EL NACIMIENTO DE LA ICONOGRAFÍA CRISTIANA
Enviado por CoralisFlores • 17 de Marzo de 2014 • 5.436 Palabras (22 Páginas) • 402 Visitas
EL NACIMIENTO DE LA ICONOGRAFÍA CRISTIANA
Inés Ruiz Montejo
Los historiadores parecen estar hoy de acuerdo en que el arte cristiano retrasa su aparición hasta la primera mitad del siglo III, sin que se conozcan exactamente las circunstancias o factores que incidieron en esta demora. Aún así no deja de ser extraño que transcurra tanto tiempo entre la propagación del cristianismo y las primeras expresiones plásticas que reflejen, al menos, los principios básicos de la nueva doctrina.
Es cierto que las nacientes comunidades cristianas, muchas veces pequeñas y diseminadas, y casi siempre semiclandestinas y de condición humilde, constituían el medio social menos propicio para potenciar unas actividades artísticas. Pero el cristianismo también llega a familias patricias, adineradas y relacionadas normalmente, por tradición cultural, con los ambientes artísticos, y aquí en este medio, propicio y capaz, tampoco se encuentran manifestaciones artísticas cristianas anteriores a esta cronología.
Cabría pensar entonces en la Dificultad de adecuar unos contenidos de carácter trascendente y espiritual en un contexto artístico en el que se exalta y predomina la forma y la materia. Sin embargo, es el mismo problema que van a encontrar y solventar en el siglo III cuando ya, ante una voluntad definida de buscar unos cauces plásticos, comienzan a insertar sus contenidos en expresiones artísticas anteriores, es decir, paganas, aunque relacionadas simbólicamente con un orden moral.
Por todo ello el trasfondo ideológico se perfila de manera más definida como la causa primordial, por supuesto no exclusiva, de este inicial y prolongado aniconismo: cristianos y judíos, por prescripción bíblica, son comunidades con una fuerte tradición iconoclasta.
Dice el Levítico:
"No os hagáis ídolos, ni pongáis imágenes o estelas, ni coloquéis en vuestra tierra piedras grabadas para postraron ante ellas, porque yo soy Yaveh vuestro Dios" (26, 1).
Términos semejantes se vierten en el Éxodo (20) y Deuteronomio (5,8).
Los documentos destinados a encauzar la disciplina de las primeras comunidades cristianas insisten en que rechacen cualquier manifestación o cualquier objeto que les aproxime a la imagen, al ídolo. La Didascalia, manuscrito sirio redactado a mediados del siglo III, aconseja a estas comunidades rehusar cualquier donativo que proceda de pintores o escultores, de aquellos que fabrican ídolos. Las "Constituciones Apostólicas", compilación realizada a fines del siglo IV y que reúne escritos atribuidos al período inicial del cristianismo, excluyen de la Iglesia a los pintores, del mismo modo que excluyen a las prostitutas. Ni siquiera se plantean que el artista pueda cambiar su antiguo repertorio por otro de contenido cristiano.
Incluso los Padres de la Iglesia que podían haber enfocado el problema desde la perspectiva de una reflexión más amplia e intelectual, persisten en esta misma actitud.
Clemente de Alejandría (a. 150-216), espíritu plenamente abierto a la cultura grecorromana, subraya el carácter obsceno y sensual de las artes plásticas. Y cuando se dirige a los artistas destaca su incapacidad para aproximarse al mundo del espíritu:
¿Creéis acaso realmente que Dios necesita para "existir" de la materia y de vuestro arte? Dios no necesita nada ni a nadie; ni puede ser expresado por mano humana alguna. ¡Vuestro arte es incapaz de reproducir exactamente la luz del sol, y, pese a eso, osáis representar el espíritu invisible de Dios!" (Stromata, V y VI).
Tertuliano (c. 155-220), en su Tratado "De Idolo" llega a afirmar que los demonios introdujeron las artes músicas y las artes plásticas. En los tiempos más remotos, cuenta Tertuliano, no había estatuas; es el diablo el que incitó a los hombres a crear estatuas. Los artistas, influidos por sus diabólicos maestros, subordinan el arte a sus propios fines: la rebeldía contra el verdadero Bien y contra la verdadera belleza que se llama Dios.
Por otra parte, después de conocer estas posturas prácticamente unánimes, resulta en cierto modo insólita la aparición casi repentina, y sincrónica por todo el Imperio, de un arte cristiano. Arte en el que ya se percibe una dirección eclesiástica que unifica criterios y comienza a perfilar los cauces catequéticos por los que concurrirá de aquí en adelante la iconografía cristiana.
No hay duda de que existe una actitud popular bastante generalizada que desea ver en imágenes las figuras de Cristo, de los Santos o incluso las escenas más significativas de sus libros sagrados. En realidad forma parte de sus raíces culturales cuando se trata especialmente de una antiguo pagano que ha adorado y ha conocido a sus dioses a través de la manifestación artística.
No puede, sin embargo, ser éste el único motivo que promueva la aparición del arte cristiano. En opinión de Grabar se desconocen los motivos reales que propiciaron este cambio tan brusco a principios del siglo III, sin descartar la posibilidad de que la iconografía cristiana haya surgido como respuesta al reto plástico de una religión rival que incluso podría ser la judía. Pero parece más proclive a pensar que judíos y cristianos abandonaron paralelamente su tradicional hostilidad a la imagen movidos por un resorte común oscuro e ignoto.
Las incógnitas, pues, se acumulan y quedan hoy sin respuesta.
LOS TEMAS DE LA PRIMERA ICONOGRAFÍA CRISTIANA
La iconografía cristiana de estos primeros tiempos se centra preferentemente en la imagen simbólica. La sociedad pagana contemporánea se encontraba inmersa en una fuerte corriente de simbolismo promovida especialmente por las doctrinas religiosas y filosóficas que se habían propagado por las riberas del Mediterráneo, y al cristianismo le debió ser fácil acomodarse a esta tendencia, más aún cuando los Padres de la Iglesia, a pesar de su disconformidad con las artes figurativas, aceptaban el símbolo como vía de la expresión plástica. Clemente de Alejandría, por ejemplo, encuentra en el símbolo un recurso para la comprensión, capaz también de avivar la memoria.
Este cauce facilitaba asimismo los procesos técnicos en esta primera andadura de la figuración humana. En lugar de crear nuevas imágenes para sus nuevos contenidos, labor difícil y compleja para un artista, se acogen a imágenes ya elaborad as que, además, por sus connotaciones morales son las más propicias para asimilar contenidos cristianos. De hecho todas las representaciones, muchas de ellas ligadas con la trascendencia, pertenecen al campo del simbolismo pagano
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