El Matrimonio
Enviado por davidperez01 • 17 de Septiembre de 2014 • 2.524 Palabras (11 Páginas) • 199 Visitas
Quinta Jornada - Narración tercera
Giovanni Boccaccio
NARRACIÓN TERCERA
Pietro Boccamazza se escapa con Agnolella; se encuentra con ladrones, la joven huye por un bosque y es conducida a un castillo, Pietro es apresado y se escapa de manos de los ladrones, y luego de algunos accidentes llega al castillo donde estaba Agnolella, y casándose con ella, con ella vuelve a Roma.
No hubo nadie entre todos que la historia de Emilia no alabase, la que viendo la reina que había terminado, volviéndose a Elisa le ordenó que continuase ella; y ella, deseosa de obedecer, comenzó:
-A mí se me pone delante, encantadoras señoras, una mala noche que pasaron dos jovencillos poco prudentes; pero porque le siguieron muchos días felices, como está de acuerdo con nuestro argumento, me place contarla.
En Roma, que como hoy es la cola antes fue la cabeza del mundo, hubo un joven hace poco tiempo, llamado Pietro Boccamazza, de familia muy honrada entre las romanas, que se enamoró de una hermosísima y atrayente joven llamada Agnolella, hija de uno que tuvo por nombre Gigliuozzo Saullo, hombre plebeyo pero muy querido por los romanos. Y amándola, tanto hizo, que la joven comenzó a amarle no menos que él la amaba. Pietro, empujado por ferviente amor, y pareciéndole que no debía sufrir más la dura pena que el deseo de ella le daba, la pidió por mujer; la cual cosa, al saberla sus parientes, fueron adonde él y le reprocharon mucho lo que quería hacer; y por otra parte hicieron decir a Gigliuozzo Saullo que de ninguna manera atendiese a las palabras de Pietro porque, si lo hacía, nunca como amigo le tendrían sus parientes.
Pietro, viéndose el vedado camino por el que sólo creía poder conseguir su deseo, quiso morirse de dolor, y si Gigliuozzo lo hubiera consentido, contra el gusto de todos los parientes que tenía hubiese tomado por mujer a su hija; pero como no fue así, se le puso en la cabeza que, si a la joven le placiere, haría que aquello tuviese lugar, y por persona interpuesta conociendo que le placía, se puso de acuerdo con ella para huir de Roma. Y planeado aquello, Pietro, una mañana, levantándose tempranísimo, junto con ella montó a caballo y se pusieron en camino hacia Anagni, donde Pietro tenía algunos amigos en los cuales confiaba mucho; y cabalgando así, no teniendo tiempo de hacer las bodas porque temían ser seguidos, hablando sobre su amor, alguna vez el uno besaba al otro.
Ahora, sucedió que, no conociendo Pietro muy bien el camino, cuando estuvieron unas ocho millas lejos de Roma, debiendo tomar a la derecha, se fueron por un camino a la izquierda; y apenas habían cabalgado más de dos millas cuando se vieron cerca de un castillo del cual, habiéndolos visto, súbitamente salieron cerca de doce hombres de armas; y estando bastante cerca, la joven los vio, por lo que gritando dijo:
-¡Pietro, salvémonos que nos asaltan!
Y como pudo, hacia un bosque grandísimo volvió su jaco y, apretándole las espuelas, sujetándose al arzón, sintiéndose el jaco aguijar, corriendo por aquel bosque la llevaba. Pietro, que más la cara de ella iba mirando que el camino, no habiéndose percatado pronto, como ella, de los hombres que venían, fue alcanzado por ellos y preso y obligado a bajar del jaco; y preguntándole quién era, empezaron a deliberar entre ellos y a decir:
-Éste es de los amigos de nuestros enemigos; ¿qué hemos de hacer sino quitarle estas ropas y este jaco y, por desagradar a los Orsini, colgarlo de una de estas encinas?
Y estando todos de acuerdo con esta decisión, habían mandado a Pietro que se desnudase; y estando él desnudándose, ya adivinando todo su mal, sucedió que una cuadrilla de bien veinticinco hombres de armas que estaban en acecho súbitamente se les echaron encima a aquéllos gritando:
-¡Mueran, mueran!
Los cuales, sorprendidos por aquello, dejando a Pietro, se volvieron en su defensa, pero viéndose mucho menos que los asaltantes, comenzaron a huir, y éstos a seguirlos, la cual cosa viendo Pietro, súbitamente cogió sus cosas y saltó sobre su jaco y comenzó a huir cuanto pudo por el camino por donde había visto que la joven había huido.
Pero no viendo por el bosque ni camino ni sendero, ni distinguiendo huellas de caballo, después de que le pareció encontrarse a salvo y fuera de las manos de aquellos que le habían apresado y también de los otros por quienes ellos habían sido asaltados, no encontrando a su joven, más triste que ningún hombre, comenzó a llorar y a andarla llamando por aquí y por allí por el bosque; pero nadie le respondía, y él no se atrevía a volverse atrás, y andando por allí delante no sabía adónde iba a llegar; y, por otra parte, de las fieras que suelen habitar en los bosques tenía al mismo tiempo miedo por él y por su joven, a quien le parecía estar viendo estrangulada por un oso o un lobo.
Anduvo, pues, este desventurado Pietro todo el día por aquel bosque gritando y dando voces, a veces retrocediendo cuando creía que avanzaba; y ya entre el gritar y el llorar y por el miedo y por el largo ayuno, estaba tan rendido que más no podía. Y viendo llegada la noche, no sabiendo qué consejo tomar, encontrada una grandísima encina, bajando del jaco, lo ató a ella, y luego, para no ser por las fieras devorado por la noche, se subió a ella, y poco después, saliendo la luna y estando el tiempo clarísimo, no atreviéndose a dormir para no caer, aunque hubiera tenido la ocasión, el dolor y los pensamientos que tenía de su joven no le hubieran dejado; por lo que, suspirando y llorando y maldiciendo su desventura, velaba.
La joven, huyendo como decíamos antes, no sabiendo dónde ir sino donde su jaco mismo donde mejor le parecía la llevaba, se adentró tanto en el bosque que no podía ver el lugar por donde había entrado; por lo que no de otra manera de lo que había hecho Pietro, todo el día (ora esperando y ora andando), y llorando y dando voces, y doliéndose de su desgracia, por el selvático lugar anduvo dando vueltas. Al fin, viendo que Pietro no venía, estando ya oscuro, dio junto a un senderillo, entrando por el cual y siguiéndolo el jaco, luego de que más de dos millas hubo cabalgado, desde lejos se vio delante de una casita, a la que lo antes que pudo se llegó; y allí encontró un buen hombre de mucha edad con su mujer que también era vieja; los cuales, cuando la vieron sola, dijeron:
-Hija, ¿qué vas haciendo tú sola a esta hora por este lugar?
La joven, llorando, repuso que había perdido a su compañía en el bosque y preguntó a qué distancia estaba Anagni.
El buen hombre respondió:
-Hija mía, éste no es camino por donde ir a Anagni; hay más de doce millas desde aquí.
Dijo entonces la joven:
-¿Y dónde hay habitaciones en que poder albergarse?
...