Una Decisión Permanente, Para Un Problema Temporal

Cuando alguien muere, algunos prefieren entender “que así lo quiso el destino”, “que todo fue una sentencia divina” o “que hubo una confabulación con el tiempo para que las manecillas del reloj se detuvieran”. En cambio, si la voluntad de irse de este mundo es propia, muchos se preguntarían por qué lo hizo, lo acusarían de egoísta y descargarían su dolor y su rabia contra ellos mismos.

Suicidarse suele ser para muchos la excusa del cobarde, y para otros, la valentía requerida por la envidia de quien alguna vez lo pensó, pero que nunca fue capaz de hacerlo. Ante esta situación paradójica, los suicidas no son cobardes, ni tampoco valientes, ya que la cobardía y la valentía son atributos de la personalidad que no se cuantifican por las veces que un sujeto se quita la vida o deja de quitársela. Entonces se vislumbra el panorama en términos de que el ciudadano común maneja una creencia errónea o un mito sobre el suicida, que debería ser eliminado pues entorpece la prevención de esta conducta.

El suicidio es un fenómeno complejo que atrajo la atención de filósofos, teólogos, médicos, sociólogos y artistas a lo largo de los siglos. Según el filósofo francés Albert Camus (El Mito de Sísifo), es el único problema filosófico serio. La OMS define “el acto suicida” como toda acción por la que un individuo se causa a sí mismo un daño, con independencia del grado de intención letal y de que conozcamos o no los verdaderos motivos. En cifras, el suicidio es una de las tres principales causas de mortalidad en todo el mundo y provoca más de un millón de fallecimientos cada año.

El comportamiento suicida viene determinado por un gran número de causas complejas, tales como: la pobreza, la pérdida de seres queridos, una discusión, la ruptura de relaciones y problemas jurídicos o laborales. Los antecedentes familiares de suicidio, los maltratos en la infancia, el aislamiento social y determinados trastornos mentales como la depresión, la esquizofrenia y las enfermedades orgánicas o el dolor discapacitante también pueden incrementar el riesgo de suicidio. El alcohol aumenta el riesgo de conducta suicida porque agrava los sentimientos depresivos y disminuye el autocontrol. Alrededor de la mitad de los que intentan el suicidio están intoxicados en el momento de hacerlo.

El suicidio es a menudo el acto final de una serie de comportamientos autodestructivos. El comportamiento autodestructivo es especialmente frecuente entre las personas con experiencias traumáticas en su niñez, que padecieron abuso, negligencia o el sufrimiento de un hogar monoparental, quizás porque éstas son más propensas a tener mayores dificultades en establecer relaciones profundas y seguras. Los métodos de suicidio varían, encontramos por ejemplo el uso de pesticidas, la intoxicación por medicamentos y las armas de fuego son los más frecuentes. Los hombres

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