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Allá lo esperaré –díjole Santos, y al día siguiente partió para Altamira


Enviado por   •  2 de Abril de 2014  •  365 Palabras (2 Páginas)  •  289 Visitas

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Allá lo esperaré –díjole Santos, y al día siguiente partió para Altamira.

Por el trayecto, ante el espectáculo de la llanura desierta, pensó muchas cosas: meterse en el hato a luchar contra los

enemigos, a defender sus propios derechos y también los ajenos, atropellados por los caciques de la llanura, puesto que

doña Bárbara no era sino uno de tantos a luchar contra la naturaleza; contra la insalubridad, que estaba aniquilando la

raza llanera; contra la inundación y la sequía, que se disputan la tierra todo el año; contra el desierto, que no deja

penetrar la civilización.

Pero no eran propósitos todavía, sino reflexiones puras, entretenimientos del razonador, y a una optimista, sucedía

inmediatamente otra contradictoria.

–Para llevar a cabo todo esto se requiere algo más que la voluntad de un hombre. ¿De qué serviría acabar con el

cacicazgo de doña Bárbara en el Arauca? Reaparecería más allá bajo otro nombre. Lo que urge es modificar las

circunstancias que producen estos males: poblar. Pero para poblar, sanear primero, y para sanear, poblar antes. ¡Un

circulo vicioso!

Mas, he aquí que un sencillo incidente: el encuentro con el Brujeador y las palabras con que el bonguero le hizo ver

los peligros a que se expondría si intentaba atravesársele en el camino a la temible doña Bárbara, ponen de pronto en

libertad al impulsivo postergado por el razonador, y lo apasionante ahora es la lucha.

Era la misma tendencia de irrefrenable acometividad que causó la ruina de los Luzardos; pero con la diferencia de

que él la subordinaba a un ideal: luchar contra doña Bárbara, criatura y personificación de los tiempos que corrían, no

sería solamente salvar Altamira, sino contribuir a la destrucción de las fuerzas retardatarias de la prosperidad del Llano.

Y decidió lanzarse a la empresa con el ímpetu de los descendientes del cunavichero, hombres de una raza enérgica;

pero también con los ideales del civilizado, que fue lo que a aquéllos les faltó.

III.. LA DEVORADORA DE HOMBRES

¡De más allá del Cunaviche, de más allá del Cinaruco, de más allá del Meta! De más lejos que más nunca –decían

los llaneros del Arauca, para quienes, sin embargo, todo está siempre: «ahí mism

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