El Principito
Enviado por jmardesic • 30 de Junio de 2015 • 12.448 Palabras (50 Páginas) • 209 Visitas
EL PRINCIPITO
Antoine De Saint Exupery
El Principito Antoine De Saint Exupery
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A LEON WERTH
Pido perdón a los niños por haber dedicado este libro a una persona mayor. Tengo
una seria excusa: esta persona mayor es el mejor amigo que tengo en el mundo. Pero tengo
otra excusa: esta persona mayor es capaz de comprenderlo todo, incluso los libros para
niños. Tengo una tercera excusa todavía: esta persona mayor vive en Francia, donde pasa
hambre y frío. Tiene, por consiguiente, una gran necesidad de ser consolada. Si no fueran
suficientes todas esas razones, quiero entonces dedicar este libro al niño que fue hace
tiempo esta persona mayor. Todas las personas mayores antes han sido niños. (Pero pocas
de ellas lo recuerdan). Corrijo, por consiguiente, mi dedicatoria:
A LEÓN WERTH
cuando era niño
El Principito Antoine De Saint Exupery
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I
Cuando yo tenía seis años vi en un libro sobre la selva virgen que se titulaba "Historias
vividas", una magnífica lámina. Representaba una serpiente boa que se tragaba a una fiera.
Esta es la copia del dibujo.
En el libro se afirmaba: "La serpiente boa se traga su presa entera, sin masticarla.
Luego ya no puede moverse y duerme durante los seis meses que dura su digestión".
Reflexioné mucho en ese momento sobre las aventuras de la jungla y a mi vez logré
trazar con un lápiz de colores mi primer dibujo. Mi dibujo número 1 era de esta manera:
Enseñé mi obra de arte a las personas mayores y les pregunté si mi dibujo les daba
miedo.
–¿por qué habría de asustar un sombrero? – me respondieron.
Mi dibujo no representaba un sombrero. Representaba una serpiente boa que digiere
un elefante. Dibujé entonces el interior de la serpiente boa a fin de que las personas
mayores pudieran comprender. Siempre estas personas tienen necesidad de explicaciones.
Mi dibujo número 2 era así:
Las personas mayores me aconsejaron abandonar el dibujo de serpientes boas, ya
fueran abiertas o cerradas, y poner más interés en la geografía, la historia, el cálculo y la
gramática. De esta manera a la edad de seis años abandoné una magnífica carrera de
pintor. Había quedado desilusionado por el fracaso de mis dibujos número 1 y número 2.
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Las personas mayores nunca pueden comprender algo por sí solas y es muy aburrido para
los niños tener que darles una y otra vez explicaciones.
Tuve, pues, que elegir otro oficio y aprendía pilotear aviones. He volado un poco por
todo el mundo y la geografía, en efecto, me ha servido de mucho; al primer vistazo podía
distinguir perfectamente la China de Arizona. Esto es muy útil, sobre todo si se pierde uno
durante la noche.
A lo largo de mi vida he tenido multitud de contactos con multitud de gente seria. Viví
mucho con personas mayores y las he conocido muy de cerca; pero esto no ha mejorado
demasiado mi opinión sobre ellas.
Cuando me he encontrado con alguien que me parecía un poco lúcido, lo he sometido
a la experiencia de mi dibujo número 1 que he conservado siempre. Quería saber si
verdaderamente era un ser comprensivo. E invariablemente me contestaban siempre: "Es
un sombrero". Me abstenía de hablarles de la serpiente boa, de la selva virgen y de las
estrellas. Poniéndome a su altura, les hablaba del bridge, del golf, de política y de corbatas.
Y mi interlocutor se quedaba muy contento de conocer a un hombre tan razonable.
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II
Viví así, solo, nadie con quien poder hablar verdaderamente, hasta cuando hace seis
años tuve una avería en el desierto de Sahara. Algo se había estropeado en el motor. Como
no llevaba conmigo ni mecánico ni pasajero alguno, me dispuse a realizar, yo solo, una
reparación difícil. Era para mí una cuestión de vida o muerte, pues apenas tenía agua de
beber para ocho días.
La primera noche me dormí sobre la arena, a unas mil millas de distancia del lugar
habitado más próximo. Estaba más aislado que un náufrago en una balsa en medio del
océano. Imagínense, pues, mi sorpresa cuando al amanecer me despertó una extraña
vocecita que decía:
–¡Por favor... píntame un cordero!
–¿Eh?
–¡Píntame un cordero!
Me puse en pie de un salto como herido por el rayo. Me froté los ojos. Miré a mi
alrededor. Vi a un extraordinario muchachito que me miraba gravemente. Ahí tienen el mejor
retrato que más tarde logré hacer de él, aunque mi dibujo, ciertamente es menos encantador
que el modelo. Pero no es mía la culpa. Las personas mayores me desanimaron de mi
carrera de pintor a la edad de seis años y no había aprendido a dibujar otra cosa que boas
cerradas y boas abiertas.
Miré, pues, aquella aparición con los ojos redondos de admiración. No hay que olvidar
que me encontraba a unas mil millas de distancia del lugar habitado más próximo. Y ahora
bien, el muchachito no me parecía ni perdido, ni muerto de cansancio, de hambre, de sed o
de miedo. No tenía en absoluto la apariencia de un niño perdido en el desierto, a mil millas
de distancia del lugar habitado más próximo. Cuando logré, por fin, articular palabra, le dije:
– Pero… ¿qué haces tú por aquí?
Y él respondió entonces, suavemente, como algo muy importante:
–¡Por favor… píntame un cordero!
Cuando el misterio es demasiado impresionante, es imposible desobedecer. Por
absurdo que aquello me pareciera, a mil millas de distancia de todo lugar habitado y en
peligro de muerte, saqué de mi bolsillo una hoja de papel y una pluma fuente. Recordé que
yo había estudiado especialmente geografía, historia, cálculo y gramática y le dije al
muchachito (ya un poco malhumorado), que no sabía dibujar.
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– No importa – me respondió–, píntame un cordero!
Como nunca había dibujado un cordero, rehice para él uno de los dos únicos dibujos
que yo era capaz de realizar: el de la serpiente boa cerrada. Y quedé estupefacto cuando oí
decir al hombrecito:
– ¡No, no! Yo no quiero un elefante en una serpiente. La serpiente es muy peligrosa y
el elefante ocupa mucho sitio. En mi tierra es todo
...