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SUBA SI SE ANIMA Claire Keegan


Enviado por   •  18 de Junio de 2018  •  Ensayo  •  3.820 Palabras (16 Páginas)  •  497 Visitas

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SUBA SI SE ANIMA

Claire Keegan

Roslin entra en el estacionamiento del Gator Lodge y pone el freno de mano. Los indicios son buenos; no hay nadie ahí. Apenas un par de autos estacionados atrás: un viejo Buick azul al lado de una camioneta con la chapa picada y un perro callejero feo y marrón en la cabina. Ella espera que no sea este. Dicen que los hombres recogen a los perros que se les parecen, y este perro es feo.

Sale al calor, huele a pescado en la basura. El almuerzo terminó hace rato. Se pasa la mano por las arrugas de la falda, inspira profundamente y camina por la grava con sus tacos altos. Una lagartija gorda avanza haciendo zigzag sobre el yeso. Abre la puerta vaivén, siente la onda de frío que sale del aire acondicionado.

—Voy a ser el tipo de camisa azul —había dicho.

Todo el mundo tiene una camisa azul… ponte sombrero.

Es lo mismo: en Mississippi todo el mundo lleva sombrero.

—Tú solo póntelo —dijo ella.

Una mesera está alisando un fajo de billetes de un dólar en el bar. Apaga el cigarrillo cuando la ve a Roslin y le sonríe con su sonrisa de haber terminado el servicio. Hay un tipo de camisa azul, sentado junto a la ventana, de espaldas a ella. Sobre la mesa hay un sombrero de cowboy. Es el único cliente. Roslin camina directamente hacia él.

—¿Eres Guthrie?

—Ese soy yo. ¿Tú eres Roslin?

Ella asiente.

—Perdón, pero me cansé de tener puesto el sombrero —dice y se señala la cabeza, estúpido, como si ella no fuera a saber dónde iba el sombrero. Él había planeado quedarse de pie y correrle la silla, mostrar buenos modales, pero Roslin ya se sentó, colgando la correa de su bolso del respaldo del asiento. Es mucho más bonita de lo que él se esperaba. Con esa risa en el teléfono, había pensado que sería una gorda.

Ella cree que él debe haber hecho esto antes. Es imperturbable, tiene el rostro suave como cromo, de mejillas chupadas. Sin mencionar que este no es un encuentro casual entre dos amigos, que ella no es una dama que pasaba por ahí y se sentó al lado de él porque no había nadie más en el lugar y necesitaba un poco de compañía. Pero no parecen demasiado preocupados. Es probable que, si entrase algún conocido, no sería un recién casado que fuera a almorzar a esa hora desolada. Toda esa larguísima charla telefónica y especulación y ahora allí están, probando fortuna, sentados uno frente a otro, en un bar de Mississippi, sin nada a qué aferrarse. Mierda.

—Pensaba que habías cambiado de opinión —dice él, apoyando la palma abierta sobre el mantel de tela encerada. Tiene las uñas largas. Su tercer dedo muestra una franja de piel pálida—. ¿Quieres beber o algo?

—Diablos, sí. ¿Has comido? —pregunta la mujer, sacando la servilleta roja de su vaso y poniéndosela sobre el regazo.

—Naaa. Me estaba aguantando mientras te esperaba.

Él sostiene la carta entre ambos como si fuera un escudo y elige sus palabras.

—¿Te gustan los mariscos?

—Claro que me gustan. ¿Qué te creíste? ¿Que era judía?

Él no tiene nada que decir al respecto.

—¡Dios! ¿Eres judío?

Él se ríe.

—Eres la criatura más bonita que he visto en mucho tiempo —le dice, pensando, cuando se oye decirlo, que suena como si fuera un mal parlamento. Había ensayado todo el camino lo que iba a decirle, y estuvo a punto de chocar con un Corvette, y ahí está, pronunciando las palabras más trilladas del mundo, aunque ciertas. Esa mujer huele bien. Es rubia y está bronceada, tiene buen cuerpo, aunque es demasiado lista como para ser un verdadero regalo del cielo. Hace pucheros y mira el menú. Tiene rimel negro en las pestañas, sombra azul sobre los párpados; puede verle lo oscuro que tiene el cabello en las raíces.

Leen el menú, sus ojos vagan sobre los platos, todas las entradas, los principales, la carta de postres al final y las diferentes cervezas de todo el mundo en la página de las bebidas. Roslin podría decidirse por una gran porción de esa torta de chocolate, pero ya así como está, el broche del corpiño se le clava en la espalda. No lo había usado desde el bautismo del hijo menor de Nelson en Mobile. Guthrie piensa que mejor ordena algo sin ajo.

Llega la mesera y se saca un lápiz de la oreja.

—¿Ya están listos, gente?

Mientras toma el pedido, fija la mirada en el sombrero de cowboy. Es un sombrero grande, con un distintivo de los Saints prendido en la banda. Ostras crudas y arroz con hígado de pollo y otra Budweiser para el cowboy. Cangrejo saltado para la dama y scotch, sin hielo.

—¿No tienes que conducir? —pregunta él.

—No. Llegué acá sobre una mula blanca.

—La señora tiene sentido del humor. Me gusta.

—Qué suerte.

Él se sonroja y mira por la ventana. El restaurante se sostiene sobre pilotes por encima del agua, la barrosa contracorriente rompiendo contra los postes que los soportan. El sol está tan brillante que apenas puede ver, como si en el cielo hubiera una gran orgía que cegara todas las miradas para que nadie pudiese saber qué era lo que realmente estaba pasando allí. En eso está pensando él, cuando la mesera trae las bebidas y galletas.

Encienden cigarrillos porque no hay nada más que decir. Apenas unas palabras y están las cartas sobre la mesa. Es como si ella le hubiese bajado el cierre de los pantalones. No puede creer que haya manejado tanto tiempo para encontrarse con un tipo al que jamás le habría echado un ojo. Un anuncio pequeño publicado en el Times Picayune, un SE NECESITA MUJER en negrita, unas pocas llamadas telefónicas y esto. El hecho de que estén allí lo dice todo, y ahora que se ven, se acabó.

Ella saca un Marlboro. Él levanta de un golpe la tapa de su encendedor y sostiene la llama. Ella baja la cabeza y saca el humo por la nariz, mirándolo. Él piensa que ella se ve como una de esas estrellas de cine, como Lauren Bacall, o Madonna, o cualquier otra, con esa ropa fina y las uñas largas. Ella se baja el scotch antes de que llegue la comida, y deja una gruesa marca de lápiz labial sobre el vaso. Él piensa que ojalá se lo pudiera contar a los muchachos del molino. Big Andy podría poner el vaso en la lonchera, pero Big Andy no puede aguantarse su propio pis después de dos cervezas. El hombre comienza con las galletas, rompe el envoltorio plástico y se traga la cerveza.

...

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