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IPICO CARRION


Enviado por   •  13 de Enero de 2016  •  Documentos de Investigación  •  1.433 Palabras (6 Páginas)  •  228 Visitas

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“IPICO” CARRIÓN

(Crónica)

Allá por los años 1930, nacía un robusto varoncito en la familia Carrión-Durán, nada hacía presagiar que nacía un personaje que teñiría de sangre la Villa de Chaglla, y de negras crónicas las páginas de la prensa regional y nacional. Su madre quedó muy grave luego del nacimiento de Epifanio Carrión Durán, (que así se llamaría en adelante este varón). Su madre se agravó y murió a los pocos días del parto. Eran tiempos muy difíciles, no se contaba con postas médicas, tampoco con enfermeras o algún profesional de la salud. La encargada de atender los partos era doña Mercedes Benavides Morales, una comadrona de enorme estatura, rostro alargado, tez blanca, ojos claros, cabellos rojizo. Pese a ello irradiaba ternura, esto por el amable trato que daba a cuanta persona se cruzaba en su camino. No era extraño en esa época, que doña Mercedes amadrine a quien nacía en sus manos. A cada nacido le daba su veredicto: Ella va a ser una millonaria, dijo para Lourdes Yábar, y vaya que se cumplió el vaticinio, con el transcurso de los años ella llegó a convertirse en una de las más grandes empresarias del emporio comercial de Gamarra. Él va ser millonetas, dijo para Luis Barthé Villena, y también se cumplió a cabalidad, él llegó a ser dueño de una flota de 40 camiones Volvo. Los vaticinios de doña Mercedes Benavides Morales, era infalibles, nunca falló.

Así cuando Epifanio Carrión nació dijo: —Hummmm, creo que éste va a derramar mucha sangre de gente...Achachao ya… espero que sea carnicero y no matón…

Pero no se sabe, si ella dijo esto por temor, o por querer congraciarse con su compadre Alejo Carrión quién ya tenía una ternera lista para obsequiar a la comadrona. Sin embargo, cuando murió la madre de “Ipico”, pensó para sí: Ya mató a su madre este canalla.

Desde su infancia la vida de “Ipico” estuvo marcada por la desgracia y la desventura. Tuvo que ser criado por una hermana solterona de su madre, es decir, su tía, ella obviamente no le dio amor, más bien desde niño le recordaba que había matado a su madre. De esta manera en ese ambiente hostil y nefando creció Epifanio Carrión Durán. Jamás escuchó una palabra amable de su padre, más bien parece que le guardaba un escondido odio.

Cuando su padre subía desde su casa en Verde Pozo, a la Villa de Chaglla, traía dulces, pan y atunes, pero a él jamás le alcanzaron siquiera un caramelo, peor aún nunca había probado un bocado del atún con arroz y papas. Su tía de mala manera le alcanzaba un mate de papas con sal y eso era su almuerzo. Ya tenía seis años, seis años de vejación, tortura psicológica y desprecio. Desprecio de su papá, de su tía, de sus dos hermanos y hasta de los vecinos. Nadie le dio una pizca de amor, jamás recibió un abrazo. Nunca le enseñaron a orar en las noches, jamás le leyeron un cuento. Creció sólo en la misérrima orfandad, pese a tener parientes y de buena posición social y económica.

¿Qué buenas acciones se podían esperar de él en el futuro? Obvio que nada. Así que su primer robo lo cometió a los siete años, se robó una bolsa de caramelos de limón y una bolsa de panes. Se refugió en un viejo caserón de Verde Pozo y allí devoró los panes y los caramelos en un santiamén. Luego se dedicó a vagar por la comarca casi todo el día, al atardecer llegó a su casa y se fue a dormir al almacén donde era su verdadera habitación, allí compartía la soledad con un montón de cosas viejas, como herramientas inservibles, caronas de las acémilas. Nadie sintió su ausencia, nadie le preguntó donde estaba aquel maldito día.

—Algún día voy a ser grande carajo.—se dijo para sí— y unas gruesas y calientes lágrimas cayeron de sus pequeños ojos atigrados.

Al siguiente día se robó un atún, y se fue para su habitual escondite, aquel maldito caserón que la familia Castro-Vega abandonaron, para irse a vivir a Lima. Aprendió a vagar por las chacras, se hizo adulto antes de tiempo. En muchas ocasiones mientras vagaba por el campo, comía lo que encontraba, sea llacón, huevitos de pajarillos, zarzamora o papitas de San Francisco. En ocasiones a escondidas se metía a la huerta de los vecinos y cogía papaya nativa o tomate de árbol.

 Sus hermanos ya estudiaban en la escuela, a él nadie lo invitó a estudiar, tampoco lo matricularon. Era como si no existiera. Estaba pagando el delito inconsciente de que su madre murió cuando él nació. Cuan cruel y malsana es a veces la sociedad, la familia y aún cada ser humano. Culpar de la muerte súbita de su madre a un infante, cuando él ni siquiera había pedido venir a mundo.En este mundo de maldad y ambiente cruel crecía “Ipico”, pero para alivió de él conoció al Profesor Limaylla, docente de la escuelita de Chinchopampa. Él le preguntó porque no estudiaba, si ya era junio, él le dijo que su padre no quería que estudie. El profe Limaylla le dijo:

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