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Las Islas


Enviado por   •  30 de Septiembre de 2014  •  4.184 Palabras (17 Páginas)  •  238 Visitas

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Las islas

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El aparcamiento ante el depósito de cadáveres estaba prácticamente vacío a aquellas horas de la madrugada. Misha aparcó bajo una de las pocas farolas encendidas que proporcionaban a aquel lóbrego lugar un aspecto aún más siniestro. Vestida de riguroso negro, la madre, que no había pronunciado ni una sola palabra en todo el trayecto, apretó el pequeño bolso sobre su regazo y se quedó inmóvil, con la vista clavada al frente, mirando un horizonte que sólo ella veía.

—No tienes por qué hacerlo, mamá, puedo encargarme yo —dijo Misha mirándola muy serio con sus increíbles ojos negros, tan negros como la noche que los rodeaba.

—Sí, sí tengo que hacerlo, es mi hijo, y a un hijo nunca se le abandona. Es algo que tú aún no has aprendido, pero algún día lo harás, algún día lo comprenderás.

Misha tragó saliva intentando que las lágrimas no le traicionasen, no quería derrumbarse ante ella, ante ella no.

—Pero antes quiero hablar contigo —dijo la madre mirándole por primera vez en toda la noche—. Y quiero que me escuches con atención.

Misha asintió lentamente, ella clavó la vista al frente y comenzó a hablar, en la que sería su última conversación con él.

—Cada noche, cuando me acostaba, temía que llamasen a la puerta para decirme que le habían encontrado en cualquier callejón de los suburbios con una aguja clavada en el brazo. Cada noche me acostaba con ese miedo, y así podría haber sido, así podría haber muerto. Quizás nada de lo que hubiésemos hecho habría podido evitar que acabase así, pero eso es algo que nunca sabremos, nunca. Yo ya no tengo vida por delante, pero tú sí tienes, y sé que el recuerdo de tu hermano será para ti un tormento, lo sé muy bien porque eres mi hijo y conozco tu alma. Tú no eres culpable de su muerte, el único culpable es él, su mala cabeza, sus ganas extremas de vivir deprisa. Pero sí eres culpable de haberle abandonado a su suerte; de eso sí eres culpable, Misha.

Misha apretó el volante con fuerza mientras de su pecho salía un profundo lamento.

—Sé que te duele escucharlo, pero tienes que hacerlo porque es la verdad. Tiraste la toalla con Iván, le diste por perdido, y en esta vida a las personas que queremos no debemos abandonarlas nunca, hijo. Hagan lo que hagan, cometan los errores que cometan, no debemos abandonarlas jamás. —Misha encendió un cigarrillo mientras las lágrimas resbalaban despacio por sus mejillas—. Sé que tu disculpa ha sido el trabajo, ésa ha sido tu excusa desde que llegamos a Moscú, tras ella te has parapetado para no enfrentarte a lo que estaba ocurriendo en nuestra familia, no lo querías ver, pero ahí estaba, ahí está. Papá murió, Iván ha muerto y yo moriré pronto, más pronto de lo que imaginas. Tú eres un hombre con grandes cualidades, hijo, como tu padre, eres tenaz, luchador, trabajador, pero el trabajo no puede ser el motor que guíe tu vida…

—El trabajo da dinero mamá…

—Sí, y el dinero es muy importante, pero no da la felicidad. Mira dónde estamos, Misha. ¿De qué nos sirve aquí el dinero? Dime, hijo, ¿de qué nos sirve? —Él la miró con los ojos anegados en lágrimas, pero éstas no fueron suficientes para hacerla callar, tenía mucho que decir e iba a hacerlo porque aquéllos serían sus últimos consejos para él y quería que los recordase siempre—. Que el dinero es importante lo sé mejor que tú. Yo no tuve zapatos que ponerme hasta que cumplí veinte años: siempre caminé descalza, como tu padre. Pasamos hambre, pasamos miseria, pasamos muchas calamidades, pero entre tanta pobreza encontramos alegría, supimos disfrutar de lo poco que teníamos, supimos verle la cara amable a la vida. Porque cuando las personas se quieren tienen que intentar hacer feliz al ser amado, en todos los aspectos. Piensa en nuestras tardes en el lago…, no teníamos más que un trozo de pan y nuestra risa. ¿Recuerdas cómo nos reíamos con Iván, Misha, lo recuerdas?

—Sí, mamá, lo recuerdo —dijo limpiándose las lágrimas mientras una pequeña sonrisa acudía a sus labios.

—Para Iván el agua siempre estaba fría —dijo la madre cerrando los ojos y suspirando profundamente—. Cuando metía el primer dedo en el agua, sus gritos se oían en toda la comarca, así como nuestras risas. Éramos felices, pobres pero felices. Tener dinero es importante. Ahora ya lo tienes, no permitas que el dinero siga dirigiendo tu vida, no le dejes tomar el control. Deja que el control lo tenga el corazón, déjate guiar por el instinto y haz felices a los que te rodean. El dinero va y viene, pero la familia es para siempre, los que ya se han ido siguen estando en nuestro corazón, en nuestra alma, en nuestra piel, formando parte de nosotros hasta que el destino nos llame para estar juntos de nuevo. Entrégate a los que ames y no les abandones nunca, hijo, nunca. Sé que has llevado una vida disoluta desde que llegamos a Moscú. —Misha la miró sorprendido—. No estoy ciega, hijo… Sé que las mujeres te persiguen; a tu padre le ocurría lo mismo y tú eres igual que él —dijo acariciando su mejilla con suavidad—. No te dejes encandilar por la superficie, Mijaíl, busca a alguien que sepa amar, que se entregue con el corazón, que sea auténtica, que sea de verdad. Con un cuerpo bonito se yace…, con una mujer hermosa de verdad se vive, se ama, se ríe. Tu padre siempre me hacía reír, siempre.

Se quedó callada con una pequeña sonrisa en los labios, quería darles tiempo a las palabras para que llegasen al corazón de su primogénito, quería que se quedasen allí para siempre, que nunca las olvidase, que fuesen su bandera ondeando al viento.

—Y ahora, vayamos a buscar a Iván.

Iván había salido una soleada mañana de otoño. Misha le vio subirse al todoterreno que utilizaba siempre que se iba a hacer submarinismo. Se preguntó si le acompañaría alguien, pero dado que Iván hacía lo que quería, como quería y cuando quería, decidió que no merecía la pena preguntar, cerró la boca, entró en casa y se olvidó de él. Dos días después, cuando las autoridades fueron alertadas de su desaparición, en el corazón de Misha comenzó a desatarse la más terrible de las tormentas.

El cuerpo de Iván apareció una semana después, en una lejana playa, sin ojos ni boca ni restos del traje de buceo y con todos los huesos del cuerpo rotos. Lo único que quedaba intacto eran las manos, fue lo único que los peces y las rocas respetaron, y a ellas se aferró la madre cuando le impidieron ver el resto del cuerpo. Las acarició con ternura y se las llevó a las mejillas apretándolas contra su piel mientras un grito desgarrador salía de su boca.

Cuando los gritos de dolor salen de las entrañas, se buscan y se reconocen. El grito de la madre de Misha

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