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El Diálogo Sincero

30 de Noviembre de 2013

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La relación de comunicación soberana y por excelencia es el diálogo; no el seudodiálogo manipulador y sometedor, sino el auténtico diálogo entre iguales, participativo, en plena libertad, sin maquinaciones ocultas o evidentes ni argumentos prohibidos. El diálogo genuino sólo se puede dar en condiciones de una verdadera democracia.

Algunos teóricos de la comunicación plantean que es casi imposible el acuerdo, pero esto no implica que el diálogo se tenga que interrumpir cuando los hablantes disienten, controvierten o tienen posiciones antagónicas. Si un diálogo no es objetivo, sincero, veraz y ético, puede romperse con facilidad. El mundo cotidiano nos presenta esquemas erráticos de conversación, que muchas veces los aplicamos, sin el debido cuestionamiento y la reflexión. Ello genera distorsiones y malentendidos en la comunicación, que nos involucran en conflictos. La diversidad degradada de los conflictos ha estado animada por la degradación de los lenguajes.Muchos conflictos surgen porque partimos del principio de que el otro posee las mismas referencias que nosotros, usa los mismos itinerarios de pensamiento y debe saber lo queremos decir. Cuando nos comunicamos con los demás, por lo general no tenemos en cuenta esta selección de información, tan aferrados como estamos a la creencia de actuar sobre la misma realidad que el otro, esto es fuente de incomprensión y malentendidos.

Cuando se dialoga es importante, además de escuchar y comprender al otro, interpretar convenientemente lo que el interlocutor quiere expresar, porque si no ocurre esto, puede romperse la comunicación.El diálogo auténtico requiere que se diga la verdad. "La verdad es algo tan fundamental que no sólo se comporta como uno de los problemas filosóficos por excelencia, sino que es también una de las bases del comportamiento social humano. No es posible establecer relaciones sociales significativas y duraderas sin tener la facultad de confiar en un otro. Una vez que la confianza se rompe, el establecimiento de relaciones con otros significantes se vuelve bastante difícil. De este modo, una vez que nuestro comportamiento comienza a basarse en aspectos que poco se relacionan con la verdad, las relaciones basadas en la confianza se rompen y poco queda de relaciones sociales valorables" (¿Qué es la verdad? www.misrespuestas.com). No sólo basta con decir la verdad, lo realmente importante es no mentir. "El culto a la verdad por la verdad misma es uno de los ejercicios que más eleva el espíritu y lo fortifica… Pues el que no se acostumbra a respetarla en lo pequeño, jamás llegará a respetarla en lo grande". (Miguel de Unamuno). Según Kant, la verdad hay que decirla por la razón misma. "si hablemos, nos dice el Mentor interactivo de Océano editorial, es para comunicar algo, y si lo que decimos es mentira, entonces no comunicamos nada. La mentira despoja de todo sentido al lenguaje". La veracidad, o hábito de decir la verdad, es una virtud, y la obligación de practicarla surge de un origen doble. (Por verdad, si entrar en intrincadas profundidades epistemológicas, se entiende que se trata de afirmar lo que concuerda con la realidad, referir los hechos tal como ocurrieron, que lo que se exprese esté en concordancia con lo que se piensa o se siente. Esa sería la "verdad" que tendremos que decir en el diálogo, porque la verdad como valor, como ideal, es supremamente compleja e insondable. Porque: ¿Qué es la verdad? ¿Dónde está la verdad? ¿Quién tiene la verdad? ¿Quién dice la verdad? ¿Cuál verdad? ¿La verdad lógica? ¿La verdad ontológica? ¿La verdad de hecho? ¿La verdad de razón? ¿La verdad pragmática? ¿La verdad sintética? ¿La verdad analítica? ¿La verdad semántica? ¿La verdad de Perogrullo? ¿La verdad verbal? ¿La verdad apodíctica? ¿La verdad metafísica? ¿La verdad moral? ¿La verdad diacrónica? ¿La verdad sincrónica? Por esta razón es mejor que entendamos la verdad en el sentido antes aclarado). En primer lugar, puesto que el hombre es un animal social (como diría Aristóteles), un hombre debe naturalmente a los demás aquello sin lo que una sociedad no perdura. Pero los hombres no pueden vivir juntos si no creen estar diciéndose la verdad uno a otro. De ahí que la virtud de la veracidad esté hasta cierto punto dentro del capítulo de la justicia. La segunda fuente de la obligación de veracidad surge del hecho de que el habla tiene claramente la finalidad por su propia naturaleza de la comunicación del conocimiento de uno a otro. Debe utilizarse, por tanto, para la finalidad para la que está naturalmente propuesta, y las mentiras deben ser evitadas. Pues las mentiras no son meramente un mal uso, sino un abuso, del don de la palabra, ya que, al destruir la confianza instintiva del hombre en la veracidad de su prójimo, tienden a destruir la eficacia de ese don. Según Aristóteles, la mentira es el ocultamiento del ser bajo apariencias. El lenguaje, plantea el filósofo José Ortega y Gasset, lo definimos "como el medio que nos sirve para manifestar nuestros pensamientos. Pero una definición, si es verídica, es irónica, implica tácitas reservas, y cuando no se la interpreta así, produce funestos resultados… Lo de menos es que el lenguaje sirva también para ocultar nuestros pensamientos, para mentir. La mentira sería imposible si el hablar primario y normal no fuese sincero. La moneda falsa circula sostenida por la moneda sana. A la postre, el engaño resulta ser un humilde parásito de la ingenuidad" (La rebelión de las masas). El filósofo Martín Heidegger señala que el único modo de llegar al ser es el lenguaje, pues allí es donde habita. El lenguaje lo oculta o lo muestra según su hablar. "El lenguaje no es un ente más, digno del estudio de la ciencia; es nuestro vínculo con el ser, vínculo propio de nosotros y propio del ser… La lengua es la poesía originaria, en la que un pueblo poetiza el ser." (Etimología de la verdad y verdad de la etimología, de Jorge Alejandro Flórez Restrepo. www.forodeeducación.com). En plano muy profundo Javier H. Murillo nos dice que el lenguaje es el resultado de una necesidad, la manifestación de un desbordamiento, de un desequilibrio o una insatisfacción.

