SOBRE LA PUESTA DE LÍMITES Y LA CONSTRUCCIÓN DE LEGALIDADES
Enviado por claupallis • 6 de Junio de 2013 • 2.789 Palabras (12 Páginas) • 335 Visitas
SOBRE LA PUESTA DE LÍMITES Y LA CONSTRUCCIÓN DE LEGALIDADES
Texto publicado en la revista Actualidad Psicológica Nº 348, diciembre, 2006.
La imagen del niño como un pequeño perverso-polimorfo, acuñada por el psicoanálisis a lo largo de un siglo, nos impone hoy un trabajo de diferenciación y re-conceptualización con el objeto de hacer frente no sólo al embate ideológico que retorna sobre la base de una recuperación de una pedagogía negra de manera más o menos mistificada, sino también a las ataduras que imposibilitan nuestro avance clínico.
Un mito: el del niño librado a sus pulsiones hasta la instauración del superyo como resolución del conflicto edípico. Una conclusión entonces: antes de la resolución de éste, vale decir, hasta aproximadamente los cinco años, ausencia de toda perspectiva ética en la infancia, a merced de deseos mortíferos de los cuales el niño debe ser resguardado -ideología de la puesta de límites- o que debe ser tolerada, contenida -ideología de crianza libertaria, en la cual sólo hay que aguardar que la génesis se despliegue en sus mejores términos-.
En medio de esto una falacia: la herencia estructuralista de funciones materna y paterna que deja al adulto despojado de clivaje, mostrándolo homogéneo en el ejercicio de narcisizaciones y pautaciones que aparecen diferenciadas en función de las consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica. Funcional a la demanda de "puesta de límites" que se propone como equivalente para la infancia de la "seguridad" que se reclama para controlar el malestar vigente, es la construcción de legalidades la que debe ser rescatada como cuestión central de la infancia, y la derrota de la impunidad lo que realmente brindará garantías de la construcción de un recontrato intersubjetivo en la sociedad actual.
La agenda política no define, de todos modos, la agenda científica, pero tiene su influencia en esta última, en virtud de que el "sentido común" -vale decir la apreciación ingenua de ciertas perspectivas- invade el pensamiento de quienes tenemos la obligación de sostenernos, aunque sea un poquito, por encima de las perspectivas aplanantes que se pretenden imponer desde modelos vigentes cuya única racionalidad es pragmática y cuyo sostén se establece en razón de lo dado y no de aquello por alcanzar, que es en última instancia la única función del pensamiento en su sentido más radical.
He señalado en otra oportunidad que el concepto de función paterna parte de los descubrimientos de Lacan, que constituyen ya conceptualizaciones importantes de la teoría psicoanalítica en general, y que merecen ser revisados y despojados de los elementos de la subjetividad del siglo XX que los atraviesan.
No se puede destituir un enunciado teórico por razones ideológicas por muy válidas que éstas fueran-, ya que lo verdadero no puede ser subordinado a lo justo en el orden de la ciencia, aunque sí puede serlo en el marco de las opciones éticas que se nos plantean. Por ello será necesario, siempre, someter a la prueba de racionalidad teórica el enunciado, y ver luego cómo se resuelve su modelización en el interior del sistema de ideas de quien lo trabaja. Lo verdadero, por otra parte, es verdadero en el interior de un universo de posibilidades y no eternamente verdadero o universalmente verdadero, más allá de las condiciones que lo producen. La teoría de la gravedad es absolutamente verdadera, pero no se cumple en el espacio exterior, y la ley de prohibición del incesto entre padre e hija es estructurante, y esto es verdadero al menos en las condiciones de producción de subjetividad que conocemos dentro del determinado sector de la humanidad en el cual nos ha tocado vivir.
Volvamos entonces a la teoría psicoanalítica para señalar que, si un mérito enorme tienen la teoría de Lacan y la revulsión que instauró en un psicoanálisis anquilosado y sin revisión, consiste entre otros en haber introducido la función terciaria de la interceptación del goce y haber arrancado el proceso de edipización infantil de la condena endogenista a la cual parecía destinado, poniendo el acento, mediante un giro teórico fenomenal, en la prohibición de intercambio de goce entre el niño y el adulto.
Sin embargo, queda abierta la cuestión de si esta interceptación puede ser sostenida bajo la denominación de Nombre del Padre, que es en última instancia el modo con el cual se definió, en términos generales, la implementación de la ley edípica en el interior de la familia patriarcal burguesa de Occidente. Atreviéndome incluso, en una nota al pie, a afirmar: ¿cómo conciliar este afán universalista con tal nivel de subordinación sin dejar entrever el pensamiento -hegeliano desde el punto de vista filosófico, colonial desde la perspectiva política- que considera a la Francia de las luces (con su región negra ensombreciéndola) como la culminación de la Historia de la Humanidad? ¿Por qué no llamar "metáfora del tío" o "del cuñado", o del "jefe tribal" o, incluso, de la "amazona principal" al significante con el cual se introduce la ley de cultura en el hiato que arranca al niño de su captura originaria y lo precipita a la circulación?[Ver: S. Bleichmar, Paradojas de la sexualidad masculina, Buenos Aires, Paidos, 2006]
Vayamos haciendo una puntuación de problemáticas para señalar, en primer lugar, que la cuestión del padre nos lleva, inevitablemente, a lo que hemos marcado antes como construcción de legalidades. Si el mito del parricidio en Freud parecería antropológicamente insostenible, tiene, por otra parte, la virtud de poner en primer plano la cuestión de la culpabilidad como inherente a los orígenes de las pautaciones de la cultura. No se nace con "pecado originario", pero sí con "culpa originaría", y es esta culpa por el asesinato del otro la que opera como ordenador y regula la circulación deseante en la cultura.
Hay acá, no sólo en la supuesta historia que Freud rescata, sino en su teorización misma, un acto fundacional de peso: la ética se constituye por la obligación al semejante, y el parricidio instituye un daño necesario en su paradojal instalación, ya que uno podría plantearse, como se está haciendo en la actualidad, si habría pasión sin Judas, si habría pautación en la cultura sin el crimen y su prohibición como punto de partida. Como lo formuló Thomas Mann en su novela histórica sobre Moisés, al referirse a la presunción de que toda su historia se constituye sobre la base del asesinato de un egipcio del cual sería responsable, dice: "Supo que si matar era hermoso, haber matado era terrible, y por eso matar debía estar prohibido". Del mismo modo ha jugado Saramago con la Pasión, pero en términos
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