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Cultura Que Se Mueve En Un Mundo En Crisis


Enviado por   •  2 de Octubre de 2013  •  2.471 Palabras (10 Páginas)  •  374 Visitas

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Discurso del Papa Francisco a los catequistas

Queridos catequistas, ¡buenas tardes!

Palabras del Papa Francisco

en un encuentro con miles de participantes

al Congreso Internacional sobre la Catequesis

(Roma, 26-28 de septiembre de 2013)

sobre el tema: “El catequista, testimonio de la fe”,

promovido y organizado con ocasión del Año de la fe.

Me alegra que en el Año de la fe se lleve a cabo para ustedes este encuentro: la catequesis es una columna para la educación de la fe, y ¡se necesitan buenos catequistas! Gracias por este servicio a la Iglesia y en la Iglesia.

También a veces puede ser difícil, se trabaja tanto, se empeña y no se ven los resultados deseados, ¡educar en la fe es bello! Es quizás la mejor herencia que podemos dar: ¡la fe! Educar en la fe, para que esta crezca. Ayudar a los niños, a los muchachos, a los jóvenes, a los adultos a conocer y a amar cada vez más al Señor, es una de las aventuras educativas más bellas, ¡se construye la Iglesia! ¡“Ser” catequistas! No trabajar como catequistas, ¡eh! ¡Eso no sirve! Yo trabajo como catequista porque me gusta enseñar… pero tú no eres catequista, ¡no sirve! ¡No serás fecundo! ¡No serás fecunda! Catequista es una vocación: “ser catequista”, esa es la vocación; no trabajar como catequista. Entiendan bien, no he dicho “hacer” el catequista, sino “serlo”, porque envuelve la vida. Se guía al encuentro con Jesús con las palabras y con la vida, con el testimonio.

Recuerden aquello que Benedicto XVI nos ha dicho: “la Iglesia no crece por proselitismo. Crece por atracción”. Y eso que atrae es el testimonio. Ser catequista significa dar testimonio de la fe; ser coherente con la propia vida. Y esto no es fácil. ¡No es fácil! Nosotros ayudamos, nosotros guiamos hacia el encuentro con Jesús con las palabras y con la vida, con el testimonio. Me gusta recordar aquello que San Francisco de Asís decía a sus frailes: “prediquen siempre el Evangelio y si fuese necesario también con las palabras”.

Pero antes el testimonio: que la gente vea en sus vidas el Evangelio, pueda leer el Evangelio. Y “ser” catequistas requiere amor, amor a Cristo cada vez más fuerte, amor a su pueblo santo. Y este amor no se compra en las tiendas; no se compra ni siquiera aquí en Roma. ¡Este amor viene de Cristo! ¡Es un regalo de Cristo! ¡Es un regalo de Cristo! Y si viene de Cristo parte de Cristo y nosotros debemos volver a partir desde Cristo, de este amor que no da. Para un catequista, para ustedes, también para mí, porque también yo soy catequista ¿qué cosa significa este volver a partir de Cristo? ¿Qué cosa significa?

Ante todo hablare de tres cosas: uno, dos, tres, como hacían los viejos jesuitas… ¡uno, dos y tres!

Antes que nada volver a partir desde Cristo significa tener familiaridad con Él. Tener esta familiaridad con Jesús. Jesús lo recomienda con insistencia a los discípulos en la Última Cena, cuando se disponen a vivir con Él el don más alto de amor, el sacrificio de la Cruz. Jesús utiliza la imagen de la vid y de los sarmientos y dice: permanezcan en mi amor, permanezcan unidos a mí, como el sarmiento está unido a la vid. Si estamos unidos a Él podemos dar fruto, y ésta es la familiaridad con Cristo. ¡Permanecer en Jesús! Es un permanecer apegado a Él, dentro de Él, con Él, hablando con Él: pero, permanecer en Jesús.

1. La primera cosa, para un discípulo, es estar con el Maestro, escucharlo, aprender de Él. Y esto vale siempre, ¡es un camino que dura toda la vida, eh! Recuerdo, tantas veces en la diócesis, en la otra diócesis que tenía antes, de haber visto al final de los cursos en el seminario catequístico, a los catequistas que salían: “!tengo el título de catequista!”. Eso no sirve, no tienes nada: ¡has hecho un camino pequeñito, eh! ¿Quién te ayudará? ¡Esto vale siempre! No es un título, es una actitud: ¡estar con Él y dura toda la vida! Es un estar en presencia del Señor, dejarse mirar por Él. Yo les pregunto: “¿cómo están ustedes en presencia del Señor?” Cuando vas al Señor, miras el Tabernáculo, ¿qué cosa haces? Sin palabras… “Pero yo digo, digo, pienso, medito, siento…” ¡Muy bien! ¿Pero tú te dejas mirar por el Señor? ¡Dejarse mirar por el Señor! El nos mira y esta es una forma de rezar. ¿Te dejas mirar por el Señor? “pero ¿cómo se hace?”. Mira el Tabernáculo y déjate mirar… ¡Es simple! “Es un poco aburrido, me duermo…”. ¡Duérmete! ¡Duérmete! Él te mirará lo mismo. Él te mirará lo mismo. ¡Pero estate seguro que Él te mira! Y esto es más importante que el título de catequista: es parte del ser catequista. Esto enardece el corazón, tiene encendido el fuego de la amistad con el Señor, te hace sentir que Él te mira verdaderamente, te es cercano y te quiere. En una de las salidas que he hecho, aquí en Roma, en una misa, se me acerco un señor, relativamente joven, y me dijo: “Padre, un gusto conocerlo. ¡Pero yo no creo en nada! ¡No tengo el don de la fe!”. Entendía que era un don… “¡No tengo el don de la fe! ¿Usted qué cosa me dice?”. “¡No te desconsueles. Él te quiere. Déjate mirar por Él! Nada más”. Y esto se los digo a ustedes. ¡Déjense mirar por el Señor! Entiendo que para ustedes no es tan fácil: especialmente para quien está casado y tiene hijos, es difícil encontrar un largo tiempo de calma. Pero, gracias a Dios, no es necesario, no es necesario que todos lo hagan de la misma manera, en la Iglesia hay variedad de vocaciones y variedad de formas espirituales; lo importante es encontrar la manera adecuada para estar con el Señor; y esto se puede, es posible en todo estado de vida. En este momento cada uno puede preguntarse: ¿cómo vivo yo este “estar” con Jesús? Esta es una pregunta que les dejo: “¿cómo vivo yo este estar con Jesús? ¿Este permanecer en Jesús?” ¿Tengo momentos en los que permanezco en su presencia, en silencio, me dejo mirar por Él? ¿Dejo que su fuego enardezca mi corazón? Si en nuestro corazón no existe el calor de Dios, de su amor, de su ternura, ¿cómo podemos nosotros, pobres pecadores, enardecer el corazón de los demás? ¡Piensen en esto, eh!

2. El segundo elemento es éste. Segundo: volver a partir de Cristo significa imitarlo en el salir de sí mismo e ir al encuentro del otro. Ésta es una experiencia hermosa, y un poco paradójica. ¿Por qué? Porque nos coloca al centro de la propia vida ¡Cristo se descentraliza! Mientras más te unes a Jesús y Él se vuelve el centro de tu vida, más Él te hace salir de ti mismo, te descentraliza y te abre a los otros. Este es el verdadero dinamismo de amor, ¡éste es el movimiento de Dios mismo! Dios es el centro, pero es siempre don de sí

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