SEGURIDAD Y LIBERTAD- ANTHONY DE JASAY

Igual que la espuria libertad económica, y con más justicia, la seguridad económica se presenta a menudo como una indispensable condición de la libertad efectiva. La independencia de criterio o la energía de carácter rara vez se encuentra entre quienes no confían abrirse camino por su propio esfuerzo. Será bueno contraponer desde un principio las dos clases de seguridad: la limitada, que pueden alcanzar todos y que, por consiguiente, no es un privilegio, sino un legítimo objeto de deseo, y la seguridad absoluta, que en una sociedad libre no pueden lograr todos, y que no debe concederse como un privilegio excepto en unos cuentos casos especiales, como el de la judicatura, donde una independencia completa es de extraordinaria importancia.

No hay motivo para que una sociedad no haya alcanzado un nivel de riqueza como el de la nuestra, no pueda garantizar a todos esa primera clase de seguridad sin poner en peligro la libertad general. Se plantean diferentes niveles de cómo debería ser la libertad por lo que una mala consideración podría generar hasta peligrosos problemas políticos. No existe por su parte ninguna razón por la que el Estado no asista a los individuos cuando tratan de precaverse de aquellos azares comunes de la vida contra los cuales, por su incertidumbre, pocas personas están en condiciones de hacerlo por sí mismas. Siempre que una acción común pueda mitigar desastres contra los cuales el individuo ni puede intentar protegerse a sí mismo ni prepararse para sus consecuencias, está acción común debe, sin duda, emprenderse.

Muchos economistas esperan que el remedio último de estos temas se halle en la política monetaria, que no envolvería nada incompatible incluso con el liberalismo del siglo XIX. Otros, es cierto, creen que el verdadero éxito sólo puede lograrse con la realización de obras públicas emprendidas con la más cuidadosa oportunidad. La planificación con fines de seguridad que tan dañinos efectos ejerce sobre la libertad es la que se dirige a una seguridad de clase muy diferente.

En todo sistema que confíe la distribución entre las diferentes industrias y ocupaciones a la propia elección de los hombres, las remuneraciones tendrán necesariamente que corresponder a la utilidad que los resultados aporten a los demás miembros de la sociedad. Dado que esto es relativo y puede ser interpretado de diferentes maneras las remuneraciones por esta vía no serían necesariamente las correctas. En muchas ocasiones es por esto que se aboga por una intervención del gobierno. Si quienes ven reducida la utilidad de sus esfuerzos por circunstancias que no pueden prever ni dominar fueran protegidos contra las pérdidas inmerecidas, y si a quienes ven aumentada su utilidad social se les prohibiera, a su vez, conseguir una ganancia inmerecida, la remuneración dejaría en seguida de mantener una relación con la utilidad efectiva. Si los cambios en la distribución de empleos de una

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