historia - el duque de Lauzun,
los diferentes españoles que inspiraron la leyenda de Don Juan— comenzaron a adoptar los métodos
tradicionalmente empleados por las mujeres. Aprendieron a deslumbrar con su apariencia (a menudo de
naturaleza andrógina), a estimular la imaginación, a jugar a la coqueta. Añadieron también un elemento masculino
al juego: el lenguaje seductor, pues habían descubierto la debilidad de las mujeres por las palabras dulces. Esas
dos formas de seducción —el uso femenino de las apariencias y el uso masculino del lenguaje— cruzarían con
frecuencia las fronteras de los géneros: Casa-nova deslumbraba a las mujeres con su vestimenta; Ninon de
l'Enclos encantaba a los hombres con sus palabras. Al mismo tiempo que los hombres desarrollaban su versión
de la seducción, otros empezaron a adaptar ese arte a propósitos sociales. Mientras en Europa el sistema feudal
de gobierno se perdía en el pasado, los cortesanos tenían que abrirse paso en la corte sin el uso de la fuerza.
Aprendieron que el poder debía obtenerse seduciendo a sus superiores y rivales con juegos psicológicos,
palabras amables y un poco de coquetería. Cuando la cultura se democratizó, los actores, dandys y artistas
dieron en usar las tácticas de la seducción como vía para cautivar y conquistar a su público y su medio social. En
el siglo XDC sucedió otro gran cambio: políticos como Napoleón se concebían conscientemente como seductores,
a gran escala. Estos hombres dependieron del arte de la oratoria seductora, pero también dominaron las
estrategias alguna vez consideradas femeninas: montaje de grandes espectáculos, uso de recursos teatrales,
creación de una intensa presencia física. Todo esto, aprendieron, era —y sigue siendo — la esencía del carisma.
Seduciendo a las masas, pudieron acumular inmenso poder sin el uso de la fuerza. Ahora hemos llegado al punto
máximo en la evolución de la seducción. Hoy más que nunca se desalienta la tuerza o brutalidad de cualquier
clase. Todas las áreas de la vida social exigen la habilidad para convencer a la gente sin ofenderla ni presionarla.
Formas de seducción pueden hallarse en todos lados, combinando estrategias masculinas y femeninas. La
publicidad se infiltra, predomina la venta blanda. Si queremos cambiar las opiniones de la gente —y afectar la
opinión es básico para la seducción—, debemos actuar de modo sutil y subliminal. Hoy ningura estrategia política
da resultados sin seducción. Desde la época de John F. Kennedy, las figuras de la política deben poseer cierto
grano de carisma, una presencia cautivadora para mantener la atención de su público,
...