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Simone De BEAVOIR (1999), El segundo sexo.


Enviado por   •  30 de Abril de 2016  •  Resumen  •  1.566 Palabras (7 Páginas)  •  376 Visitas

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Simone De BEAVOIR (1999), El segundo sexo.

El carácter es una reacción secundaria ante una situación.

La mujer es un ser humano como el hombre, pero la realidad es que todo ser humano concreto siempre tiene un posicionamiento singular. Negar las nociones de feminidad, “alma negra” o “carácter judío” no significa que no existan las mujeres, los negros y los judíos.

Los hombres están entendidos como los “polos positivos y neutros”, son hombres y están en su derecho y así el polo negativo y  las limitaciones recaen en lo femenino; sin reciprocidades. Del mismo modo se designa hombres al conjunto de la humanidad y si analizamos la Antigüedad vemos como se traza una línea definitoria de lo humano en tanto que masculino y la mujer tiene “ítems” añadidos, como los ovarios. El hombre percibe su cuerpo como normal y en relación directa con el mundo (Eva es una costilla supernumeraria de Adán); la humanidad es masculina y el hombre define a la mujer, no en si m, sino en relación con el. La mujer es el ser relativo (Michelet). Él es el Sujeto, es el Absoluto: ella es la Alteridad. Simon toma los conceptos hombre y mujer como relacionales; perspectiva marxista dialéctica (!).

La alteridad es una categoría fundamental del pensamiento humano. Ningún colectivo se define nunca como a Uno sin enunciar inmediatamente al Otro frente a sí. La identitat comporta la negació de l'altre.  La Alteridad, pero, no existe en términos absolutos (el nativo que viaja y es visto como estrangero o como Otro) y los individuos y grupos están obligados a reconocer la reciprocidad de sus relaciones), aunque entre sexos (géneros) esta reciprocidad no se haya planteado estando la mujer subyugada al hombre en términos de Alteridad absoluta. No hay la relación recíproca de definir lo Otro una Vez se ha definido lo uno sinó que lo Otro queda subyugado a lo Uno.

A diferencia de otros “casos” de subordinación en la discriminación de la mujer, similar a la clase obrera, no ha habido un acontecimiento que la subyugara, no está fechado. En la clase obrera se remonta a la fin del antiguo régimen, igual que en los casos de los judíos o de la esclavitud negra suele remontarse a batallas fechadas donde el resultado conlleva necesariamente a un vencedor y a un perdedor. Ésto no es así en el caso de la mujer; ésta ha sido en sí y fisiologicamente des de los inicios de la humanidad. Al parecer una condición natural se muestra como reticente al cambio. Las mujeres no se definen como nosotras sino como las mujeres; no se auto-definen como sujeto. Y ésto es porqué no tienen medios concretos para agruparse; no tienen pasado, historia, religión propias; tampoco tienen como los proletarios una solidaridad propia de trabajo y de intereses; tampoco tienen entre ellas esa promiscuidad espacial que convierte a los negros de América, los proletarios de las fábricas de Saint Denís, etc. en una comunidad. Viven dispersas y (…) más vinculadas a otros hombres que a si mismas.

(…) la mujer: es la Alteridad en el corazón de la Totalidad, donde los dos términos son necesarios el uno del otro. Del mismo modo que un negro o un judío puede soñar o pensar con exterminar la humanidad no adscrita a su identidad una mujer no puede pensar lo mismo; hay una división (o taxonomía) biológicamente adscrita entre los humanos.

En la relación entre amo y esclavo hay una relación de dependencia bidireccional aunque el primero no va a exteriorizarla o aceptarla, o simplemente a darse cuenta de ella, mientras que el segunto, ante la urgencia de la necesidad, la interioriza y la necesidad siempre favorece al amo ante el esclavo. El Hombre; opresor, sale “ganando”. El presente envuelve al pasado, y en el pasado toda la historia ha sido realizada por los varones.

Junto a la pretensión de todo individuo de afirmarse como Sujeto, (…), también está la tentación de huir de su libertad y convertirse en objeto (Erich Fromm), es un camino alienado, presa de voluntades ajenas, pero es más sencillo: se evita así la angustia y la tensión de la existencia auténticamente asumida.

¿Cuales son los orígenes de tal desigualdad?

Ya desde la Antigüedad se concibió a la mujer como subyugada. Las leyes fueron creadas por hombres y por lo tanto derivaron en favorecer a los mismos y, asimismo, se convirtieron en principios morales. Los judíos ya apelan en sus oraciones “gracias señor por haberme creado hombre y no mujer” y encontramos en los mitos de Eva y Pandora la demonización de la mujer. Filósofos, sabios, legisladores, regidores... naturalizaron tal desigualdad. En Roma se apelaba en la ley a la “imbecilidad y desigualdad” del sexo curiosamente en un momento en que, por debilitamiento a la familia, la mujer se convertía en un peligro para la herencia de sexo masculino. En la revolución industrial y la “alta” ocupación femenina (con bajos salarios y por lo tanto muy competitiva respecto los hombres), el feminismo encuentra el salto de lo simbólico a lo material; con bases económicas. La burguesía trata “con agresividad” de recluir a la mujer en casa ante el peligro que supone para la herencia y la propiedad apelando al modelo familiar tradicional. El hombre se opone a la liberación.

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