Dicen que nosotros somos el reflejo de nuestros padres y, de ser esto cierto
Enviado por Karen Garza • 6 de Febrero de 2017 • Ensayo • 1.722 Palabras (7 Páginas) • 231 Visitas
Dicen que nosotros somos el reflejo de nuestros padres y, de ser esto cierto, podríamos entonces decir que ellos son el reflejo de sus padres, estos de los suyos y así sucesivamente hasta llegar a nuestros antepasados más lejanos. Siguiendo esta línea es inevitable que no surja la interrogante de entonces quiénes somos nosotros, ya que, de ser así, no seríamos más que el resultado de todo aquello que es nuestra familia y de todo eso que se ha venido cargando y transmitiendo de generación tras generación. ¿Esto significa que no hay nada de auténtico en nosotros? ¿Significa que no somos más que una proyección de eso que son nuestros padres y fueron nuestros abuelos? Todo esto no es nada sencillo de responder, de hecho una de las grandes interrogantes en donde la filosofía se ha visto envuelta desde sus inicios es precisamente la de ¿quién soy, de dónde vengo y hacia dónde voy? Pues pareciera que desde siempre el hombre ha buscado explicaciones a este cuestionamiento y, para tratar resolverlo, ha creado infinidad de mitos, creencias y religiones. Sin embargo, ese no es el tema central de nuestro ensayo y no deberíamos perdernos en este asunto ya que sería en extremo difícil que pudiéramos encontrar claridad a esta incógnita.
Retomando lo que decía inicialmente, se podría pensar que nosotros no somos más que una proyección de nuestros padres pero ¿por qué una proyección? Pues bien, según Chávez (2002), los padres se proyectan en sus hijos, es decir, les atribuyen de forma inconsciente sus propias expectativas de la vida, sus frustraciones, todos aquellos conflictos que dejaron sin resolver, sus “hubiera”, sus necesidades insatisfechas, etc. ¿Por qué es que pasa esto?, y mejor aún ¿Qué es lo que hace que nosotros aceptemos esta carga y, en cierta manera, estemos dispuestos a cumplirla? Pues bien, hay que recordar que un sujeto no existe si no es en relación con otro y, probablemente, esa relación entre padres e hijos esté dada por todo aquello que los padres depositan en sus hijos. De igual manera hay que tener en cuenta de que nada de esto ocurre a nivel consciente, de hecho, “algunas veces, pareciera que construyéramos nuestra vida para alguien más: estudiamos una profesión, tenemos un trabajo, iniciamos una familia, todo para cumplir con expectativas ajenas sobre nosotros. A momentos incluso, es como si estuviéramos atrapados por un destino, o maldición, incontrolable y más allá de nuestra influencia.” (López, 2012) Sin embargo, nada de esto es cierto. La causa real es el comúnmente llamado “omnipotente”, o bien, gran Otro; el cual, inicialmente, se forma con la figura de los padres. Siendo así, los padres son figuras omnipotentes para el niño ya que ellos son la causa de este. No la causa física como tal, sino más bien una causa psíquica ya que ellos son quienes lo construyen, son quienes le dan una estructura, le brindan amor, cuidados, le instauran reglas y ponen límites entre otras cosas. Los hijos reciben todo lo que sus padres les transmiten y lo convierten en demandas, sintiéndose de cierta manera obligados a cumplir esas demandas ya que son provenientes de los padres omnipotentes pues, como ya había dicho, estos son la razón de su existencia.
De igual manera, considero importante tomar en cuenta el hecho de cómo estas demandas recaen sobre nosotros con una fuerza aun mayor después de la muerte de nuestros padres. De hecho, es posible que dichas demandas jamás hubieran sido escuchadas mientras los padres estaban en vida pero que comiencen a aparecer una vez que estos fallecen. Es cierto que en muchos casos pasa justamente lo opuesto, sin embargo, nosotros retomaremos la primera cuestión.
“«Allá me oirás mejor. Estaré más cerca de ti. Encontrarás más cercana la voz de mis recuerdos que la de mi muerte, si es que alguna vez la muerte ha tenido alguna voz». Mi madre… la viva.” (Rulfo, 1955)
Quizá la razón por la que intentamos cumplir con todas aquellas demandas de nuestros padres después de su muerte sea una manera de mantener vivo su recuerdo, es decir, puede que sea un último intento nuestro para no perderlos, para poder seguirlos sintiendo cerca ya que, como mencionaba en mi ensayo anterior titulado “ A peak to dead”, la muerte es un tema difícil de manejar para la personas por todos los significados que le hemos dado. Por otro lado, puede que la razón sea únicamente por un exceso de culpabilidad por no haberlos escuchado antes y no ser eso que ellos esperaban que fuéramos. O bien, puede que la razón sea una especie de temor a ser castigados por los muertos, en este caso nuestros padres, al no haber cumplido sus mandatos. Esto último lo podemos ver en "Tótem y tabú", ya que aquí Freud (1972) nos dice que los muertos dan miedo a los vivos porque se niegan a desaparecer, y pueden retornar para llevarse a los vivos con ellos. Los muertos matan, decía Freud. Precisamente por eso es que nosotros, los vivos, hacemos todo lo posible para no enfadarlos.
Siendo así la cuestión, podríamos entonces preguntarnos si nosotros repetimos, hacemos y/o cumplimos aquellas demandas que nuestros padres tenían puestas sobre nosotros siendo nosotros mismos o siendo ellos, es decir, siendo una especie de continuidad de nuestros padres y de sus deseos pues no es un secreto que nosotros, de cierta manera, los ayudamos a vivir todo aquello que ellos no pudieron. O bien, que los padres nos obligan en cierto modo a revivir sus vidas, es como si fuese una especie de caminar sobre sus huellas, sin embargo, pareciera que todo esto puede generar afecciones más graves de las que se pudiera imaginar. Un ejemplo claro de esto lo podemos ver en el caso del hombre de las ratas pues aquí Freud (1909) nos presenta un caso de neurosis obsesiva, el cual parece estar sumamente relacionado a que Ernst Lanzer de alguna manera era uno con su padre a pesar de que éste ya estaba muerto. ¿Por qué digo que era uno? La respuesta es simple ya que no había diferenciación entre él y el padre. Ernst repetía exactamente las mismas vivencias que éste sin poder ser un sujeto. Un ejemplo similar puede ser Pedro Páramo, ya que en esta historia, Juan Rulfo (1955) consigue ponernos a dudar acerca de cuándo se está hablando de Pedro y cuándo de Juan puesto que parece que tampoco hay divisiones claras entre estos ya que es muy difícil poder encontrar la diferencia entre estos dos personajes puesto que uno parece estar estrechamente ligado al otro.
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