La Princesa De Los Dedos Magicos
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LA PRINCESA QUE TENÍA LOS DEDOS MÁGICOS
Posted on jueves, mayo 06, 2010 by Emilio R. Sosa
La princesita que tenía los dedos mágicos
Hay en Castilla un valle hermoso y lleno de luz. Alo largo del valle corre un río pequeño y alegre. En la orilla derecha del río, sobre una colina verde, hay un castillo en ruinas. Hace muchos años había otro castillo en la orilla izquierda; pero ya no queda ni rastro de él.
En el tiempo en que estaban en pie los dos castillos vivían en ellos dos reyes muy poderosos. Eran enemigos: no se querían nada.
Uno era bondadoso y dulce. Amaba los árboles, las flores y los animales. Tenía grandes bosques en su territorio, y, alrededor de su castillo, crecían toda clase de flores, que él mismo cultivaba. En sus jardines y bosques vivían tranquilos y; espetados los pájaros, los corzos, todos los animales. El rey no permitía que se tocara a la5 mariposas siquiera. y había tantas en sus bosques, que parecía una fiesta, con aquellos colorines alegres y revoloteando por todas partes.
El otro rey, su vecino, era cruel y sólo disfrutaba destruyendo. Había hecho grandes matanzas de hombres, y, no contento con eso, se dedicaba a destruir todo lo bello que había en sus dominios: arrancaba los árboles, pisoteaba las flores, se divertía matando pobres animalitos inofensivos.
Todos los pájaros habían huido a los bosques del rey bueno. Todos los corzos y las ardillas y las mariposas habían huido también, atravesando el río. Nada quedaba en aquel reino desolado: sólo rocas y zarzas y cardos y animales feos: murciélagos, alacranes y serpientes. Y algunos lobos también.
En los bosques del rey bueno vivían las hadas. Protegían al rey, su amigo, y le llenaban de regalos.
En los páramos del rey malo vivía el brujo Tragacaritos. Ayudaba a su señor en todas sus maldades.
Ninguno de los dos reyes tenían hijos. Los dos deseaban tenerlos. El rey malo llamó al brujo Tragacantos.y le dijo:
-Hazme un hijo, fuerte y duro, que sea capaz de odiar sin compasión, como yo, para que prosiga mi obra cuando yo muera.
El brujo esculpió una peña, y, con unos filtros mágicos hechos con veneno de alacrán y de serpientes, hizo, vivir a aquel monstruo. Era un niño fuerte y feo, y todavía más cruel que su padre. El rey malo estaba encantado con él, y le llamó Peñasco.
El rey bondadoso llamó a sus amigas las hadas y les dijo:
-Hacedme una hija hermosa y buena.
Las hadas se lo prometieron, y fueron al bosque a reunir las cosas más bellas para formar con ellas a la niña.
Un hada recogió entre las ramas de los pinos la luz de la luna llena, que brillaba en hebras finas. Serían el pelo para la niña.
Un hada tomó en sus manos dos gotas de agua, de un arroyo iluminado por la luna. Serían los ojos de la niña.
Un hada cortó de un rosal silvestre una flor blanca y rosada, muy suave, para la piel de la niña.
Un hada hiló hebritas de telaraña, para las pestañas.
Otra buscó piedrecitas blancas, para los dientes.
Otra, esquirlitas de cuarzo rosa, para las uñas.
Hicieron la niña más hermosa del mundo, y la vistieron con una túnica perfumada de jara, tomillo y romero.
Estaban las hadas muy satisfechas de su obra, y, para celebrar el nacimiento de la niña, se pusieron a danzar por el bosque.
Era de noche. El brujo Tragacantos, desde el otro lado del río, oía cantar a las hadas.
«¿Qué estarán celebrando?», se preguntó curioso. Y, poniéndose sus alas de murciélago, voló sobre el río y pasó al otro reino. Cuando vio la niña que acaban de hacer las hadas, se puso verde de envidia, porque él no era capaz de crear una cosa sí. Quiso hacer daño a las hadas y a la niña, en venganza, y, en un descuido de las hadas, tocó con sus manos feas los ojos de la niña y la maldijo, diciendo:
-Tú eres bella.
Todo es hermoso en tu reino.
¡Ah, pero tus ojos descubrirán todo lo feo que hay en el mundo!
¡Tus ojos verán el dolor!
¡Tus ojos verán la maldad.
Las hadas acudieron, desoladas, y el brujo voló, huyendo hacia su triste país. Las hadas se pusieron a deliberar. Querían deshacer el maleficio del brujo, pero no tenían poder para ello. Entonces, la reina de las hadas, el hada Sol, besó uno por uno los dedos de la niña, y le dijo:
-Yo seré tu madrina. Te llamarás como yo. Y todo lo que toquen tus dedos se convertirá en luz, se convertirá en belleza. Llevaron la niña al rey bueno. El rey se quedó maravillado. Nunca había visto una niña tan hermosa. La princesita Sol creció en el castillo y todos la querían mucho.
Pero su padre empezó a notar que la niña estaba triste.
Mandó que le trajeran regalos, para alegrarla.
Trajeron un ramo de rosas. El rey dijo a la niña:
-Mira qué rosas, son las más bellas del mundo.
-Pero tienen espinas, padre -dijo la niña muy triste.
Trajeron un corzo rubio. El rey dijo a la niña:
-Mira qué corcito, hija. No lo hay más gracioso en el mundo.
Pero se come las hierbecitas, padre: destruye las lindas hierbecitas del campo.
Trajeron bailarinas y bufones para alegrar a la niña.
Dijo el rey:
-Mira cómo bailan y qué piruetas hacen. No los hay mejores en todo el mundo.
-Pero son vanidosas, padre, puedo verlo. Bailan y cantan por vanidad.
Y el rey estaba triste, porque no podía alegrar a su hija.
Sacaba a la niña de paseo por su reino, y le enseñaba todo lo que creía que iba a gustarle. La niña se quedaba quieta y triste, porque en todas partes descubría algo de fealdad o de maldad.
Un día llegó al castillo un niño delgado y sucio, que pedía limosna. La princesita, que era bondadosa, salió a darle de comer, y acarició, compasiva, la cabecita del niño. Y entonces vio con asombro que aquel pelito sucio se volvía rubio y hermoso, y que aquella carita triste se iluminaba y sonreía, y se volvía muy bella. La princesita se llenó de alegría al ver el milagro que habían hecho sus dedos.
Otro día le cayó un saltamontes en la falda. No le gustaban nada los saltamontes, pero como era tan buena, lo tocó con mucho cuidado para que se marchase, y vio con asombro que el insecto, al tocarle, se volvía azul y bello y saltaba con brinquitos muy graciosos por el jardín.
La niña se puso muy contenta. Empezó a ver que todo podía volverse hermoso, con sólo tocado con los dedos. Si una piedra le parecía fea, la tocaba, y en seguida descubría en ella brillos de oro y colores muy bonitos.
Si una flor carecía de gracia, al cogerla descubría dibujitos y colores preciosos en sus hojas.
La princesita era ya
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