El diálogo se nutre del debate y la controversia, y es a través de éstos que surge la verdad. El pluralismo democrático se evidencia en el debate y la controversia. En este sentido, según el discurso del presidente César Gaviria Trujillo (durante la clausura de la Asamblea Constituyente de 1991), los debates francos no serán criticados por generar conflicto. "Por el contrario, se dirá con razón: ¡Bienvenido sea el diálogo abierto, sin temas vedados, donde todos tenemos algo que decir, donde todos tenemos el derecho a ser oídos! En el ámbito de un diálogo auténtico debe imperar la tolerancia para escuchar y respetar ideas ajenas, sin abandonar las nuestras. Ello implica que "todos podremos expresarnos libre y plenamente, que hemos adoptado unas nuevas reglas de juego para que dejemos de pelear como enemigos y pasemos a dialogar como contradictores". El diálogo abierto posibilita un estilo armónico de convivencia. "El enfrentamiento surge casi siempre de la incomprensión, del encasillamiento de cada cual en su posición y en su forma de ver las cosas, sin atender a los problemas del otro. Una dinámica que haga posible una buena convivencia pasa inevitablemente por el diálogo abierto, por la predisposición a escuchar y a ponerse en el lugar del otro, como única forma de una convivencia viable" (Mentor interactivo).

Una persona con habilidades comunicativas debe vivir y hablar con inteligencia (saber lo que hace o lo que dice), prudencia (saber cómo, cuándo y dónde hacer o decir algo) y naturalidad (actuar y hablar de manera espontánea). Así mismo, en la comunicación, se debe conocer la esencia del mensaje (qué es lo qué se dice), su finalidad u objetivo (por qué se dice) y la forma cómo se dice. Porque la verdadera elocuencia consiste en decir todo lo necesario, y no decir más que lo necesario.

Con respecto a la prudencia para hablar, el filósofo Miguel Ángel Martí García (en un ensayo titulado El arte de hablar bien) señala que el aspecto más criticado es la incontinencia verbal o la imprudencia verbal, tal vez por ser el defecto más extendido. Son muchas las personas que se dejan llevar por una forma exagerada por el deseo de hablar, cayendo en todo tipo de incorrecciones y produciendo cansancio a los que se ven obligados a escucharles. En cambio, son más bien pocas las personas que se caracterizan por su prudencia y oportunidad a la hora de comunicarse con los otros. En decir lo que se tiene que decir y en escoger el momento oportuno estribaría el arte de hablar, aunque para ser más preciso, a estas condiciones habría que añadir el hacerlo en términos apropiados. No todas las personas cuentan con el número de vocablos suficientes para expresar lo que quieren decir; de ahí la importancia de poseer un vocabulario extenso, que pueda satisfacer nuestras necesidades de comunicación. Como es lógico estas necesidades no serán las mismas para un intelectual que para quien no lo sea; de todas formas, si el vocabulario es muy reducido, no cubre las exigencias mínimas que todo hombre necesita, no sólo para comunicarse con los otros, sino para entenderse a sí mismo, porque quien no posee la palabra para mencionar el concepto que representa, es que de alguna manera desconoce también el concepto y la realidad que sustituye.

Por lo tanto, para hablar bien junto a la prudencia y la oportunidad es necesario disponer de un vocabulario apropiado. La prudencia y la oportunidad nos garantizan que nuestros juicios, valoraciones, calificaciones, se ajusten a la realidad, porque

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