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Percy Jackson


Enviado por   •  26 de Marzo de 2013  •  1.487 Palabras (6 Páginas)  •  390 Visitas

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Mira, yo no quería ser mestizo.

Si estás leyendo esto porque crees que podrías estar

en la misma situación, mi consejo es éste: cierra el libro

inmediatamente. Créete la mentira que tu padre o tu

madre te contaran sobre tu nacimiento, e intenta llevar una

vida normal.

Ser mestizo es peligroso. Asusta. La mayor parte del

tiempo sólo sirve para que te maten de manera horrible y

dolorosa.

Si eres un niño normal, que está leyendo esto porque

cree que es ficción, fantástico. Sigue leyendo. Te envidio

por ser capaz de creer que nada de esto sucedió.

Pero si te reconoces en estas páginas -si sientes que

algo se remueve en tu interior-, deja de leer al instante.

Podrías ser uno de nosotros. Y en cuanto lo sepas, sólo es

cuestión de tiempo que también ellos lo presientan, y

entonces irán por ti.

No digas que no estás avisado.

Me llamo Percy Jackson.

Tengo doce años. Hasta hace unos meses estudiaba

interno en la academia Yancy, un colegio privado para

niños con problemas, en el norte del estado de Nueva

York.

¿Soy un niño con problemas?

Sí.

Podríamos llamarlo así.

Podría empezar en cualquier punto de mi corta y triste

vida para dar prueba de ello, pero las cosas comenzaron a

ir realmente mal en mayo del año pasado, cuando los

alumnos de sexto curso fuimos de excursión a Manhattan:

veintiocho críos tarados y dos profesores en un autobús

escolar amarillo, en dirección al Museo Metropolitano de

Arte a ver cosas griegas y romanas.

Ya lo sé: suena a tortura. La mayoría de las

excursiones de Yancy lo eran. Pero el señor Brunner,

nuestro profesor de latín, dirigía la excursión, así que tenía

esperanzas. El señor Brunner era un tipo de mediana edad

que iba en silla de ruedas motorizada. Le clareaba el

cabello, lucía una barba desaliñada y una chaqueta de

tweed raída que siempre olía a café. Con ese aspecto,

imposible adivinar que era guay, pero contaba historias y

chistes y nos dejaba jugar en clase. También tenía una

colección alucinante de armaduras y armas romanas, así

que era el único profesor con el que no me dormía en

clase.Esperaba que el viaje saliera bien. Esperaba, por una

vez, no meterme en problemas.

Anda que no estaba equivocado.

Verás, en las excursiones me pasan cosas malas.

Como cuando en quinto fui al campo de batalla de

Saratoga, donde tuve aquel accidente con el cañón de la

guerra de la Independencia americana. Yo no estaba

apuntando al autobús del colegio, pero por supuesto me

expulsaron igualmente. Y antes de aquello, en cuarto curso,

durante la visita a las instalaciones de la piscina para

tiburones en Marine World, le di a la palanca equivocada

en la pasarela y nuestra clase acabó dándose un chapuzón

inesperado. Y la anterior… Bueno, te haces una idea,

¿verdad?

En aquella excursión estaba decidido a portarme

bien.

Durante todo el viaje a la ciudad soporté a Nancy

Bobofit, la pelirroja pecosa y cleptómana que le lanzaba a

mi mejor amigo, Grover, trocitos de sándwich de

mantequilla de cacahuete y ketchup al cogote.

Grover era un blanco fácil. Era canijo y lloraba cuando

se sentía frustrado. Debía de haber repetido varios cursos,

porque era el único en sexto con acné y una pelusilla

incipiente en la barbilla. Además, estaba lisiado. Tenía un

justificante que lo eximía de la clase de Educación Física

durante el resto de su vida, ya que padecía una

enfermedad muscular en las piernas. Caminaba raro,

como si cada paso le doliera; pero que eso no te engañe:

tendrías que verlo correr el día que tocaba enchilada en la

cafetería.

En cualquier caso, Nancy Bobofit estaba tirándole

trocitos de sandwich que se le quedaban pegados en el

pelo castaño y rizado, y sabía que yo no podía hacer nada

porque ya estaba en periodo de prueba. El director me

había amenazado con expulsión temporal si algo malo,

vergonzoso o siquiera medianamente entretenido sucedía

en aquella salida.

— Voy a matarla -murmuré.

Grover intentó calmarme.

— No pasa nada. Me gusta la mantequilla de

cacahuete. -Esquivó otro pedazo del almuerzo de Nancy.

— Hasta aquí hemos llegado. -Empecé a ponerme en

pie, pero Grover volvió a hundirme en mi asiento.

— Ya estás en periodo de prueba-me recordó-.

Sabes a quién van a culpar si pasa algo.

Echando la vista atrás, ojalá hubiera tumbado a Nancy

Bobofit de un tortazo en aquel preciso instante. La

expulsión temporal no habría sido nada en comparación

con el lío en que estaba a punto de meterme.

El señor Brunner conducía la visita al museo.

Él iba delante, en su silla de ruedas, guiándonos por

las enormes y resonantes galerías, a través de estatuas de

mármol y vitrinas de cristal llenas de cerámica roja y negra

súper vieja.

Me parecía flipante que todo aquello hubiese

sobrevivido más de dos mil o tres mil años.

Nos reunió alrededor de una columna de piedra de

casi cuatro metros de altura con una gran esfinge encima,

y empezó a contarnos que había sido un monumento

mortuorio, una estela, de una chica de nuestra edad. Nos

...

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