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Los Cazadores De Microbios


Enviado por   •  28 de Agosto de 2012  •  7.502 Palabras (31 Páginas)  •  486 Visitas

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“Los Cazadores de Microbios”

CAPÍTULO I

ANTÓN VAN LEEUWENHOEK

El primer cazador de microbios.

El primer hombre en asomarse a un mundo poblado de especies de seres pequeñísimo y desconocidos, fue el holandés Antón Van Leeuwenhoek, hace ya 250 años, época en la que Europa estaba plagada de supersticiones obscuras y mágicas.

A la edad de 21 años, Antón Van Leeuwenhoek fue nombrado conserje de la casa Consistorial de su natal ciudad, fue ahí donde descubrió una extraña afición a tallar lentes; apoyándose con diversos instrumentos, sus libros de ciencias naturales y oyendo decir que observando con un trozo de cristal transparente se podían ver las cosas de mucho mayor tamaño. Visitó tiendas de lentes para oftalmología y aprendió las rudimentarias técnicas para tallar lentes; frecuentó el taller de alquimistas y boticarios, curioseó sus métodos secretos para obtener metales de los minerales, y se inició en el arte de los orfebres. De esta manera montó lentes tallados por él en cuadriláteros de oro, plata o cobre, mismos que también había fabricado, extrayendo metales de los minerales.

Examinó con sus lentes diversos objetos, tales como fibras musculares de ballena y las escamas de su propia piel, lana de oveja, pelos de castor y de liebre; así como también disecó la cabeza de una mosca. Pasados los años Leeuwenhoek provocaba la burla de los habitantes de su región; sin embargo, había en Delf un hombre que no se burlaba de las cosas tan absurdas que decía Antón, llamado Regnier de Graaf, a quien una sociedad de intelectuales de la época, llamada “La Real Sociedad”; había mandado como miembro correspondiente por haberle dado cuenta de sus estudios sobre el ovario humano.

Graaf se maravilló con las lentes fabricadas por Leeuwenhoek y escribió una carta a la Real Sociedad, donde les pedía que se le rogara al holandés, redactar un escrito donde les relatara de sus hallazgos y explicara la forma en que construía los magníficos instrumentos para visualizar. Antón Van Leeuwenhoek hizo llegar a este grupo una carta titulada: “Exposición de algunas observaciones hechas con un microscopio ideado por el Mr. Leeuwenhoek, referentes a las suciedades que se encuentran en la piel, en la carne, el aguijón de una abeja, etc.”; carta que dejo maravillada a los miembros de la institución intelectual.

El descubrimiento más grande de Leeuwenhoek, se dio cuando manipulaba un tubo de cristal e intentaba para poder darle forma de un cabello; lo calentaba a rojo vivo y lo estiraba, lo rompía en pedacitos el producto, salía al jardín y se inclina sobre una vasija de barro con una cantidad de agua de lluvia; volvía a su laboratorio , enfila el tubito de cristal en la aguja del microscopio, quedando maravillado de lo que se mostraba frente a él; bichos pequeños, pequeñísimos, mil veces más pequeños que los que vemos a simple vista. Volvió a observarlos y distinguió distintos tipos, unos más grandes y ágiles que otros.

Realizó otra observación, esta vez lavó cuidadosamente el vaso, lo enjuagó y lo puso debajo del tubo de la bajada del canalón del tejado, estaba lloviendo, tomó una gotita en uno de sus tubos capilares y corrió al microscopio, observando estos microrganismos. Entonces tomó un gran plato de porcelana esmaltado de azul en el interior, lo lavó y saliendo al jardín lo colocó encima de un gran cajón, para evitar que las gotas de la lluvia que caían al suelo salpicaran de barro dentro del plato; tiró la primera porción de agua recogida, y después recogió unas gotas en uno de sus delgados tubitos y regresó a su laboratorio, recogió unas gotas en sus capilares y observó esta vez no había nada.

Leeuwenhoek no entendía este asunto y como parte de su investigación manipulo pimienta seca, no lograba descubrir nada; de tal modo que mojó la pimienta por varias semanas. Observó grupos de microrganismos de varía clases en el agua de pimienta. Indirectamente había descubierto el primer medio de cultivo.

Un día al verse al espejo se dio cuenta que entre ellos quedaba una sustancia blanca, viscosa; que al observar al microscopio dejaba ver otras especies de animalillos. El beber café caliente le condujo a observar otro hecho en relación con las pequeñas criaturitas, examinó la sustancia que cubría sus dientes y no encontró ningún solo animalillo. Volvió a examinar la sustancia, pero esta vez la que provenía de sus muelas, una parte que el café no tocó, esta vez encontró pocos, sin querer había establecido las bases de la esterilización.

Leeuwenhoek murió en el año de 1723, no sin antes haber establecido las bases de la bacteriología moderna y convertirse en el primer “cazador de microbios”.

CAPÍTULO II

LÁZARO SPALLANZANI

Los microbios nacen de microbios.

En 1729 nació en Scandiano, Italia; un hombre que dejaría huella en el mundo de la microbiología: Lázaro Spallanzani. A los 25 años escribió un ensayo intentado explicar la mecánica de las piedras que caen al agua. Se ordenó de sacerdote. Antes de cumplir los 30 años fue nombrado profesor de la Universidad de Regio y en sus lecciones explicaba sobre los animalillos descubiertos por Leeuwenhoek años atrás.

Los mismos microrganismos de Antón Van Leeuwenhoek eran objeto de controversia, era desconocido hasta entonces el origen de esos seres y se creía que provenían de la generación espontánea. Spallanzani negaba la posibilidad de que existiera la generación espontánea, y leyó un libro de un hombre llamado Redi, que demostraba experimentalmente como la generación espontanea era un hecho ciertamente falso:

“Toma dos tarros y un poco de carne cruda en cada uno de ellos; deja al descubierto uno y tapa el otro con una gasa. Se pone a observar y ve como las moscas acuden a la carne que hay en el tarro destapado, y poco después aparecen en él larvas y posteriormente moscas. Examina el tarro tapado con la gasa y no encuentras ninguna larva y ni una sola mosca.”

En la misma etapa de Leeuwenhoek había un hombre que también era sacerdote llamado Needham, que había resuelto el problema de la generación espontanea sugiriendo que el caldo de carnero engendraba maravillosamente aquellos microrganismos. Se basaba en una teoría de experimentación: había tomado cierta cantidad de caldo de carnero recién retirado del fuego, y lo coloco en una botella, tapándolo perfectamente con un corcho para que no pudieran penetrar seres ni huevecillos de los existentes en el aire. Había calentado después la botella y su contenido en cenizas calientes. Dejó en reposo la botella por espacio de varios días, sacó el corcho y al examinar el caldo lo encontró plagado de

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