La cárcel

LA CÁRCEL

                                     Jove Ruiz, Jorge.    4ºB       Nº14

LA CÁRCEL

Frustración y melancolía dictaban mis ojos cuando me mandaron a entrar en aquel lugar tan fríamente cínico, aquella sensación de impotencia al ver que ya no había marcha atrás me destrozaba por dentro. Una verdad no escuchada sentenciaría mi vida.

Darme cuenta que ya no me quedaba esperanza no fue fácil pero intenté aferrarme a lo único positivo, tal vez sería una etapa complicada pero de aprendizaje o eso me gustaba pensar.

Poco después de entrar en ese lugar me vino un golpe de realidad. Lo más importante de la vida de un hombre, la libertad, me era arrebatada, en ese momento he de admitir que unas tímidas lágrimas cayeron de mis ojos.

Aquel lugar era muy grande y a la vez muy pequeño, nada se contaba y todo se sabía. Mi habitación por llamarlo de algún modo era un lugar desalentador, compartido por otros tres seres que no parecían tener sentimientos.

No hacía falta observar mucho, para ver que quienes controlaban aquel lugar no eran los uniformados sino los más inhumanos.

Desde fuera uno sabe que se ve como un basurero humano, un sitio donde estaba acumulada todo lo morralla humana.

Al mes me di cuenta que esto sería mucho más largo de lo que aún podía creer, la compañía que me rodeaba no lo hacía más fácil. Era complicado levantarse cada mañana, ya que ver rostros apáticos y acciones inhumanas aumentaban mis ansías de volver atrás y tratar de cambiar mi destino.

Lo que realmente te destroza psicológicamente es el ver a tu familia, tus seres más preciados y tener que fingir una simple sonrisa para no extender tu tristeza. En ese preciso momento es cuando hechas en falta un lugar de calma, alguien con quién llorar tus pena, ya que mostrar debilidad es la peor decisión que uno puede tomar en este lugar.

Al cabo de unos meses uno se da cuenta que tener ‘amigos’ es la mejor decisión que se puede tomar, la razón es simple nunca hay que mostrarse frágiles y cuanta más gente alrededor mayor muestra seguridad. Aunque en este lugar no te puedes fiar de nadie, uno tiene que recordar que solo son un símbolo de fortaleza y no nadie en quién puedas confiar.

Recuerdo perfectamente el momento en el que me di cuenta que había cambiado, y no a mejor sino todo lo contrario, acababa de hacer un año entre estas cuatro paredes y estuve a punto de herir, por simplemente un acto torpe y sin mala intención, a un tímido compañero, en el comedor.

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