EL CONCEPTO CRISTIANO DE PERSONA
Enviado por Harolyn AVe • 1 de Diciembre de 2015 • Informe • 4.046 Palabras (17 Páginas) • 418 Visitas
EL CONCEPTO CRISTIANO DE PERSONA
I. El concepto persona
1. La nueva antropovisión del cristianismo
El cristianismo trajo consigo una nueva cosmovisión: se concibe de nuevo modo lo que es el ser humano, a Dios y el mundo. La propia persona se concibe como digna, como radicalmente distinta a las cosas, a los demás como prójimos, como hermanos, al mundo como creación amorosa y a Dios como Padre.
Uno de los principales hitos de la aportación cristiana a la antropología consiste, por un lado, en una nueva concepción del ser humano, que será concebido como persona. De ahí que mejor que hablar de humanismo cristiano habría que hablar de personalismo. En segundo lugar, surge como tal el concepto de persona en el contexto de la teología. Teología y antropología cristiana son inseparables. En este artículo, nosotros nos situaremos en la descripción fenomenológica de quién es la persona y ponderaremos los datos que, sobre la persona, ofrece la cosmovisión cristiana.
1.1. Dignidad de la persona
La cosmovisión judeo-cristiana aporta la idea, razonable pero no estrictamente racional, de la creación del hombre como Imagen de Dios, como creación a su imagen y semejanza. El hecho de ser creado por Dios es lo que le confiere una radical dignidad. Su realidad ya no es meramente natural sino sobre-natural. Y ser creado en dos sentidos: ser llamado a la existencia y ser llamado a ser 'esta persona concreta'. Desde este momento la persona ya no será una 'cosa' más, un qué, sino un quién. Es la clave que marca la diferencia entre el ámbito de lo impersonal y el ámbito de lo personal.
1.2. Valor de la individualidad pero mucho más que un individuo
Frente al pensamiento griego, centrado en lo universal y único, el pensamiento cristiano trae consigo el 'escándalo' de poner su atención en lo singular y múltiple. Y no sólo eso, sino que afirma que lo singular, y de modo especial cada persona, es término del amor de Dios, es decir, que cada persona es digna de ser amada por sí misma. No es pues, mero individuo, uno más de una serie, sino alguien con valor único, con nombre.
1.3. Disponibilidad donativa
El cristianismo asume como propio el mandato dado a Abraham: "Sal de tu tierra". Esta tensión dinámica hacia el otro y hacia la persona en general es lo que orienta la acción de la persona. Este ser don para el otro, lejos de disminuir a la persona, lejos de limitarla o encadenarla, es lo que permite su crecimiento. Sólo hay crecimiento personal desde el don de uno mismo. Este es el sentido de toda persona y el sentido de nuestra misión en el mundo. Sólo desde la entrega de sí es posible atender al otro doliente de esta manera tan radical.
1.4. Imagen de Dios
El hombre en sí o Dios en sí son abstracciones. Sólo existen y se comprenden en relación. El hombre existe en relación con Dios, de obediencia (fe) o rebeldía (pecado). Pero esta relación está incoada por Dios que llama al hombre. Al crearlo, Dios lo ha puesto en frente y le ha dotado de libertad. No hay que empequeñecer al hombre para afirmar a Dios. Así las cosas, ser imagen de Dios no consiste en ser huella o característica óntica, sino algo que se realiza el creyente cuando asimila el rostro de Cristo: en Cristo descubro quién soy y cómo soy. La persona se hace imagen de Dios cuando responde libremente al amor con el amor.
1.5. Apertura a la trascendencia
Ante Dios descubre la persona su radical menesterosidad y, a la vez, su capacidad para ser consumado. El ser humano se presenta como capaz de Dios, como abierto a si al mundo, a los otros y a Dios. Esta elevación de la persona a Dios en Cristo no es alienante sino, al revés, lo que permite a la persona ser plenamente ella misma, esto es, retornar a quién está llamada a ser. “Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en ti”.
1.6. Persona como relación
Dios mismo, por ser Trinidad, es relación. Respecto de las personas, además, no ha querido ser Dios del mundo o de la humanidad, sino de Abraham, Isaac y Jacob. Quería ser un 'tú'. De ahí que, para el personalismo, la persona está íntimamente vinculado a un tú y al Tú: En el comienzo fue el encuentr. Y esto es posible, porque el otro es prójimo.
Por otro lado, como expone Ratzinger en su Introducción al cristianismo, en la Biblia, Dios dialoga consigo mismo: “Hagamos al hombre” (Gn 1, 26). Cristo, por su parte, se hace siempre presente en diálogo con el Padre. De hecho, el mismo concepto de Padre es relacional, respectivo. También lo es, lógicamente, el concepto de Hijo. Cristo sólo obra en referencia y dependencia del Padre. Toda la cristología es testigo de la relacionalidad. La misma identidad de Cristo es ser referibilidad, donatividad, referencia a otros. Por eso, en Cristo vemos que ser persona es donatividad. Y si el hombre es recepción de todo tipo de dones, “¿no exigirá este Señor a nosotros mismos la misma correspondencia? ¿Para qué, si no, puso en el corazón del hombre la necesidad de amar, sin lo que no puede vivir?”.
1.7. Libertad
En esta interioridad en que existen, rostro a rostro, Dios y el alma (san Agustín), Dios nunca despojará al hombre de su libertad de decisión personal, sino, en la libertad, le invitará o le exigirá 'mudar su corazón' y servirle en sinceridad de espíritu. Si el hombre 'obedece' nacerá de nuevo por la gracia (Jn 3, 5 ss.), como hijo (Gál 4, 4ss) y entrará en comunicación amical con la divina Persona. Frente a lo que proponía el mundo griego, el ser humano ya no estaba lastrado por el destino ciego, sino que era dueño de su destino. Dios lo crea para hacerlo independiente de sí. El ser humano es creado con capacidad de distancia de la realidad, por lo que puede afirmarse frente a la realidad y frente a Dios mismo, abusando de su libertad. En todo caso, el cristianismo no entiende la libertad básicamente como un librarse de, sino un libertados para, es decir, como una capacidad para el compromiso con la propia misión y con el prójimo.
1.8. La persona como microcosmos
La persona, entendida como cúspide de la creación, es entendida como un microcosmos que compendia en sí el macrocosmos y asume en sí todos los estratos inferiores del saber.
1.9. La persona como ser encarnado
Ser persona supone siempre una concreción en unas coordenadas espaciales y temporales. En primer lugar, en un cuerpo. La encarnación, el ser corporal, es elevada a categoría antropológica con pleno valor desde que Dios se hizo carne (Jn 1,14), En segundo lugar, se trata de que la persona siempre vive en un contexto social e histórico. Su vida se concreta históricamente en un aquí y ahora social e histórico. Al cabo, lo que todo esto significa es que lo material, lo corporal, queda dignificado y asumido en la relación con Dios.
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