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Enviado por   •  13 de Diciembre de 2012  •  690 Palabras (3 Páginas)  •  451 Visitas

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Escribo esto mientras leo El reparto de lo sensible del filosofó francés Jacques Rancière. Reparto que sólo puedo visualizar como un mapa o carta de navegación. Una amplia superficie sensible fragmentada por numerosas líneas, curvas y otras figuras, para administrar en el pensamiento abstracto un determinado territorio. Territorio intelectual o campo de batalla donde entra en juego la forma y el criterio de la división. Ciudades enteras hechas de carne y hueso. Un ejercicio filosófico de poder, como escribió Nietzsche, por ese re-parto de espacios donde un trazado de líneas se impone sobre otro. Porque el mapa sin duda es una imagen que llevamos tatuada sobre la piel, una imagen incrustada en las costillas como el mismo lenguaje. Una administración, o mejor dicho, una dosificación particular de los espacios, un gotario de costumbres y de conductas, “de formas de ver, decir o hacer”. Un reparto como una re-partición, es decir, un constante ejercicio de hacer pedazos, una obsesión por reducir a fragmentos, una maquinaria estética que no deja de partir el territorio en mapas.

De alguna manera el mapa es la representación gráfica de todos nuestros acuerdos políticos y morales. Un largo prontuario de torturas y patologías. La representación gráfica de un territorio que originalmente no tiene forma ni cara. Pero es efectivamente a través de las artes y las letras, como escribe Rancière, que podemos reconfigurar esas direcciones. Es a través de éstas que podemos reconfigurar el orden de esa gran cartografía de lo sensible, de ese gran árbol de recorridos que regula nuestros supuestos roles de tranquilos ciudadanos responsables. Son éstas las que le inyectan nuevas direcciones al gran mapa económico y político del urbanismo, o mejor dicho, al gran urbanismo que llevamos impreso en nuestro pensamiento, como buen rebaño o pieza más del rompe-cabezas. El arte tendría, de este modo, la potencia para re-articular las posiciones, para volver a reinventar las direcciones de los mapas urbano-mentales, para volver a re-anudar los extremos gastados de la cartografía.

Este ejerciciode ir cimentando desviaciones o re-partiduras en los espacios, produciría, a la vez, una desviación en los sentidos, es decir, una desviación en las formas convencionales de ver y decir lo que vemos. Algo similar, tal vez, a “un largo y razonado desarreglo de los sentidos”, como escribió Rimbaud en las Cartas del vidente, sólo que en este caso sería algo como “un largo y razonado desarreglo de la cartografía”. Dicho de otra manera, funcionaría como una especie de máquina de alucinaciones, como una especie de fábrica de shock visual o perceptivo que, en la mayoría de los casos, parecen ser la misma cosa. Es decir, una alucinación, independientemente de su origen, es también un viaje, un recorrido, una partida, un regreso, un lenguaje, una bifurcación del urbanismo. Y entre la partida y el

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