EMPRENDEDORISMO
Enviado por FLINARESS • 28 de Noviembre de 2012 • 2.996 Palabras (12 Páginas) • 487 Visitas
INTRODUCCIÓN
Cuando cualquiera se empeñe en negarte que los hombres somos libres, te aconsejo que le apliques la prueba del filósofo romano. En la antigüedad, un filósofo romano discutía con un amigo que le negaba la libertad humana y aseguraba que todos los hombres no tienen más remedio que hacer lo que hacen. El filósofo cogió su bastón y comenzó a darle estacazos con toda su fuerza. «¡Para, ya está bien, no me pegues más!», le decía el otro. Y el filósofo, sin dejar de zurrarle, continuó argumentando: «¿No dices que no soy libre y que lo que hago no tengo más remedio que hacerlo? Pues entonces no gastes saliva pidiéndome que pare: soy automático.» Hasta que el amigo no reconoció que el filósofo podía libremente dejar de pegar, el filósofo no suspendió su paliza.
A diferencia de otros seres, vivos o inanimados, los hombres podemos inventar y elegir en parte nuestra forma de vida. Podemos optar por lo que nos parece bueno, es decir, conveniente para nosotros, frente a lo que nos parece malo e inconveniente. Y como podemos inventar y elegir, podemos equivocarnos, que es algo que a los castores, las abejas y las termitas no suele pasarles. De modo que parece prudente fijarnos bien en lo que hacemos y procurar adquirir un cierto saber vivir que nos permita acertar. A ese saber vivir, o arte de vivir si prefieres, es a lo que llaman ética.
A. DEFINILIDAD DEL BIEN
¿Qué es lo bueno? ¿qué es el bien? Todo hombre guarda en lo más hondo de su corazón el deseo invencible de ser bueno, de hacer lo bueno. Sabemos que «lo bueno es el bien» y que «lo malo es el mal». Fórmulas que parecen tautologías pero por ello mismo ponen sobre el tapete la complejidad del asunto. En la práctica no pocas veces se nos plantea: ¿esto que parece bueno lo es de verdad? La respuesta no es siempre inmediata y cierta; a veces requiere una reflexión larga y ardua. A menudo están en juego valores de vital importancia. Comprendemos que el estudio haya de ser –en lo posible- riguroso, científico, de manera que la conclusión se apoye en argumentos sólidos e irrefutables. Así se origina y desarrolla la Ética.
Cuando se dice que algo «es ético» o que «no es ético», se está afirmando que es o no es bueno. Ahora bien, si casi todos coincidimos en que nuestra conducta ha de ser «ética», no siempre estamos de acuerdo en «lo que» es ético. Lo que parece «ético» a unos, puede resultar una monstruosidad a otros. Así algunos llaman «ético» a cierto tipo de abortos provocados; lo cual, a otros parece uno de los peores crímenes, negación del más elemental derecho de la persona, el derecho a la vida.
Este caso nos permite entender la enorme importancia de aclararnos sobre qué es y qué no es «ético»; sobre qué es en realidad «lo bueno». Se trata no pocas veces de una cuestión de vida o muerte, o de felicidad o infelicidad propia o ajena; y es preciso encararla con toda seriedad y rigor.
¿Es posible llegar a un conocimiento cierto sobre «lo que es bueno», al menos en lo fundamental, o estamos condenados a una eterna duda o a opiniones sucesivas sin fundamento racional, objetivable? ¿Existe un criterio objetivo de bondad que nos permita, sin temor a equivocarnos, discernir el bien del mal? Con otras palabras, ¿el bien es una realidad «objetiva» o «subjetiva»? ¿Depende de condiciones objetivables o meramente subjetivas (percepciones, sentimientos, deseos, voliciones...)? ¿Nos encontramos en la situación de inventores inevitables del bien y del mal, como quería Nietzsche, llevando al paroxismo el ansia creadora, una vez «matado» a Dios? Jean Paul Sartre intenta seguirle por ese camino, pero no puede dejar de poner de manifiesto que resulta una tarea angustiosa, más una condena que una liberación. Si el bien y el mal no fueran objetivables, y hubiéramos de estar siempre creándolos, «más allá», ¿no seríamos semejantes a Sísifo –el del mito clásico y de Albert Camus-, inventando y destruyendo, para seguir inventando una y otra vez, inútilmente, estúpidamente, «para nada»?
Muchas veces se confunden, sobre todo en el lenguaje coloquial, «subjetivo» y «relativo», quizá porque «subjetivismo» y «relativismo», en sentido gnoseológico, se implican. Por ello pienso que es relevante situar la cuestión del bien en el orden ontológico; en el cual «subjetivo» y «relativo» significan cosas muy diferentes. Concretamente, a mi juicio, ha de decirse que, a diferencia de la verdad, siempre universal y objetiva, el bien es siempre relativo y sin embargo a la vez objetivo.
¿Quéeselbien?
Es claro que el bien -lo bueno- es tal por contener alguna perfección que hace a la cosa deseable, apetecible. Aristóteles decía que «el bien es lo que todos desean», aunque no quiere esto decir, que todos deseemos explícitamente lo mismo. Pero, ¿por qué todos deseamos el bien, o lo que entendemos por bien? Porque vemos en ello –lo que sea- algo que nos bene-ficia, que «nos hace bien», nos «per-fecciona», nos mejora, «satis-face» nuestras necesidades profundas, nos hace felices. En suma, el bien no es cualquier perfección, sino una perfección que me perfecciona, una perfección perfectiva para mí, aunque puede no serlo para otros.
La RelatividaddelBien
Es de subrayar que no todo lo que perfecciona a un sujeto, perfecciona a otros. El abono animal nutre las flores, pero no al hombre. La alfalfa es buena, sabrosa y sana, perfectiva, para las vacas, no para el hombre (a no ser mediando las vacas). Es claro que el bien es relativo: dice relación a un sujeto o a un conjunto más o menos numeroso de sujetos determinados.
Esa «relatividad» del bien induce a muchos a pensar que el bien no es «objetivo» como tal, es decir, que no está ahí, independientemente de que yo lo piense, desee o apetezca, sino que cada uno puede tomar por bueno «lo que le parezca», lo que opine, desee o sienta. Cada uno sería libre de considerar bueno una cosa o su contraria y decidir por su cuenta sobre el bien y el mal. Cada uno sería el «creador de valores», porque el valor o bondad de las cosas no estaría en ellas, sino en mi subjetividad, en mi pensamiento, en mi deseo o en mi opinión.
La ObjetividaddelBien
Pues bien, aunque el bien sea «relativo» respecto a un sujeto o a un número determinado de sujetos y no a otros, es al menos casi tan objetivo como la verdad. La bondad del aire que respiramos, el agua que bebemos, el calor y la luz del sol que nos vivifica, etcétera, etcétera, no son valores que inventamos o creamos: no tienen una bondad «opinable»: está ahí, con independencia de nuestra estimación o juicio.
De modo similar descubrimos el valor de la justicia, de la libertad, de la paz, de la fraternidad, de la solidaridad: valores objetivos que no tendría sentido negar.
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