El pequeño rey, un análisis

“El pequeño rey”

Un análisis

Claudia Gabriela Olvera Ruiz Gutiérrez

Dicen que el poder corrompe. ¿Hará lo mismo el amor? Los poderosos, con las riendas del mundo entre sus manos, parecen no saciar nunca su sed. Los síntomas del amor son parecidos: apetito constante que provoca ceguera. Este es el caso del protagonista del cuento, un hombre que por su edad avanzada y sus pocas luces nos remite a un Don Quijote moderno, inmigrante indio, no manchego y pariente de una familia que ha sabido explotar el turbio negocio de las empresas farmacéuticas hasta sus últimas consecuencias. La hipocresía, la codicia, la vanidad y la superficialidad de este mundo tienen poco que ver con el cándido Quijote, quien trabaja para sus verdaderos habitantes pero ha concentrado todas sus energías en obtener el amor de una estrella de televisión a quien jamás ha conocido. El personaje que da su nombre al cuento es primo del infatuado e hipotético Romeo; una suerte de Macbeth interracial, azuzado por el juggernaut disfrazado de esposa, que tras largos años de sacrificios (tanto materiales como espirituales) se ha ceñido la corona de los millonarios, empuña el cetro del narcotráfico y es hombre que ante el declive manifiesto de su anciano ayudante, no duda en liberarlo de su prescindible cargo. El destino le cumple a Quijote un encuentro milagroso con el objeto de sus deseos, pues se trata de una Dulcinea sumida en delirio de otra naturaleza, drogadicta de clóset que hace uso de las potentes y dudosas drogas del pequeño rey (drogas destinadas a los enfermos con cáncer terminal), y que acaba de hacer un pedido. Atormentado por los fantasmas de sus actividades clandestinas y al tanto de su infatuación, el líder de la farmacéutica familiar le encarga a Quijote que realice la entrega. Él no es brillante, aunque lo suficientemente lúcido para darse cuenta de que, si acepta la oportunidad, será cómplice de un delito y sobre todo, de un acto deshonroso. El conflicto lo sacude, pero termina comprando el encuentro con su propia alma; no recuerda el cuento de Aladino y la lámpara maravillosa, o el hecho de que el genio es una criatura traicionera que siempre hace pagar a la gente por la realización de sus deseos. Finalmente, no hay nada en el semblante de la célebre drogadicta que revele un eco de su amor. Una sed insaciable la ha vuelto esclava antes que reina. La corrupción tiende sus brazos hasta manchar el encuentro y, ¿cómo podría ser de otra

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