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Histeria Y Teatralidad


Enviado por   •  11 de Octubre de 2013  •  2.158 Palabras (9 Páginas)  •  331 Visitas

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Histeria y teatralidad

El teatro de las histéricas y el escenario de la seducción

Mario Alberto Domínguez Alquicira

Primero que nada debo advertir que, aun tratándose de un texto perteneciente a la colección La Ciencia desde México, del Fondo de Cultura Económica, cuyo objetivo es hacer inteligibles los temas más intrincados y complejos, su grado de dificultad teórica no es, de ningún modo, desdeñable; sobre todo cuando se aborda la concepción lacaniana de la histeria. El gran mérito de Héctor Pérez-Rincón radica en acercarnos a la figura de un personaje, del que poco se ha hablado, cuya participación sería crucial para el advenimiento de una de las disciplinas más importantes surgidas en las postrimerías del siglo XIX: el psicoanálisis. Héctor Pérez-Rincón construye su texto a la manera de una obra teatral. Todo está puesto: el escenario, los actores del reparto, el guion, el equipo de producción y hasta los espectadores, o sea, los lectores.

El papel protagónico lo ocupa nada menos que el fundador de la neurología: Jean-Martin Charcot. El mismo autor desempeña una importante función en la obra, sin la cual simplemente no sería posible el desarrollo de la misma: la de director. Y como tal, hace transitar al espectador-lector por todo el escenario para descubrir lo que en él (y detrás de él) está ocurriendo. La ambientación resulta espléndida a grado tal que uno podría imaginar que forma parte de la trama. Y, de hecho, así es.

Es como si el autor nos introdujera al óleo de Broulliet. De pronto, nos hallamos compartiendo el escenario pictórico con toda una pléyade de hombres ilustres y pioneros de las ciencias médicas. Pero ¿de qué teatro se trata? No de cualquiera, desde luego. Podría decirse incluso que más que un teatro es un anfiteatro (verdadero “museo patológico viviente”) en el cual se encuentran los cadáveres de aquellos que formaron parte del círculo charcotiano. Cadáveres animados, hablantes que relatan una historia imposible de ser sepultada. Y es por mediación del autor que podemos acceder a esa otra dimensión: la de la teatralidad dramática, donde se gesta el atroz espectáculo de la histeria. En ese sentido, Pérez-Rincón es un anatomista capaz de revelarnos —mediante una operación que en mucho nos recuerda a las autopsias practicadas por sus predecesores— que el cuerpo muerto constituye el libro-archivo de nuestra historia. Archivo pulsante que hace transitar su decir a través de la carne marchita y putrefacta. Cadáver textual que se ofrece a los ojos para ser leído, interpretado. Ante nuestra atónita mirada será representado un hecho espectacular. Juego escénico que irá de las “teatreras histéricas” al “circo de los locos”, de las “histéricas-brujas” a las “histéricas-simuladoras” y de las “farsantes-degeneradas” a las “neuróticas histéricas”.

Conforme la narración transcurra, se irán delimitando los papeles: neurológicos, neuróticos, psicóticos. El autor consigue rastrear de forma magistral la evolución del pensamiento médico siguiendo los avatares del término “histeria”. De ese modo nos enteramos, por ejemplo, que tampoco Charcot escapó a los influjos de la embriaguez.. Sumándose a una larga lista de pensadores, filósofos, escritores, poetas y científicos que han intentado ir en búsqueda del fuego fatuo, se arrojó por los despeñaderos de la ebriedad con el afán de traspasar las fronteras de la conciencia. Navegantes y alucinados a los que el psicoanalista Helí Morales Ascencio ha asignado, en su ensayo “Caleidoscopio de la ebriedad”, el nombre de “filósofos de la conciencia ebria” o “psiconautas de la embriaguez”.

El escenario principal en que tiene lugar este “hecho teatral” es el enorme hospital-asilo de la Salpêtrière, uno de los centros más importantes del continente europeo destinado a la atención y a la formación neurológica. Construido durante el reinado de Luis XIII, a comienzos del siglo XVII, fue en sus orígenes un arsenal. La palabra en francés designa “salitrería”, lugar donde se elabora o almacena el salitre. Será ahí donde Sigmund Freud quedará deslumbrado por la fascinante personalidad de Charcot, el “príncipe de la ciencia”, y donde se llevará a cabo un acontecimiento decisivo: el descubrimiento de la clínica, así como la transición sufrida por el propio Freud al pasar de neurólogo a psicopatólogo.

El recorrido que Pérez-Rincón realiza a través de los meandros de la historia de la psiquiatría conduce a un punto esencial: el descubrimiento por parte de Charcot de la histeria masculina, que además le otorgó el estatuto nosográfico que por pleno derecho le correspondía. Sin embargo, como lo explica el autor, “la idea de la existencia de una histeria masculina no fue tan fácilmente aceptada por el gran público, que hasta nuestros días sigue utilizando el vocablo preferentemente en femenino”. Fue precisamente ese gran descubrimiento el que motivó a Freud, admirador incondicional de Charcot, a leer en 1886 ante la Sociedad de Medicina un manuscrito titulado “Sobre la histeria en el hombre”. Ponencia que no recibió buena respuesta por parte de la comunidad médica y propició que Meynert lo retara a comprobar dicho fenómeno mediante la presentación de un caso.

Los recursos técnicos empleados por Charcot para el tratamiento de las histerias fueron ricos y variados: fue del magnetismo a la hipnosis, pasando por la metaloterapia y la electroterapia. Su intención inicial era la de aplicar a la histeria el método clasificatorio y anatomo-clínico propio de la neurología. Sin los errores y fracasos cometidos a partir de esas primeras concepciones hubiera sido difícil —si no es que imposible— dar el gran salto del enfoque neurológico al psicodinámico. Es ahí donde Freud tomaría la estafeta para posteriormente transitar del método de sugestión hipnótica al psicoanalítico propiamente dicho (el de la asociación libre). Cabe aclarar que el abandono de la hipnosis por parte de Freud y la sustitución de ese método por el de la libre asociación no se dio de un modo tan repentino —como precipitadamente señala el autor de “El teatro de las histéricas”—. No fue sino luego de un largo proceso —no exento de avatares y contradicciones— de transformación de la técnica freudiana, que el psicoanálisis pudo emerger como teoría y como técnica. Acerca de esta interesante temática se recomienda la lectura del libro “Proceso de constitución del método psicoanalítico”, del doctor José Perrés, en el que se establecen cuatro periodos metodológicos que conforman el periodo denominado “prehistoria del psicoanálisis” (que va de 1886 a 1898) a lo largo del cual se dieron los descubrimientos teóricos y técnicos que permitieron la instauración del dispositivo

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