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WALTER RISO


Enviado por   •  27 de Abril de 2014  •  6.847 Palabras (28 Páginas)  •  319 Visitas

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La mejor edad es la que tenemos. Ni un segundo mas, ni un segundo menos

El cambio es posible

Las ciencias del comportamiento responden afirmativamente y dan como prueba infinidad de datos y casuísticas sobre cambios significativos en las conductas disfuncionales de las personas. Por ejemplo: mucha gente elimina el miedo irracional que padece (fobias), los que sufren de depresión mejoran su estado de ánimo en un gran porcentaje y logran tener una vida satisfactoria, incluso muchos drogodependientes vencen la adicción y se mantienen limpios por el resto de sus vidas. Pero no solo la terapia produce modificaciones psicológicas y emocionales, sino también las situaciones límites y los procesos que se asientan en una revisión radical de las propias convicciones. Es imposible desconocer que el ser humano vive transformándose a si mismo, a veces para bien a veces para mal. Si el cosmos todo es impermanente, ¿por qué deberíamos entonces escapar nosotros a esa ley de variación universal? El que no fluye, se muere.

En las situaciones límites, como ocurre en enfermedades terminales, la muerte de un ser querido, un secuestro o una emigración forzada, entre otras muchas, el acontecimiento vital remueve todo, la mente se quita el disfraz y aflora la farsa y lo auténtico de lo que en verdad somos ¡Qué alivio sentirá quien ya no debe disimular, engatusar ni esconder! Quedar al descubierto es cosa de valientes o de locos. De manera similar, hay ocasiones en que nos embarga un profundo convencimiento de que debemos revisarnos a nosotros mismos y mandar todo a la porra, porque no vivimos bien o queremos renovarnos. Puro existencialismo práctico, pragmatismo de quien se harta y decide ser coherente a pesar de los costos.

El término “conversión”, en el sentido que le da el filósofo Pierre Hadot, significa: la transformación fundamental del propio ser, una revolución del modo de vida. Tomar nuevas opciones, nuevos proyectos, y barrer literalmente con lo que éramos o teníamos ¿Es posible? Lo he visto en más de una ocasión. Hay gente que afirma que Jesús ha tocado su corazón y de un día para el otro su estructura de personalidad cambia. Lo mismo con sujetos que adhieren fervientemente a otras religiones. Lo que se produce en el interior de esas personas es una mutación; parecería que la bioquímica misma del cerebro se modifica.

Entonces, ya sea por medio de las situaciones límites, la terapia y/o las convicciones profundas, la mente revisa sus creencias, sus pensamientos y las emociones que de ella se desprenden. Ante la pregunta: ¿Las personas pueden cambiar?, mi respuesta es un rotundo sí. Más aún, no conozco a nadie que permanezca totalmente inmutable, por más complejo de Dios tenga, ni siquiera los rígidos pueden ser iguales siempre porque incluso ellos intentan variaciones sobre el mismo tema.

Lo que sucede en los cambios radicales está lejos del reformismo, no implica tapar huecos y maquillar la cosa, sino removerla a fondo, y para que esta operación cognitiva tenga lugar, las personas deben asumir algunas consecuencias dolorosas. Piensen lo que puede llegar a significar hacer a un lado los apegos y las señales de seguridad a las cuales nos hemos aferrados por años. La superstición, cualquiera sea, personal o social, se resiste a desparecer.

Todo cambio es incómodo, porque el sistema debe pasar de un estado a otro y ese “movimiento” requiere de una alteración de lo que hay, una desorganización básica para que vuelva a organizarse a otro nivel, que es cuando se genera un fenómeno emergente. Pues a esa reestructuración mental y afectiva dirigida a adoptar un nuevo modo de funcionamiento, se la llama crisis. ¿A quien no le cuesta dejar los zapatos viejos por los nuevos, por más cara de intelectuales que pongamos?

La gente cambia, las organizaciones cambian, el mundo se transforma, la piel, el cielo, la vida misma se mantiene en un movimiento arrebatador de saltos discontinuos e inesperados. El vector de la existencia es como una flecha lanzada al infinito, y en ese devenir, la innovación, la sorpresa y los imponderables son forzosos.

La sabiduría como meta

La arrogancia de la erudición mal concebida siempre ha intentado ignorar el término por considerarlo desactualizado. Sin embargo, pese a la repulsa, la ciencia tradicional y las escuelas que promueven una espiritualidad inmanente han retomado la sabiduría como objeto de estudio. La inmanencia sostiene que el contacto con lo “valores superiores” y la búsqueda del sentido, no nos llega desde el infinito cósmico, sino que salen de nosotros, de habitar nuestro ser creativamente.

Cuando se desplegó la filosofía helenística (escépticos, estoicos, epicúreos, cínicos) se habían perdido los puntos de referencia políticos e ideológicos. La muerte de Alejandro Magno, creo infinidad de monarquías y gobiernos desconectados del un poder central en extinción y la “polis” (ciudad/política) quedó diluida en nuevas cosmologías. Había que sobrevivir, había que salvarse y salvar al hombre, había que retomar el mando sobre sí mismo, crear un autogobierno del individuo para el individuo. Así, la idea del sabio y la sabiduría, van convirtiéndose en una opción existencial, en una elección vital de hacia dónde dirigir y cómo canalizar las potencialidades humanas. La sabiduría fue perfilándose cada vez más como el arte de vivir, una manera de habitar el mundo que traía aparejada la serenidad del espíritu, la libertad interior y una conciencia de participación universal. La coherencia fue más importante que la originalidad y el actuar moralmente, de manera justa y racional, ocupó el espacio vital de la mente. Filosofía y psicología para tiempos difíciles, como los nuestros. “Saber la vida” fue tan o más importante que estudiarla científicamente.

La sabiduría es el estado final del desarrollo humano, su máxima expresión. Es un sistema de experto, básicamente pragmático, que te dice qué hacer ante los conflictos de la vida cotidiana, qué medios utilizar para planear y manejar las contingencias que te permitan acceder a una buena vida. Nada de “vanos deseos” o necesidades superfluas, solamente aquello que permita una existencia positiva donde se entrelace el “yo” con los otros, lo intrapersonal con lo interpersonal. Pura inteligencia práctica. La inteligencia analítica funciona para problemas que son definidos claramente y que solo tienen una respuesta correcta (vg. matemáticas). Pero la inteligencia práctica tiene que ver con problemas donde prima la vaguedad y que suponen soluciones múltiples. Tal como es la vida. Por eso la sabiduría no se enseña de manera explícita y sistematizada, sino que se absorbe a través de la experiencia.

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