Resumen Un Paseo Para Recordar
Enviado por mariamtz • 4 de Febrero de 2014 • 3.265 Palabras (14 Páginas) • 833 Visitas
e llamo Landon Carter y tengo diecisiete años. Ésta es mi historia. Prometo contarles todo. Primero sonreirán y luego llorarán. No digan que no lo advertí. Comencemos pues.
e
PROLOGO.
ando tenía diecisiete años, mi vida cambio para siempre. Sé que hay gente que se sorprende cada vez que digo esto. Me miran con curiosidad, como si quisiera desentrañar lo que ocurrió en aquel entonces, aunque casi nunca me molesto en explicarlo.
Tengo cincuenta y siete años e incluso ahora recuerdo ese año hasta en el más mínimo detalle.
Con un suspiro siento que todo vuelve a mí. Cierro los ojos y los años empiezan a retroceder, se dirigen con lentitud al pasado, al igual que las manecillas de un reloj que giraran en la dirección contraria. Como si lo contemplara con los ojos de otra persona, observo cómo me hago más joven. veo que mi cabello cambia del gris al castaño; siento que la arrugas alrededor de los ojos empiezan a borrarse y que los brazos y las piernas se fortalecen. Las lecciones que he aprendido con la edad se evaporan y la inocencia retorna a mí conforme se aproxima aquel año tan significativo. Abro los ojos y me detengo. Estoy de pie frente a la iglesia Bautista y cuando miro al frontispicio sé exactamente quién soy.
Me llamo Landon Carter y tengo diecisiete años.
CAPÍTULO UNO.
E
ra mil novecientos cincuenta y ocho, Beaufort era un pueblo sureño típico, aunque tenía una historia interesante. Alguna vez Edward Teach, el famoso "pirata barba negra", tuvo una casa ahí y se suponía que su barco el Queen Anne´s Revenge, aún se encontraba hundido en algún lugar de las costas cercanas. Beaufort ha cambiado mucho desde mil novecientos cincuenta, aunque todavía no es una gran ciudad ni nada parecido.
Todo el territorio al este de Raleigh y al norte de Wilmington, hasta la frontera con Virginia era el distrito electoral que representaba mi padre.
Supongo que habrán oído hablar de mi padre. Es una especie de leyenda, incluso en la actualidad. Se llama Worth Carter y por casi treinta años fue congresista.
Herbert y mi padre no congeniaban en absoluto a pesar del hecho de que mi padre asistía a su iglesia siempre que se encontraba en el pueblo, lo que a decir verdad, no sucedía muy a menudo. Herbert creía que el comunismo era "una enfermedad que condenaba a la raza humana al paganaje". También se daban cuenta de que dirigía sus palabras de manera específica a mi padre, quien se sentaba con los ojos cerrados y fingía no escuchar.
Él formaba parte de uno de los comités del Congreso que supervisaba la "Influencia roja" que se suponía estaba infiltrada en todos los ámbitos del país, incluidas la defensa nacional, la educación superior y hasta el cultivo de tabaco.
Mi padre revisaba una y otra vez hechos que parecían irrelevantes para gente como Herbert.
Mi padre trataba de conciliar siempre que era posible. Creo que por eso permaneció en el Congreso durante tanto tiempo. Podía besar a los bebes más horrendos que el mundo haya conocido y expresar algo agradable "Es un niño muy tranquilo", comentaba cuando un bebé tenía la cabeza gigante, o bien "apuesto a que es la niña más dulce del mundo".
Sin embargo, nunca estuvo ahí para verme crecer. "Mi padre no me amaba. Por eso me convertí en desnudista". No digo esto para disculpar a la persona en la que me he convertido; sólo establezco un hecho. Mi padre no estaba en casa nueve meses al año y vivía a quinientos kilómetros de distancia, en un departamento en Washington, D. C.
Mi padre era un extraño, alguien a quien casi no conocía. Durante mis primeros cinco años de vida pensé que todos los padres vivían en alguna otra parte. No fue sino hasta que mi mejor amigo, Eric Hunter, me preguntó, cuando estábamos en el jardín de niños, quién era el hombre que estuvo en mi casa la noche anterior.
--Es mi padre -- le respondí con orgullo.
--oh!... exclamo Eric--. No sabía que tuvieras.
Fue como un bofetón en la cara.
Crecí pues, bien bajo los cuidados de mi madre, sin embargo, no era, ni podría ser nunca, la imagen masculina en mi vida y ese hecho, aunado a la creciente desilusión que me causaba mi padre, hizo que me convirtiera en una especia de rebelde desde muy joven, aunque les aseguro que no era malo.
Bueno como les decía, mi padre y Herbert no se llevaban bien, pero no era sólo por política. No; en apariencia se conocían desde tiempo atrás. Herbert era veinte años mayor que él y antes de convertirse en ministro solía trabajar para mi abuelo. El padre de mi padre, aunque pasara mucho tiempo con él, era un infeliz de siete suelas. Él fue quien hizo la fortuna de mi familia, pero no quiero que piensen que era el tipo de hombre que era esclavo de su negocio y que trabaja con diligencias mientras lo ve crecer y prosperar poco a poco.
Mi abuelo un día tuvo lo que llamó "su momento de inspiración", fundó el banco que se llamó Carter Banking and Loan, el único otro banco en un radio de dos condados que se quemó en forma misteriosa y, con el inicio de la gran depresión económica, nunca volvió a abrir.
Los intereses que cobraban eran escandalosos y paulatinamente comenzó a adquirir más tierras y propiedades cuando la gente no podía pagar los prestamos, les decía que cuando la economía mejorara vendería de nuevo sus negocios y la gente siempre le creía. Sin embargo nunca cumplió su promesa.
Pero regresemos a nuestra historia... una vez que se dio cuenta de la clase de infeliz que era mi abuelo, Herbert dejó de trabajar para él y se convirtió en un hombre de dios.
Cuando se casó ya tenía cuarenta y cinco años. Su esposa una mujer pequeña y delgada, veinte años menor que él, tuvo seis abortos antes de que Jamie naciera. Murió al dar a luz, lo que convirtió a Herbert en un viudo que tuvo que criar solo a su hija.
Jamie Sullivan, la hija de Herbert, estudiaba en el último año de preparatoria, igual que yo, y ya la habían elegido para representar el papel de ángel en la obra, iba a ser un gran acontecimiento, probablemente el más grande de todos, por lo menos en la mente de Miss Garber.
Miss Garber era alta, por lo menos uno ochenta y ocho de estatura, con un flameante cabello rojo y la piel pálida y cubierta de pecas; pasaba ya de los cuarenta y además tenía exceso de peso.
Aunque la preparatoria de Beaufort no era grande, el alumnado se hallaba dividido en partes iguales entre chicos y chicas, pero lo que me sorprendió ver es que en esa clase había un noventa por ciento de mujeres. Sólo vi a otro muchacho, lo que desde mi punto de vista era algo bueno y por un momento me sentí emocionado al pensar "Cuidado, chicas,
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