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Emprendedores


Enviado por   •  30 de Mayo de 2014  •  1.917 Palabras (8 Páginas)  •  193 Visitas

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EMPRENDEDORES

Si hablamos de las personas que se hicieron a sí mismas, Henry Ford es el paradigma por excelencia. Después de que terminó de cursar los estudios primarios, sus padres decidieron que lo mejor para él era que comience a trabajar en la granja familiar en lugar de que prosiga con sus clases en la escuela. Ya desde temprana edad, el pequeño Henry manifestó su afición por la mecánica y, mientras cumplía con sus labores en la granja, se pasaba gran parte del día en un taller que había improvisado dentro de la propiedad.

“No tuve más juguetes que mis herramientas, y fue con ellas con lo que jugué toda mi vida. De joven, el menor desecho de cualquier máquina era para mí un verdadero tesoro”.

Su padre deseaba que continúe en la administración de la granja familiar, cosa que no estaba en los planes del joven Henry. Y así fue que a los 17 años, y en contra de los deseos de su progenitor, entra como aprendiz mecánico en una fábrica. En menos de un año, aprendió todo lo necesario y creyó que la mecánica ya no tenía secretos para él.

“Las máquinas son para el mecánico como los libros para los escritores. Encuentra en ellas sus ideas y, si está dotado de cierta inteligencia, lleva estas ideas a la práctica.”

Después de renunciar a su empleo en la compañía Westinghouse en donde se desempeñaba como mecánico especializado, regresó a la granja de sus padres. Allí, pasó la mayor parte de su tiempo en el taller que había montado en su adolescencia.

“Como ya no estaba ocupado cortando leña, trabajaba en mis motores de explosión, estudiando su índole y funcionamiento. Leía todos los trabajos relativos a ese tema que lograba conseguir, pero fue de la práctica de donde extraje mis mejores conclusiones.”

El espíritu emprendedor y apasionado del joven Henry parecía atrapado en la granja familiar y sus sueños lo llevaban mucho más allá de la vida rural en la cual estaba inmerso. Por esa razón, cuando recibió la propuesta de unirse como ingeniero mecánico en una de las compañías de Thomas Alba Edison, no lo pensó mucho, tomó sus bártulos y dejó la granja paterna por segunda y última vez, ya que no regresaría nunca más.

En la casa que alquiló en Detroit, su nuevo taller ocupaba casi todo el espacio. Por las noches, luego de cumplir su tarea en la compañía, trabajaba hasta altas horas en su motor de nafta. “Un trabajo que a uno le interesa jamás es duro y yo no dudo nunca de su éxito”, palabras que marcan una de las cualidades de este gran emprendedor, su inquebrantable perseverancia.

En 1892, a los 29 años, todos sus esfuerzos se materializaron en su primer automóvil a nafta. Con el prototipo, paseo por las calles de Detroit ante la mirada atónita de los transeúntes. Recorrió más de 1.600 kilómetros y sometió al vehículo a todo tipo de pruebas. Para luego vender el “cacharro” por doscientos dólares. Este fue su primer éxito, aunque el joven Henry Ford quería ir mucho más lejos.

“Mi intención no era en absoluto establecerme como constructor sobre una base tan mediocre. Yo soñaba con la gran producción; pero para eso me hacía falta una máquina superior a esa, la primera. Si uno se apura no consigue nada bueno.”

Ford seguía sus labores para la compañía de Edison cuando le ofrecieron un cargo directivo muy importante en la empresa, tendría una generosa remuneración y acceso a los más altos niveles ejecutivos. Pero había una condición, él tendría que renunciar a todos sus proyectos y dedicarse por entero a los planes de la compañía. Come era de esperarse, no aceptó el cargo, porque eso significaba abandonar para siempre sus sueños, cosa que no estaba dispuesto a hacer.

“Presenté mi renuncia, decidido a no volver a acepta jamás un puesto subalterno”.

Ahora sí, el mundo estaba muy cerca de presenciar lo que Henry Ford soñaba en aquellos años, la producción en masa de automóviles como nunca antes se había hecho.

“Poca gente osa lanzarse a negocios, porque en el fondo de sí mismos se dicen: ¿por qué lanzar tal producto al mercado, si ya hay alguien que lo hace? Yo, en cambio, me he dicho siempre: ¿por qué no hacerlo mejor? Y eso es lo que hice.”

“Yo me niego a reconocer la existencia de imposibilidades. No conozco a nadie que sepa tanto sobre un tema para decir que esto o aquello no es posible (…). Si un hombre, tomándose como una autoridad en la materia, declara que equis cosa es imposible, aparece enseguida una horda de seguidores irreflexivos que repiten a coro: es imposible”.

“Todo es posible. La fe es la sustancia de aquello que esperamos, la garantía de que podemos realizarlo”.

Fuente: “Mi primer millón”, Charles-albert Poissant, Christian Godefroy

María Teresa Kasuga tuvo que hacerse cargo de muy joven de la fábrica de juguetes de su padre, cuando éste falleció. De chiquita solía ir a la fábrica y ver todo lo que hacía su padre, pero eso no era lo mismo que manejar todo ella misma.

Así y todo, la empresa siguió funcionando bien bajo la dirección de María, hasta que llegó una decisión macroeconómica en México, que complicó las cosas. Era la apertura del país azteca, bajando sus derechos de importación. La consecuencia inmediata de esto fue la invasión de juguetes provenientes en su mayoría de China. “No podíamos competir con los chinos. Ellos tienen costos mucho más bajos que cualquiera, tanto por salarios como por cantidades, era imposible”, admite María, aunque lejos de quedarse viendo como su negocio se hundía, intentó buscar variantes para salvarlo.

“Competir con China es imposible, pero asociarse a ellos no”, pensó la empresaria. Fue así como se le ocurrió la variante que podía salvarla: se asoció a una empresa china de productos inflables (globos, colchonetas,

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